jueves, 5 de febrero de 2009

La profecía

Favor de leer el siguiente fragmento con acento de traducción de programa gringo al español, estilo Rescate 911.

Era una noche de invierno, lo recuerdo bien. Caminaba entre las aulas universitarias, ansiosa por regresar a casa tras una dura jornada estudiantil. El crudo frío de la velada rasguñaba mi piel, como advirtiéndome que algo espeluznante estaba por acontecer. Al llegar a la explanada comprendí que, como había dejado mal aparcado mi velocípedo, los oficiales lo habían encadenado. Al no encontrar a nadie que pudiera abrir el candado me dirigí a una cabina telefónica para llamar a seguridad.

Voz masculina de oficial de la central de policías: “La llamada de la señorita fue recibida a las 9:23 pm. Se le informó que se enviaría un elemento para que le hiciera entrega del vehículo.”

Mientras esperaba, noté que una sombra se aproximaba. “¿Amarraron tu velocípedo?,” me preguntó un mozo bien parecido, “Te acompaño a esperar.” Me pareció peculiar su comportamiento, y para romper el hielo pregunté si había probado los emparedados de maní. Por momentos sentí que al chico no le apetecía responder a mis preguntas. Lo noté, sobre todo, porque no las respondía. Súbitamente se aproximó, mirando alrededor para asegurarse de que no hubiera espías, y susurró: “¿Te gustan las profecías?” Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras un sentimiento de alarma inundaba mis entrañas. “Te platicaré una. En cinco años, vendrá un águila a devorarse una serpiente.”

Algo en su relato me sonó familiar. Espera un segundo, pensé para mis adentros, ¿no es esa la historia de Tenochtitlán? “Me temo que eso ya ocurrió,” dije al susodicho, “basta observar cuidadosamente la bandera nacional.” Encolerizado, respondió que esta águila será un billón de veces más grande que yo (ni que fuera tanto). “Escucha, lo lamento pero todo esto me parece inverosímil,” admití. Fue entonces que el chico comenzó a emitir gruñidos peculiares, y me explicó que era el dialecto de los marcianos, quienes habían profetizado la llegada del águila.
“Diablos, este chico parece perturbado”, pensé volteando nerviosamente, sólo para comprobar con angustia que nos encontrábamos solos. El chaval me sugirió que fuéramos a un lugar donde hubiera más calor. Para entonces, yo había tomado varios pasos de distancia y buscaba en el césped cualquier objeto punzocortante que pudiera usar si la conducta de aquel fenómeno así lo requería.

Al fin, llegó a la escena un vigilante. ¡Oh Dios, qué alivio he sentido al verle! El salvaguarda desató mi velocípedo y yo pude alejarme, pedaleando a velocidad. Desde la distancia, volteé sobre mi hombro y alcancé a distinguir, a lo lejos, la silueta del joven que aleteaba en círculos, como queriendo imitar el movimiento de una feroz águila en busca de su presa.

Me considero afortunada de haber salido con bien de esta situación. Ahora paseo por las praderas de la UDLA, alegre pero cuidadosa de toparme con el águila devoradora, o con el chico misterioso que profetiza su llegada.

(Y ya, fuera de broma, lo anterior es una historia deadeveras, por esta que me pasó enterita.)

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