miércoles, 25 de noviembre de 2009

Árbol que crece torcido...

En mi entrada pasada prometí que daría consejos a Manolarga para acercarse a las mujeres. Estuve preguntando a las camaradas cómo les gusta que se lleve a cabo el cortejo inicial, y hace unos días pude compartir con el mundo la sabiduría que recolecté.

Me encontraba ejercitándome en el Complejo Deportivo Quetzalcóatl, ubicado en la 6 Oriente de San Andrés Cholula, mientras tenía lugar un torneo interestatal de futbol infantil. A orillas de la cancha estaban sentados 15 niños de unos diez años, con su entrenador. Cuando pasé por enfrente, escuché algunas expresiones lujuriosas provenientes de los niños y dirigidas a mi persona. Fingí no escucharlos y seguí corriendo sin voltear. En la siguiente vuelta, uno de ellos gritó “¡Ven, te vamos a presentar a nuestro entrenador!” La propuesta me dio risa, y sin mirarlos dije que no con la mano. Surgieron nuevos gritos “¿Por qué no? ¡Si está bien guapo!” “¡Es millonario, tiene cinco casas!”, “¡Habla inglés!” “¡Es soltero!” Con semejante currículum casi me doy la vuelta para conocer al susodicho, pero me aguanté las ganas y seguí trotando cual gacela.

De pronto me vi sumida en una profundísima reflexión. ¡Aquellas jóvenes criaturas podrían ser los Manolargas del futuro! Son las nuevas generaciones, que dentro de unos años deberán decidir si van por la vida palpando aleatoriamente a las mujeres que se les atraviesan… Tenía que hacer algo.

Cuando volví a pasar y escuché de nuevo los gritos, me detuve, volteé hacia donde estaban los niños y dije “A ver, vengan”. Por supuesto salieron corriendo, asustados, a esconderse atrás de los columpios, desde donde empezaron a echarme porras para disuadir mi enojo. “No quiero que canten. ¿No que muy valientes? ¿Ninguno va a venir?” Al fin se acercó uno. Al principio estaba aterrado “Yo no fui señora, fueron ellos”. Cuando le dije que no estaba enojada, empezamos a platicar y al rato se acercaron los demás. Me contaron de su equipo: venían de San Luis y acababan de ganar el partido.

Pregunté si tenían novia, y decepcionados contestaron que no. “Me imagino,” dije, “les voy a enseñar cómo ligarse a una niña”. Todos contentos se sentaron a mi alrededor. “La próxima vez que vean a una niña que les guste, no le van a gritar, no le van a chiflar, y no se la van a alburear”. “¿Y entonces?” dijo uno con cara de angustia. “Se acercan y dicen ‘Hola, ¿cómo te llamas?’ Ella va a contestar y tal vez se queda a platicar. A lo mejor se va, pero si le gritan, le chiflan o se la alburean, seguro se chivea y se aleja.” Después de una serie de preguntas y respuestas sobre la técnica de acercamiento, me dispuse a alejarme pensando que la sesión representaba un cambio generacional. Mi ingenuidad se derrumbó cuando Perenganito dijo “Pero señora, ¡fue el entrenador el que nos dijo que te gritáramos! Para ver si se van a tomar unas chelas y le enseñas Cholula”…

Ahora entiendo, Manolarga. Si de niño tu alma fue corrompida por un entrenador que te mandaba a alburearte a su prospecto de ligue, no podríamos esperar que fueras una persona normal. Perdóname por juzgarte como acosador enfermodelsexo. Lo eres, pero no por culpa tuya.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Manolarga

Escribo esta columna para un colega universitario, cuyo nombre desconozco pero de cuya existencia me enteré a través de unas compañeritas. Lo llamaremos “el manolarga”, porque su pasatiempo consiste en toquetear cuerpos femeninos sin autorización de sus titulares.

A decir de mis fuentes, este tipirrín te trabaja una coreografía bastante absurda, en la que finge tropezarse, estira la mano, y la posa coincidentemente en el pecho de la mujer más cercana. Luego pide disculpas sin retirar su sucia garrita del escote de la víctima. Una variante consiste en que el fulano llega por atrás, abraza a una mujer y coloca ambas pesuñas sobre el pecho. Cuando la damita voltea, él pretende estar apenado y pide perdón por haberla confundido con su novia (imaginaria). Digo imaginaria porque este monito seguramente no tiene novia. De ser así, no se vería en la necesidad de montar tan patético espectáculo para atenuar sus hormonas efervescentes.

Por eso, Manolarga, espero que estés leyendo esto. No para regañarte, sino porque me preocupa tu necesidad insatisfecha, que en un futuro se puede convertir en actos dañinos para el mundo. Existe la teoría de que todos los problemas del mundo tienen como fondo la frustración sexual, pues ésta provoca mayor agresividad en los hombres. ¿Y qué tal si es cierto, manolarga, y al rato te me conviertes en maleante, terrorista o soldado de los que violan ancianas en Zongolica? ¡No me lo podría perdonar!

Por esta razón te escribo. Dicen que tu lugar favorito es el gimnasio (aunque también te das tus vueltas por el centro social). Te fui a buscar para hablarte personalmente pero no coincidimos en horario, o a lo mejor no soy tu tipo, qué pena. Entonces te lo digo por aquí.

Fíjate, Manolarga, que hay ciertas cosas que nos distinguen de otros animalitos. Por ejemplo, la forma en que nos relacionamos. Hemos desarrollado una serie de ritos y formas de comunicación que utilizamos para interactuar. Cuando tú, sin ninguna interacción previa, posas tus manos sobre las partes del cuerpo ajeno consideradas privadas, estás rompiendo algunas de estas normas de convivencia, y la individua en cuestión se puede enfadar. Yo entiendo, las reglas atentan contra los instintos más básicos, incluso contra el proceso de estímulo-reacción. ¡Así de aguafiestas somos! Resulta que este tipo de cosas no se toman, se ganan, y tal vez lo más sano en este mundo represivo, mientras logramos cambiarlo, es que te atengas a algunas de las normas básicas.

Si canalizas tus apetitos animales hacia un acercamiento más sutil y consensuado, te aseguro que tienes mejores posibilidades de encontrar un poquito de apapacho, que es lo que te anda haciendo falta. Sé que suena difícil para alguien que está tan en contacto con sus instintos primarios, pero busca ayuda si es necesario. Si quieres la siguiente semana publicamos algunos consejos sobre cómo acercarte a las mujeres.

Por mientras, damitas, no se dejen agarrar desprevenidas. Y a las que sí se topen con el agarrador, sean firmes pero no agresivas. Como cuando a un perrito le estás tratando de enseñar a no morder y a dar la pata sólo cuando se la pides.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Agresión de género

A las señoritas frágiles y bienportaditas, nos cuesta trabajo entender la brutalidad con la que los hombres se tratan unos a otros. Esa crueldad que muestran al atacar a los demás, con el verbo o el puño, nos hace percibirlos como bestias salvajes e insensatas. Recuerdo que mi hermano llegaba de la escuela a contarnos a quién había golpeado y a quién había logrado hacer llorar. Se me llenaban los ojos de lágrimas de pensar que aquél que comparte mis genes fuese capaz de tales barbaridades.

Esta agresividad casi animal de los hombres no es un misterio. Algunos lo adjudican a los genes y el instinto, otros al “así aprendí de mi papá”. Sin importar la causa, generalmente se acepta la premisa y uno vive engañao, pensando que son ellos de los que hay que cuidarse. Pero la experiencia me ha enseñado que no, señores y señoras, en el ansia por herir al prójimo, las mujeres tampoco conocemos límites.

Esto lo aprendí, como la mayoría de las lecciones dolorosas, a temprana edad. Era yo una pre-puberta ingenua que desconocía los peligros de la agresión femenina. En esas épocas, tenía solamente una amiga, Melchorita, con quien pasaba todos los recreos. Nos sentábamos en el jardín a contar florecitas y buscar maripostitas; compartíamos un emparedado de maní y un zumo de naranja; y dábamos de comer a nuestras muñecas.

Un día decidimos cambiar la rutina e incursionar en el terreno pandillero. Así que fuimos a espiar a las otras niñas del salón, que tenían fama de ser medio malosas. Al ver que jugaban resorte (elástica, como dicen los yucatecos), quisimos integrarnos. “No”, dijo Socorrito, quien organizaba el juego, “ya somos muchas”. Hay que destacar que Socorrito me tenía un odio encarnizado desde que irrumpí en su vida, y aprovechaba toda ocasión para hacerlo evidente. El rechazo de la tipirrina nos ofendió y en un ataque de rebeldía le grité: “Pues, ¡tu resorte es de calzón de señor!” Error. El resorte sí parecía de calzón, de esos que tienen una rayita azul y una roja, marca Hanes. Aún así, expresar mi observación frente a toda la pandilla fue un grandísimo error. Socorrito volteó furiosa y en ese momento me di cuenta de que estaba en problemas. Me eché a correr torpemente, pero por supuesto que me alcanzaron a los pocos pasos y, como viles gángsters, me detuvieron entre cuatro contra la pared, mientras la otra me pegaba.

Las cicatrices del incidente quedaron marcadas en lo más profundo de mi alma, y la niña golpeadora se convirtió en protagonista de mis peores pesadillas. Dicen que hasta la fecha, entre sueños, me escuchan decir “¡Socorrito, Socorrito, no me pegues por favor!”

Años después, me topé con otra individua, Socorrito Universitaria- versión re-loaded-, cuyo odio hacia mi persona alcanzaba intensidades hasta antes desconocidas. Vaya susto me llevé cuando me enteré que estaba tomando clases de Krav Maga, definido en Wikipedia como “el sistema oficial de defensa del ejército israelí”. Oh my.

Pero no hay por qué angustiarnos, que por algo entreno kitbotsin y mis bíceps crecen día con día. Permítanme replantear lo anterior con más veracidad: por algo estudio Relaciones Internacionales- para encontrar soluciones diplomáticas a los conflictos.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El lado emo de mi

El día de muertos y Halloween nunca han estado entre mis festividades favoritas. Entre que no me gusta disfrazarme y me dan susto los muertos y sus derivados, lo único que celebro en estas fechas es que te vienen con abundancia de pan de muerto y dulces. Aunque casi siempre acabo disfrazada en alguna fiesta o admirando los altares que homenajea a cualquier difunto legendario, esto del culto a la muerte y los espantos no es algo que me emocione.

No sé en qué momento surgió este rechazo. De chica te trabajaba un lado obscuro que, ahora que lo recuerdo, está un poco de miedo. Era mi costumbre tener múltiples mascotas que por azares del destino (que nada tenían que ver con mi entrega, cuidados o cariño), morían a los pocos días de llegar a mi casa. Por esa y otras razones, con la muerte estuve en contacto una y otra vez. Y aunque estaba lejos de verla como un juego, sí formaba parte de mi mundo de fantasía. Yo creo que era un poco emo.

A cada hámster, pájaro o lagartija que se murió bajo mi cuidado, le organizaba un homenaje póstumo en el jardín de mi casa. La carroza fúnebre era el coche de mis Barbies decorado con un moño negro, y al cortejo asistían mis 21 muñecos vestidos de luto. Luego enterraba a la criatura, le decía mis palabras de despedida, y ponía sobre su tumba una flor y un pedazo de papel con su obituario. No conforme con el entierro y con haber convertido el jardín de mi mamá en un panteón, cada octubre montaba en mi casa de muñecas un altar de muertos dedicado a las mascotas que habían fallecido durante el año, y en lugar de mole y arroz, ponía zanahorias y semillas de girasol. Pero ese lado obscuro quedó en el pasado y ahora una de las cosas que más odio en el mundo es entrar en un panteón.

Halloween tampoco me gusta, pero me ha traído algunos buenos momentos. Hace dos años mi primito Rodaberto, entonces fans de estas fechas de espantos, quiso intensear y salió a pedir su calaverita disfrazado de momia: con el cuerpo vendado por completo. A los 20 minutos regresa a la casa con su disfraz todo derrengado y la cara igual de blanca que las vendas que ahora le colgaban como harapos. Resulta que a un perro de la vecindad le llamó la atención el rabito de una de las vendas que había quedado suelta, y decidió perseguir a Rodaberto. Otros perros se unieron al ataque, lanzando mordidas y arrancando fragmentos de tela, y el pobre de mi primo no tuvo más remedio que aventar sus dulces y echarse a correr hasta la casa.

El otro día estuve tratando convencer a Rodaberto de que se volviera a disfrazar de momia y me dejara acompañarlo con mi cámara. No quiso, pero el año que entra lo intento con su hermana. Yo creo que, aunque ya no soy emo, mi lado obscuro perdura y en estas fechas, como en Luna llena, me es inevitable dejarlo salir a la luz.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Toma chango tu banana


“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé.”

Casi tres años después de nacer, la vida me ofreció un maravilloso regalo: un pequeño consanguíneo de nombre Jaime. Desde sus primeras etapas, me adjudiqué el rol de hermana mayor: dediqué mis años mozos a guiarlo por los caminos de la virtud. Para inculcarle respeto por la naturaleza, llevaba a mis gatos, perros y ratones a su cama para que le dieran los buenos. Para desarrollar su sensibilidad, lo ponía a jugar a las muñecas; él era el papá, la mascota o el profesor de karate. Le leí poemas, le hablé de la fraternidad del mundo, de las frágiles fronteras entre el bien y el mal… Ahora el retoño ha crecido, empieza a extender las alas para volar del nido, y toda la familia observamos, atentos, intentando adivinar qué rumbos tomará.
No niego que hemos tenido nuestros desencuentros. Recuerdo la vez que lanzó una de mis mascotas por la ventana. O cuando jugamos a La Bella Durmiente y al reinterpretar la pelea de Maléfica y el príncipe, Jaime olvidó los límites entre fantasía y realidad y me descalabró con un tubo de metal. O cuando frente a mi papá, le preguntó a mi noviecito de prepa que cómo le hacía para besarme, si yo estoy tan chiquita. Yo también he tenido mis detalles. Seguramente me odió el día que llegó con sus amigos a la casa y yo había convertido su cuarto en una guardería para mis muñecos. O cuando utilicé su manopla de baseball como cama de hospital para una lagartija herida. O las incontables veces que le llamo a las cuatro de la mañana para pedirle que me abra la puerta porque olvidé las llaves.
Pese a todo, nuestra relación es del amor. Y a pesar del pasado experimental que ha vivido Jaime (ha incursionado en una amplia gama de actividades aparentemente inconexas entre sí), jamás imaginamos que sucedería lo que está sucediendo. Sin más aviso, de un día para otro, anunció que estaba componiendo canciones. Le pedimos que nos mostrara su obra, emocionadas, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que los versos que sus labios pronunciaban eran, sin lugar a dudas, una canción de reguetón. No repetiré aquí la letra, mi sentido de decencia no me lo permite. Pero eran reguetón del bueno, vaya, en todo el sentido de la palabra. Inmediatamente volteé a ver a mi mamá, quien mordía el labio inferior, no sé si aguantándose la risa o las ganas de llorar.
Así es, señores. Después de todo lo que he despotricado en contra de este género y sus predicadores, hoy mi hermano forma parte de ellos. Toma chango tu banana. Y aunque a simple vista no tiene ningún rasgo ni accesorio en común con Wisin o Yandel (de nuevo graciasadios), encuentra en los versos reguetoneros su forma de expresión. Y, ante eso, sólo me queda adaptarme. Así que ahora acudo a sesiones virtuales de reguetón en las que me muestra sus videos favoritos y su interpretación de las letras.
Ni hablar… Jaime es una de mis personas favoritas en el mundo. Y si él puede respetar que a mí me gusta criar lagartijas heridas, yo puedo respetar que a él le guste hacerle al reguetón.

viernes, 23 de octubre de 2009

Noche de espantos

Le pueden llamar ángel, destino, suerte o consecuencia. No sé si la fuente sea divina, cósmica, aleatoria o individual, pero te manejo lo que es la buena fortuna. Incluso en los eventos desafortunados, ocurre algún suceso providencial, la cuestión se soluciona y yo salgo intacta.

El jueves viajé al DF para ir a una fiesta. Para variar, durante el trayecto se me vino a terminar la batería del celular, y no tenía el número de la casa en donde el jolgorio tendría lugar. Por supuesto que no me iba a angustiar por esas nimiedades, al fin que era una calle chica y estaba fácil dejarme guiar por la música…

Corte a: media hora después, mochila al hombro y celular apagado en manos, deambulando por una calle de mala muerte, pegando mis oídos a las puertas a ver si detrás de alguna descubría indicios de la celebración. Cuando ya las luces del taxi se habían perdido en el horizonte, y nada quedaba para iluminar el desolador panorama, me di cuenta de que mi plan era de lo menos sensato. ¿Pero ya qué me quedaba? La única opción era cargar mi celular en alguna casa pero si tocaba un timbre, y decían “quién”, ¿qué iba a contestar? Si narraba toda mi anécdota nadie me iba a dejar pasar. Evento desafortunado.

En eso, señal providencial, me topé con una puerta abierta y salió un muchachito a preguntar qué se me ofrecía. Le expliqué mi situación y pedí que pusiera a cargar mi teléfono. Se llevó mis artefactos, y unos minutos despúes volvió y me dijo “dice mi mamá que pases”. Con mi nulo instinto de supervivencia, entré al cuarto más extraño que he visto: atascado de objetos que hasta hoy no sé qué eran, y la pared cubierta de fotos, espadas y fragmentos de cuerpos de animales. “Siéntate”, me indicó. Lo obedecí, y durante eternos segundos nos quedamos así: él parado frente a mí, con los brazos cruzados, viéndome, y yo sentada, esquivando su mirada y tragando saliva endurecida. “Les gustan las fotos, ¿verdad?” atiné a decir con voz temblorosa. “Más bien los toros”, contestó.

El tipito me empezó a platicar de su familia de toreros, y me enseñó su colección de artículos periodistas que hablan de él. Ya tenía como tres. Jorge Rizo, se llama, es novato pero su familia tiene linaje en aquello de los toros. Cuando preguntó si me gustaban dije que no, pero evité confesar que en algún momento formé parte de una campaña para abolirlos. (Un rápido cálculo de fuerzas y la imagen de las espadas colgadas de la pared me sugirieron que aquél no era el mejor lugar para iniciar una discusión política de esa naturaleza).

Finalmente, llamé a mi amigo. “Estoy perdida, en casa de un torero, ¿tú qué haces?” Resulta que me había dado mal la calle y se ofreció a ir por mí. Me despedí de Jorge Rizo, le agradecí por una de las noches más surrealistas de mi vida, y le prometí seguir su carrera por Internet.

Si mis papás se enteran de esto, desaprobarán fuertemente la imprudencia y dirán que una mujercita sola en esas zonas y a esas horas es provocación directa a la mala fe de los maleantes. Tienen razón. Mi ángel/ suerte/ destino/ consecuencia de la buena fortuna quedó comprobado una vez más, pero eso no es razón para estar tentando a los demonios. No lo vuelvo a hacer.

lunes, 19 de octubre de 2009

Institnos siniestros

Creo que me atacó el virus del último semestre. Ese que te da cuando de pronto te cae el veinte de que casi llegas al mundo de las responsabilidades, que está a punto de acabar tu etapa de rebeldía, y te das cuenta de que, en realidad, no has sido tan rebelde.
En primer semestre desarrollé una serie de juicios y prejuicios hacia los tipitos que se emocionaban por ya no vivir con sus papás, salían diario a la fiesta, llegaban a clases crudos (en el mejor de los casos), y la prioridad en sus vidas parecía ser el perreo de todas las noches. Decía que eran pubertos tardíos, porque según yo esas ansias de explorar la juventud te invaden como a los 13 años, no a los 20. Y heme aquí, uno que otro año más allá de los 20, y resulta que de pronto me dan ganas de ser como ellos.
Bueno, exageré. Pero quién sabe qué me pasa que ayer me descubrí a mí misma bailando reguetón. Y con testigos. Fueron sólo unos segundos, un par de tímidos movimientos, casuales y discretos, al ritmo de “pose pose pose”. Suficiente para que un amigo atravesara el lugar y se acercara a preguntarme si aquellos simpáticos pasitos habían sido fruto de su mentecilla embotada por el alcohol. Incluso suficiente para alertar a mis acompañantes, que luego luego sacaron la cámara para captar el momento. Por supuesto, cesé de inmediato al sentirme tan observada, y fingí estar teniendo una conversación filosófica con el recién llegado, quien sabiamente me dijo que dejara de intentar resistirme a aquellos sanos impulsos.
Quizá sean estos mismos instintos siniestros los que me han llevado las últimas semanas a explorar los horizontes de la vida en Cholula que, durante 9 semestres, he tenido relegados en el lado obscuro del corazón. Tal vez los pueda inculpar de mis apariciones de esta semana en lugares que antes jamás se me ocurriría visitar. Lo bueno es que tengo una amiguita que está igual que yo. El martes salimos juntas a pasear, y en nuestra desesperación por “vivir la juventud” terminamos metidas en el Unit, con una cerveza en mano y sin saber muy bien ni en dónde pararnos. Al rato nos topamos con un amigo y juramos mantener en secreto aquel encuentro en semejante lugar, por temor al daño que podría ocasionar en nuestros respectivos círculos sociales. Por eso no publicaré sus nombres suyos de ellos, no estamos en condiciones de estar perdiendo amigos así, de gratis.
La experiencia en este sitio fue casi surreal. Un hombre, chimuelo y de más de 35, al enterarse de que el fin de mis estudios está próximo, me ofreció llevarme a una “fiesta de las drogas” para despedirme de Cholula “como Dios manda”. Un tipito, al cual ayudé a levantarse cuando cayó de espaldas sobre un sillón, buscando su celular para anotar mi número sacó de su bolsa un limón y un sacapuntas (¿eso qué?).
Después les platicaré el resto de la noche. Por lo pronto, voy a dar una vuelta por Camino Real, a ver qué maravillosos destinos me seducen el día de hoy.

martes, 13 de octubre de 2009

Becas lastímeras

Desde que entré a la UDLAP traigo en el fondo del alma una molestia, oculta pero acechante. Con el tiempo se ha intensificado y hace poco, después de una visita al CACE, desperté con una queja que me apretaba la garganta tan fuerte tan fuerte, que siento la necesidad de expresarla.

Queja: te expreso.

La cuestión que me trae emberrinchada tiene que ver con la ayuda financiera de la UDLAP. Y es que las becas aquí son bastante curiositas. Las dan por montones, nomás que a veces no resultan tan convenientes. Imagínate nomás, damita, caballero. El semestre que entra llevaré dos materias, que vienen siendo 12 unidades, casi 22 mil pesos de colegiatura. De beca tengo el 20%, lo que representará 4,392 pesos. De ahí hay que restar 3,500 que cuesta el talonario del sorteo que me enjaretarán (desde luego siempre acaba pagando mi papá, pues nadie quiere comprar boletos de 350 para una rifa, y hasta pena da estarlos ofreciendo). Quedan de beca 892 pesos, por los cuales hay que chambear 80 horas. Sale de a 11.15 míseros pesos la hora. Pues no güero, ¡nomás no salen las cuentas! Mejor me meto a trabajar al Fly, pagan 100 por día más propinas, y de paso te dan comida gratis.

Nunca me ha gustado la gente que se queja en lugar de hacer algo para cambiar aquello que le está afectando. El sábado conocí a un brasileño que acaba de comprar un Toyota, aquí en México, que le salió chafísima y se descompuso al mes. El tipito está empeñado en que le cambien su coche por uno nuevo, y aparentemente no descansará hasta que lo logre. Su estrategia no son las puras quejas: está haciendo todo lo posible porque a Toyota le salga más caro el berrinche de este señor que haberle cambiado el coche en un principio.

Estaba pensando aplicar esta misma estrategia. En lugar de quejarme con la UDLAP, armaré una maniobra para que les salga más caro tenerme como alumna este semestre que cambiar mi 20% por una beca del 100% y sin talonarios:

1) Empezaré por nunca ir al baño en mi casa, aguantarme para ir en la UDLAP y gastar su agua y su papel de baño. Voy a llevar un tubo vacío de papel para traerme tantito, para cuando no me pueda aguantar.

2) Apañaré diario tantos totopos como sea posible, y luego alimentaré a las palomas para crear una plaga de estos animales que sea muy caro eliminar.

3) Beberé agua del lago para enfermarme y luego ir a la clínica para que no me curen porque no le saben, pero que les cueste tenerme ahí con suero o algodones o lo que sea que me den.

4) Organizaré una campaña propagandística y pegaré por toda la universidad carteles de la IBERO, de AMLO, y de otros actores altamente impopulares en la UDLAP, para que la administración se vea obligada a despegarlos.

Si alguien tiene otra propuesta, o si quiere adherirse a mi movimiento alternativo de recuperación de costos, no dude en contactarme por este u otros medios.

lunes, 12 de octubre de 2009

Mis 800 pesos

Transcripción aproximada de unas palabras que accidentalmente escuché en alguna sala de computadoras de alguna universidad:

"Yo digo que todo es culpa del sistema. Los adultos se quejan de que 'los chavos de hoy' no son como los de antes, y mi jefe un día describió a mis amigos como 'una bola de rufianes y pelafustanes'. Pero no se dan cuenta de que uno trata de pulir las virtudes, y por esta que nomás no se puede.
Les pongo un ejemplo. Los tacaños de la universidad me niegan una buena beca, me dan un porcentaje chafísima, me enjaretan tres talonarios del sorteo y, después de pagarlos completos porque nadie los quiso comprar, me quedan 800 miserables pesos de beca.
Para colmo, mi jefe no se detiene a considerar el arduo trabajo, las noches en vela escribiendo ensayos, no porque los haya procrastinado hasta el último minuto, sino por las ganas que les meto. Nel, nada de esto le importa a mi jefe. En lugar de darme los 800 como premio y de cuates, se los quiere apañar porque según dice que, de todas formas, es él quien me mantiene. Agarra y me dice que si me los diera, los gastaría en mis vicios de puberto tardío. Pero pues, ¿qué otra?
Primero iba a comprar útiles escolares, al cabo que tengo mi libretita de la universidad y las plumas que me apaño del piso o de la feria de asociaciones estudiantiles. Nomás sería lo de los libros. Pero solamente el de negocios cuesta casi 400. Ahí ya se me fue la mitad y así no salen las cuentas, güero. No es mi culpa que la ley del libro no funcione y que encima no hay subsidio al estudiante…
Viene siendo básicamente lo mismo cuando uno quiere invertir sus 800 pesos en otros asuntos escolares, como es el tráfico de trabajos finales con los colegas que te manejan lo que es la ñoñería. No es mi culpa que yo no sea bueno para la escuela, cada quien sus fortalezas y si las mías son otras, ¿qué hay de malo con reconocer la ventaja comparativa que tienen otros? Pero ellos también están coludidos con el sistema, son los burgueses del conocimiento, no entienden que no todos en el proletariado salimos tan matados, y se venden tan caros que con mi presupuesto no cubriría ni dos ensayos de arriba de nueve. Entonces me tendría que conformar con el ocho, y ahí vienen los alegatos de que si soy mediocre o que si sabe Dios qué.
Ahora, que si invierto el dinerito en los establecimientos de alrededor de la universidad, otro gallo nos cantaba. Fíjate, en El Tiki me alcanza para invitarle el chupe a la banda hasta dos veces, de menos, y así ya las próximas me invitan ellos. Se llama maximizar los recursos, y lo vi en clase con Almazán.
El punto aquí es que el mismo sistema capitalista neoliberal nos acorrala y no nos queda otra opción que someternos a estas reglas de la globalización y el libre mercado. Yo por eso digo que si se arma la revolución, le entro.”

NOTA: Las palabras altisonantes en este relato han sido sustituidas por un lenguaje familiar y dominguero, apto para todo público

sábado, 12 de septiembre de 2009

Cumpleaños y años

El otro día fue mi cumpleaños. Echada en mi cama y empachada de pastel, entré en una profundísima reflexión: sobre lo que ha significado laedad.
De chiquita estaba bueno aquello de los regalos y las piñatas, pero cumplir años era también una humillación. Dada mi minúscula estatura pasaba yo a ser la burla del salón, cosa que a esa edad me preocupaba bastante. Me acuerdo que mi mamá me hacía un chongo en el pelo, gracias al cual los compañeritos me empezaron a decir “la fuente”. A los pocos días, un maldito escuincle ocurrente dijo que más bien yo era “el chorrito”, y entonces perdí mi dignidad.
Aunque estos chascarrillos sucedían en cualquier momento, se ponía peor en épocas de mi cumpleaños porque entonces me preguntaban “¿cuántos cumples?”, yo respondía “diez”, y la gente se mostraba cruel: “¡No es cierto! Pareces como de seis”. Y yo me ponía triste.
Hace tiempo fui a una fiesta en donde regalaban Red Bull, y me acerqué a pedir uno. La tipirrina del puesto me dijo, “Perdón, amiguita, son para mayores de 13 años”. Un poco ofuscada, sólo pude contestar “Tengo diecinueve”. Y, con la cabeza gacha y sin bebida energética en manos, me alejé.
Pero la juventud sólo está en la apariencia. Hoy en día, los motivos de burla son otros. Mis colegas comentan con saña sobre mi edad porque soy la mayorcita y se jactan de su supuesta juventud. Siempre digo que dos años no son nada, pero en el fondo sé que la diferencia es mayor. No hablo de madurez, sino de señorez, que son dos cosas distintas.
Por ejemplo, a los 15 años, cuando debía estar en el clímax de la adolescencia y moverme al ritmo de Bricny Spirs, dije frente a todo el salón que mi canción favorita era Memories, de Cats, y de nuevo perdí.
En mi cumpleaños de 18, intenté por primera vez ir a un antro. Pero que voy llegando y que me va saliendo el señorcito con que no era yo la de la foto de la identificación. En lugar de insistir, me fui muy tranquila a comprar unos esquites en la esquina, en lo que mis amigas se daban cuenta de que me quedé afuera y se salían a rastras del antro.
Mismamente ahora, ya más grandecita, mis papás se frustran porque los viernes en lugar de salir con mis amigos me meto en medio de los dos a ver películas, toda molesta.
Soy la típica que, cual señora dizque muy cool, quiero usar el vocabulario “de los chavos” con consecuencias ridículas, como decirle Pipod al Ipod, Blueberry a las Blackberries, y Videohead a Radiohead. Los antros me ofuscan, me da sueño a las 11, y me gustan los suéteres tejidos y de rombitos.
Aquellos años mozos se han ido, hoy me duelen las rodillas cuando corro y me aproximo al mundo de los bichocos. Hoy en día celebro que se acerca el momento en el que decir que Memories es mi canción favorita, sea socialmente aceptable.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Lleve lleve, su título de licenciado

Sí mire, buenas tardes señores usuarios, el día de hoy les traigo a la venta, directamente desde la empresa, esta su universidad, su centro de estudios superiores, la Universidad de las Américas Puebla. Sí mire, usted se va a llevar este paquete que le incluye, le trabaja, le contiene, innumerables beneficios para usufructo suyo de usted.

Este paquete le contiene primeramente las mercedes de un campus que se viene considerando como el más hermoso del país, ya que le contiene su jardín de rosas y demás flores exóticas, su lago natural y sus verdes campos al estilo planicie africana. Mismamente encontrará las antiguas construcciones de la zona residencial, de gran valor arqueológico y decorativo ya que han sido conservadas intactas por decenas de años.

Sí, mire, se va a dejar apantallar por los jolgorios organizados al interior de los planteles educativos, como es el día UDLAP, en el que usted podrá escuchar y perrear al ritmo de los éxitos del momento, reproducidos para toda la comunidad desde el jardín central y en formato emepetrés. Son los éxitos de los grandes, como son La factoría, Wisin y Yandel, Don Omar, Fey y Cristina Aguilera. En este gran festejo nadie queda excluido, ya que la algarabía entra en todos los salones y envuelve a todos los señores usuarios, incluyendo aquél aguafiestas que intentaba continuar con las lecciones académicas.

Del mismo modo, para el caballero atento y la damita curiosa, la UDLAP le ofrece una bonita variedad de vestimenta, calzado y peinado de vanguardia, para toda temporada y estilo pero siempre al último grito de lao moda. Estos atuendos se pasearán por los pasillos universitarios en perchas humanas, para deleite de usted, querido espectador.

El paquete le va a contener también lo que son los videojuegos, el güi, el billar, la variedad de cafeterías, y demás instalaciones que facilitan la convivencia del estudiante.

Mismamente desde la empresa le traigo para usted la oferta: se va a llevar todo a cambio de un corto horario de entrenamiento académico. Dos cincuenta le vale, dos cincuenta le cuesta. Por dos horas y media a la semana de clase por materia, usted tendrá acceso a todas las facultades mencionadas por esta voz que le habla.

Y si usted, joven, señorita, veía con temor el final de los estudios por tener que acompletar lo que es la tesis académica, no se angustie. El día de hoy le traigo la oferta: con su nueve de promedio será beneficiario de la abstención de la tesis.

Otros proveedores le trabajan esta misma oferta, pero mas sin embargo olvidan recalcar la dificultad de que sea usted merecedor de dicha calificación. En esta promoción, exclusivamente desde la UDLAP, el 57% de nuestros señores usuarios serán acreedores de la distinción que los libera de la elaboración de este documento.

Llévelo llévelo, es su título universitario, directamente desde San Andrés, Cholula, Puebla, más fácil que nunca. Que no le digan, que no le cuenten.