jueves, 18 de junio de 2009

Los aviones y yo: un romance imposible

Algo hay en los medios de transporte que despierta en mí los rasgos menos carismáticos. Lo he comprobado vez tras vez en la bicicleta, pero en este viaje me ha tocado ponerlo a prueba con los elementos aéreos (léase aviones o aeropuertos). Me encanta volar en un avión, sólo que de plano no es lo mío. Hace algunos días tenía que tomar un vuelo de Bélgica a Santander, en donde pasaría la segunda parte de la vacación, con mis tíos que desde hace algunos años viven en tierras españolas.
Para vuelos baratos está Ryanair, con quienes puedes encontrar tarifas bajísimas con el problema de que te cobran absolutamente todo. Por ejemplo, cada kilo extra de equipaje te cuesta una fortuna, de la cual claramente carezco y, por tanto, busco evitar a toda costa. Para no pasarnos del límite de peso que se puede documentar en el avión, Jo y yo desarrollamos varias estrategias. Primero, nos pusimos encima toda la ropa posible: cada quien dos playeras, tres suéteres, bufandas y algunos otros trapos. Luego, optamos por poner las cosas más pesadas en nuestro equipaje de mano. El mío era la mochila de mi computadora, (porque se me ocurrió la brillante idea de traerla a Europa, según que para hacer mi tesis). Además del aparatejo metimos ahí todo lo electrónico: cables, cargadores, cámara, máquina depiladora, convertidor de voltaje y otros dispositivos electrónicos que consideramos necesarios para el viaje. También traía cosillas de las mujeres coquetas, oartículos personales que les llaman. Y ahí estuvo el embrollo.
Después de documentar las maletas nos enfilamos hacia la zona de abordaje, en donde te revisan que no traigas bombas etcétera. Me semi-encueré como es requisito, lo cual tomó varios minutos por la enorme cantidad de ropa que traía encima, me palpó la señora policía, y nos pasaron, a mí y a mis pertenencias, por detectores de objetos indeseados. Y chin, que me detectan un líquido. Traía yo Sedal Rizos Hidratados y pasta de dientes, que están prohibidos y por ser una vil vanidosa cualquiera, sonó la alarma y me pasaron a lo que viene siendo la revisión intensiva. Uno de los guardias, bastante apuesto por desgracia, se dio a la tarea de revisar a detalle mi equipaje. Con descaro abrió mi maleta y recorrió cada recobeco, sacando absolutamente todo, hojeando mis libros, oliendo mi desodorante el muy puerco, y sin el menor asomo de discresión. El único momento en el que se chiveó un poco fue cuando hizo favor de desparramar mis productos sanitarios femeninos por toda la barra, y luego entre los dos recogimos Kotex y tampones, mientras la señora policía nos miraba, y él se puso rojo rojo y sólo me decía "Desolé, desolé." Maldito insensible.
Desupués de confiscar mi Sedal y mi pasta el guardia pensó que podría meter todas mis pertenencias a la mochila, así como si nada, como si no me hubiera tardado más de media hora en acomodar cada artículo. No pudo, desde luego, y menos porque el cierre no funciona y es toda una maña cerrarlo, acabé haciéndolo yo. Total que en el chistecito se nos fue un buen rato, y para cuando logramos pasar de ahí ya era mucho después de la hora para abordar. Llegamos a ver la pantalla en donde avisan de qué puerta sale cada avión, pero era tan tarde que el nuestro ya no estaba anunciado. Jo estaba toda angustiada, corriendo de un lado a otro como gallina sin cabeza para ver si alguien le podía dar información. Yo, con la calma de siempre, seguía viendo la pantalla a ver si mágicamente aparecía mi vuelo.
En eso, escucho en el aire mi nombre: "Marcela Orraca et Marie José Orraca, presentez vouz au porte sept, IMMEDIATEMENT". Como loquitas, nos dirigimos hacia la puerta siete. Iba yo corriendo, veloz cual gacela y con una ligereza que pocas veces había sentido en mi vida. Atrás, escuchaba ruidos extraños y pensaba "Qué escandalosa es mi hermana para correr." De pronto escuché a Jo gritar: "¡Marce, te estás desconchinflando!", y volteé para ver a la pobre recogiendo una serie de aparatos y cables que yo había desparramado por mi camino. El estúpido cierre de la mochila se había abierto y la razón de mi ligereza no eran mis largas piernas sino una reducción en mi equipaje. La ayudé a recoger y muertas de la risa llegamos hasta el aparador, con los brazos tan cargados de cosas que no podíamos ni entregar el boleto. Nos esperaba ahí una señorita con cara de "por fin se dignan a aparecer", y yo todavía le intenté explicar en francés que todo era culpa de un guardia.
Al fin entramos al avión. Imaginen la escena. Dos seres minúsculos en estatura, todas sudadas y despeinadas, con una cantidad absurda de prendas de ropa encima, cables enredados en los brazos y el cuello, y una maleta a medio abrir en las manos, caminando por el pasillo de avión buscando dos asientos vacíos y golpeando a nuestro paso a la mitad de la tripulación. Yo sólo decía entre dientes "Jo, evita a toda costa mencionar tu nacionalidad." Si nuestra dignidad estaba destruida, al menos podríamos salvaguardar el honor de la patria.


lunes, 15 de junio de 2009

Dalai Lomas

Por más que me digan que la suerte no existe, no les creo nada. Llevo toda la vida comprobando que son puras patrañas. Como ejemplo les presento el siguiente acontecimiento, muestra de que la vida nos presenta continuamente visicitudes de la fortuna.

Hace algunos días, aún en territorio holandés, María José y yo visitamos la bellísima ciudad de Den Haag. Antes de proseguir vale la pena hacer un paréntesis para reconocer mi absoluta falta de cultura, pues hasta una semana después del paseo me enteré de que Den Haag es nada menos que La Haya, sede de la Corte Penal Internacional. Y yo que pensaba que era una especie de Ixtapa holandés... En mi defensa, la monita del puesto de turistas no nos mencionó las instalaciones de la Corte entre los atractivos del puerto, y en su lugar nos hablaba de un museito cualquiera y de no sé qué jardines de la reina.

Aconteció entonces que las tres nos paseábamos sin rumbo por La Haya cuando vamos viendo un masacote de gente reunida, rodeada de policías. La grilla, la grilla, y desde luego que nos fuimos a insertar entre la muchedumbre. Preguntamos a uno de los presentes que de qué se trataba tal congregación, y nos vamos enterando de que vendría nadie menos que el mesmísimo Dalai Lama. Según. Yo nunca me he considerado seguidora del monje y sus enseñanzas budistas o, como diría el amigo Pablo, Dalai Lomera. Aún así, la oportunidad era única.

Por supollo que quisimos presenciar tal acontecimiento. Y, por esto les digo que la buena suerte existe, a los dos minutos que va llegando la carabana de coches elegantísimos, escoltados por policías y guardias de varia especie. Bola de perdedores los holandeses que llevaban horas esperando, porque al no hablar su idioma y no entender bien a bien sus normas, de pronto yo me encontré como a dos metros de uno de los automóviles, mucho más cerca que cualquier otro. Hasta que me di cuenta de que los gritos del policía iban dirigidos a mí, y me tuve que retirar un poco.

Pero no importó: justo entonces bajó el Dalai Lama de su coche, rodeado de guardias. Atónita, no podía creer mi situación: a escasa distancia del personaje, sin nadie entre él y yo, fotografiándolo libremente y calculando en cuánto podría vender aquellas valiosas imágenes. A continuación, uno de los retratos que capturé del monje tibetano.




Mientras, la bola de estúpidos curiosos y reporteros no se habían dado cuenta de que el Dalai ya había bajado del auto y se ajetreaban alrededor de los vehículos de las escoltas, con sus cámaras listas para captar el momento. Pendehos.

No había terminado de celebrar mentalmente mis habilidades periodísticas cuando un suceso provocó mi confusión: del automóvil desciende otro monje, idéntico al que yo había fotografiado.

Y de pronto, por atrás, me sale un tercer personaje, de nuevo, igual.




"¿Cómo?" me dije, "¿Cuál es el bueno?" No importaba, habría que captar a los tres, no fuera a ser que se me escapara el mero mero.

Súbitamente, en la lejanía, la pelusada empieza a gritar y aplaudir. Interrumpí mi intensiva sesión de fotos para entender el por qué de la algarabía, y pronto comprendí de lo que se trataba. El Dalai Lama no era ninguno de los tres a los que yo acosaba frenéticamente. Pendeha.

Corrí hacia la masa e intenté insertarme entre ellos para obtener al menos una imagen de la eminencia, pero me resultó imposible. Recurrí entonces a la vieja técnica reporteril, levanté el brazo, cámara en mano, y oprimí el botón tantas veces como pude, con la esperanza de captar aunuque fuera la cabecita pelona del buen samaritano. Ya se imaginarán el resultado, dado que en esta tierra de alargadas figuras mi cortedad se asemeja al enanismo. Fracaso total.

Pero bueno, un detallito cualquiera como este que les cuento no me quita la emoción del evento. Para la posteridad, diré que fotografié al Dalai Lama, al fin y al cabo les apuesto que tampoco ustedes lo reconocerían.



domingo, 14 de junio de 2009

La campiña holandesa

"Dutch people are weird" fue quizá la frase que más escuché durante los diez días que estuve en tierras holandesas. Esta visita breve no me da autoridad para repetir la frase con certidumbre, pero sí puedo aportar evidencia que reafirme la teoría. En aquel tiempo, estuve con mi hermana paseando en bicicleta por los poblados cercanos, entre encantadoras casitas de techos rojos y campos sembrados con vacas pastando. Fue en uno de estos campos en donde encontramos, ahí plantado sin más ni más, un escusado. Como si fuese un árbol cualquiera. Blanco, limpio, lejos de oxidarse o de cubrirse de hierbas. A su alrededor, esparcidos aleatoriamente por el mismo campo, otros cuatro iguales.
Jo y yo no lo podíamos creer. Un solo escusado ya era raro, pero podríamos adjudicarlo a un holandés de costumbres peculiares que gusta de hacer sus necesitades a la intemperie, para inspirarse con el paisaje. Pero, ¿cinco iguales? ¿Guat da hell? ¿Será una obra de arte?

Tanto nos sorprendió el hallazgo que quisimos averiguar de lo que se trataba y fuimos a buscar a algún individuo en los alrededores. En el terreno aledaño nos topamos con una señora que regaba las plantas mientras su vaca pastaba al lado. Cordialmente le preguntamos en inglés que por qué diantres había cinco escusados en medio del campo. Como la tipita y su mascota nos miraban con el mismo grado de entendimiento, asumimos que no podría ayudarnos y, por no hablar holandés, nos quedamos con la duda.
Señores usuarios, el día de hoy les traigo directamente de la empresa, exclusivamente aquí, en este su blog, lleve lleve su suvenir, su foto del recuerdo, del escusado en los campos holandeses. Que no le digan, que no le cuenten, llévela hoy mismo, es la foto del recuerdo.

jueves, 11 de junio de 2009

Ciclismo urbano

Dice María José que en Holanda el punto más alto es un holandés. Y es cierto. Uno puede recorrer pueblos y ciudades sin toparse jamás con una elevación del terreno. De ahí que el uso de la bicicleta sea tan común. Y de ahí que durante la semana y media que pasé en estas tierras, yo tuviese que usar la mía.
Uno cree que domina ciertas artes, y de pronto se va enterando de que nopales, que nada que le sabe. Así me ocurrió a mí en esta ocasión: descubrí que no te manejo lo que es el ciclismo urbano.
Como ya lo saben, no soy novata, el bellísimo Pueblo de Cholula ha sido mi campo de entrenamiento durante meses. Pero una cosa es ir entre pipopes y perros cholultecas, y otra muy distinta es seguir las reglas de tráfico de una ciudad en la que el 80% de la población se mueve en velocípedos, y estos tienen sus propios caminos y semáforos. No les voy a mentir: andaba yo espantada.
Primero intentamos que Jo me llevara en la suya, pero si coordinar uno mismo su bicicleta es complejo, sólo imaginen lo que es llevar en el lomo a una pasajera que además del peso considerable que aporta, continuamente te clava las uñas en la espalda. Total que se nos complicó, y a los pocos metros de casa caímos juntas del vehículo, y cada vez que nos trepábamos la gente aledaña se detenía para observar el patético espectáculo. No había más remedio que usar mi propia bici.
Aquí entraron las reglas de tránsito bicicletero. Si supieran el trabajo que me costó acatarme... En más de una ocasión me pasé el alto, provocando entre los holandeses lo que yo calculo que eran mentadas de madre. Lo mismo ocurrió en las dos ocasiones en las que me estrellé contra la bici de alguien más. A Dios gracias que todo era en holandés y yo sólo contestaba "ashuet, ashuet", que según yo quería decir "disculpe." Evidentemente no, y Jo me tenía que corregir cada vez: "Es ashublift." O algo.
Lo peor fue cuando descendí involuntariamente del aparatejo al cruzar la calle, justo cuando venían hacia mí tres apuestos holandeses en sus bicicletas. Causé un desparpajo entre los pobres pues al intentar evadirme se estamparon entre sí. De nuevo, insultos indescifrables.
No es fácil acostumbrar al cuerpo a pasar tanto tiempo en bicicleta. Con las piernas no tuve problema, ya ven que soy atlética por naturaleza y algunas horas al día pedaleando no me hacen ni cosquillas. (Aunque la gente aquí no me creía mucho cuando me veían llegar a cualquier lugar roja roja, sudando y sin aliento. Pero esto era por el clima.) El mayor problema está en otras partecitas. Sin entrar en detalles, digamos que la mitad de mi estancia en Holanda tuve que caminar como si trajera pañal, con las patitas abiertas, toda adolorida. Aún siento feo cuando me acuerdo de subir y bajar las banquetas...
Eeeeen fin. Para terminar con una nota positiva, tengo que reconocer que me gustó este modo de vida. Nuestros largos paseos en bicicleta no sólo nos permitieron ahorrar varios euros en transporte público, sino que contribuyeron a reducir los efectos catastróficos que la inflación en el precio de las verduras holandesas va dejando en mi cuerpecito.

viernes, 5 de junio de 2009

Por los aires de terciopelo

Pues por azares del destino, con ayuda de mi ángel de la guarda y de alguna que otra conocencia, contrario a todo pronóstico, me encuentro sentada en primera clase de un avión de México a Madrid, rodeada del puritito terciopelo de la tripulación.
No fue así desde un principio. Estaba yo sentada con toda la pelusada cuando llegó la amable señorita a decirme que la siguiera y la seguí, tan obediente. Hasta pude escoger entre ventana y pasillo. Quise la primera porque me gusta asomarme y más cuando es de noche y la luna se refleja en las alas del avión.
A mi lado viaja un señor que apenas llegué y me tendió la mano para presentarse. Gonzalo Blanco, me dice, mucho gusto, seremos compañeros de asiento. Quiúbole rumi, le digo, que ya ven que la fineza siempre se me da. Me acomodé en mi amplio asiento, consciente de la importancia de fingir que estos lujos son naturales y cosa de todos los días, muy propia cual señorita acaudalada o lo más señoritezca que pueda yo parecer, tampoco será tanto por mucho que me esfuerce.
A los pocos minutos mi rumi dijo que ahora volvía, y es hora que no ha vuelto desde hace más de 20 minutos. No es que me angustie ni me haga falta, al contrario, qué bueno que se fue un ratito porque así me dio tiempo de explorar la maquinaria que me rodea.
No es cosa fácil, no se crean, estoy rodeada de una cantidad absurda de aparatejos que ofrecen todo tipo de comodidades y divertimentos. Pero está canijo descubrirlos todos y aprender a manejártelos sin hacer evidente que soy medio retrógrada en el mundo de la tecnología. Acá ando, entonces, picoteando botones y jaloneando palancas según yo disimuladamente. Encontré una tabla extraña que, después de luchar un rato y de expresar con chasquidos mi falta de entendimiento, comprendí que su función es la de brindarme un poco de privacidad ante el rumi que aún no regresa. En el respaldo de enfrente hay una cosa que yo creí que era la pantalla de televisión, hasta que vi al ejecutivo de adelanta sacar la suya pantalla de otro lugar y, discretamente, le copié.
Justo ahora llega el rumi, quien ya me trata de “Marcelita”, y qué bueno que no estuvo aquí hace algunos minutos cuando, sin el menor disimulo, saqué a relucir la nacolinez apachurrando todos los botones que acomodan el asiento de 85 maneras distintas y emitiendo pequeñas exclamaciones de asombro tras cada nueva posición que descubría. Vergonzoso. Pero aquello quedó en el pasado y ahora me encuentro en pleno dominio de la situación.
Se está haciendo de noche, abajo nubes como pasto, al lado el Sol que es una franja anaranjada, y arriba el cielo más azul.
Obviamente, el que es perico donde quiera es verde, aunque la mona se vista de seda, y yo tenía que salir con mi chistecito. Quise verme muy adaptada sacando como si nada mi tele, y chin, que se me complica. Don Gonzalo amablemente me ayudó. Y luego de pronto que aparece el señorito por tercera vez ofreciendo almendras y canapés. Desde luego que quiero los míos, si no me los como ahorita me llevo mi itacatito para mañana en el aeropuerto cuando me encuentre de vuelta entre los comunes. Así que quise mi porción, pero al intentar sacar la mesa, que se me atora con la tele que olvidé cerrar. Perdón, joven, un golpecito ligero a la pantalla, un rayoncito ligero, cosa de nada, no se fije, y el joven me mira con una sonrisa de paciencia y condescendencia. Pero yo ahora trago jamón serrano y queso brie y me dispongo a ver las películas que me ofrece el catálogo.
Ya mañana, me arrastraré sin dignidad por el piso del aeropuerto de Madrid cuando tenga que dormir ahí para esperar mi vuelo a Holanda al día siguiente. Pero por ahora, me apoltrono en mi cama voladora y disfruto de esta hermosa vida de ricos.

Aventuras de dos hobbits en Holanda

Hace algunos días, tras más de un año de ahorros, emprendí un viaje a tierras europeas. Mi destino inicial: Tilburg, un pueblo holandés en el que desde hace casi seis meses radica mi joven hermana.
A petición del querido futurito, y también en parte porque bloguear es un vicio, he decidido compartir contigo, damita, caballero, en este tu espacio cibernético, las aventuras que hoy me depara el destino.
Las siguientes entradas, entonces, se denominarán "Aventuras de dos hobbits en Holanda", dada la reducida estatura de esta su servidora y mi hermana, que en un país de alargadas figuras destaca más que nunca.
Por su atención y preferencia, AOPG le da las gracias y le desea un feliz día.

Perteneciendo al mundo académico

Decía que la clave para llevar la fiesta en paz durante el proceso de ‘escritura de tesis’ es pretender que perteneces al mundo académico. A continuación, una serie de consejos prácticos que te permitirán jactarte de ser un researcher y, como tal, permanecer en las instalaciones de la UDLAP por tiempo indefinido.

1) Lee un par de artículos y hojea algún libro para identificar dos cosas: 1) el lenguaje dominguero y sofisticado que usan los eruditos en tu tema y 2) las vacas sagradas, aquellos legendarios políticos, escritores o investigadores que han hecho historia en tu área de estudio. Cítalos de vez en cuando y nadie pondrá en duda la veracidad de tus estudios.
2) Adiestra el lenguaje académico para utilizarlo en las conversaciones cotidianas y que la gente crea que eres culto. (Para decir "Me cae que eso que dijistes te lo sacastes de la manga," es mejor preguntar: "¿Exactamente en qué información está basado ese argumento?")
3) Con tu asesor la cosa puede complicarse cuando note que continuamente repites las mismas cuatro citas. Si esto ocurre, busca algo que él/ella haya escrito sobre el tema, y cítalo. Cucharada de tu propio chocolate, dirían los instruidos. Se pondrá tan feliz de que alguien lea su trabajo que olvidará cuestionarte sobre el tuyo.
4) Cualquier respuesta relacionada con tu actividad como investigador es perfectamente válida para cualquier pregunta. “¿Por qué duermes 11 horas al día?” pregunta la mamá. “Es necesario para la investigación”. “¿Por qué subiste tres kilos en una semana?”, cuestiona la amiga. “De acuerdo con (inserta nombre de vaca sagrada) la masa corporal es directamente proporcional al nivel de actividad neuronal”, respondes sin titubear. “¿Por qué no has entregado el primer capítulo?” pregunta el asesor. “Estoy desarrollando un marco teórico conceptual, cuya esencia se vería en peligro si lo plasmara anticipadamente en papel”.
5) En tus respuestas jamás digas “lo haré mañana”, porque implica a) admitir que ya debiste haberlo hecho y b) comprometerte a hacerlo mañana. La respuesta adecuada explica que la tarea no se ha hecho porque aún no es momento, y deja abierto un amplio marco temporal para cuando dicho momento llegue.
6) Crea una firma electrónica que consista en tu nombre, tu puesto y tus teléfonos. No te preocupes si no tienes puesto: autodenomínate como te parezca adecuado.
7) La utilización de las iniciales al escribir es una constante en el mundo de los ilustrados. Aprende los acrónimos importantes en tu área y crea los tuyos propios. Si no logras inventar ningún concepto innovador para el cual puedas aplicar un acrónimo, no te angusties, se vale crear acrónimos para conceptos existentes. No te limites al ámbito profesional. Puedes hacerlo en tus conversaciones por Messenger, por ejemplo: TMT (tengo mucho trabajo). ¿QHM si TMT? (¿qué haces en Messenger si tienes mucho trabajo?). MEP (me encuentro procrastinando).
Si aplicas los conocimientos propuestos en mis últimas tres columnas, tendrás garantizados otro par de semestres de cómoda vida estudiantil. Eventualmente, habrá que sentarse a escribir la tesis. Pero tú tranquila, damita, caballero, que todo a su tiempo. Por ahora, relájate y sigue disfrutando.