lunes, 31 de marzo de 2008

Mis visitas

Se fueron mis visitas. Fueron más de dos semanas de casi olvidarme de la escuela y de los graduate students y de cómo es la vida aquí cuando estoy sola. Me la pasé padrísimo.
Primero llegó mi hermanita, Jo, a recordarme que en realidad extraño más de lo que creo. También me dejó en claro que gran parte de mi tetez es hereditaria. Luego llegó mi mejor amigo, Kike, a quien me emocionaba presumirle los grados extremos de ñoñez a los que he llegado en estas tierras. Los dos me hicieron pasar una de las semanas en las que más me he reído en mi vida. A mí y a mis tres compañeros invisibles.
Después llegaron Millas y Martha, mis amigas. En Nueva York estuvimos con nuestra otra amiga, Mey, que está viviendo allá este semestre. A ratos creo que me odiaron un poco. Como cuando cada noche insistía en que nadie se durmiera porque todvía me quedaban ganas de platicar y reírme. No entendían lo que es estar dos meses sin amigas con quién chismear. También me odiaban cuando, una vez que me dejaban en claro que ya se querían dormir y no querían hablar conmigo, yo me revolcaba incesantemente en mi eslipin bag sobre el colchón inflable porque no me podía acomodar. Y también me odiaban cuando me burlaba de ellas porque hacen voces ridículas cuando hablan con sus novios por teléfono. Pero yo las disfruté mucho.
Las disruté incluso cuando se burlaban de mí porque yo en vez de mandarle mensajes al novio para que me hablara, le mandaba mensajes a mi mamá. Y lo peor es que ni me hablaba y mis amigas me decían que aunque esté en Harvard, siempre seré igual de luser. Aunque eso sí, el día que regresamos a Boston, mi mamá repuso su falta marcándome desde la comida familiar, y yo (y mis amigas) escuchamos en el altavoz los saludos de toda la familia. ¿Quién es luser ahora, eh? Yo no vi que a nadie de ellas le hablaran por teléfono su mamá, su papá, su hermana, tres tíos y tres primos, una de ellas en comunicación desde el Nextel, con el tío como intermediario. ¿Ah, verdad? Qué luser ni qué nada. Soy bien buenaonda y mi familia tambien.
Cada uno de los cinco, a su manera, me recordó cuánto los quiero. Me encantó poder enseñarles en dónde estoy, qué hago, cómo soy. Y me gustó aún más darme cuenta de que dos meses sin verlos no son nada cuando el cariño es tanto.
No me quedo triste. Los extraño, a ellos y a muchos otros que no vinieron. Pero es un extrañar lindo, contento. Me emociona mucho el tiempo que me queda aquí, la montaña de trabajo pendiente que tengo después de dos semanas de libertinaje, mis amigos de acá, mis clases. Y también me emociona que en unos meses estaré de regreso con todavía más cosas que contarles y escucharles contar. Y quién sabe, de aquí a que regrese no dudo que puedan nacer unos nuevos personajes invisibles que quieran platicar con todos ustedes...

M&M's, Starbucks, y unas sorpresas

Estoy de regreso en NY. Resulta que a mis amigas les gusta mucho comprar y estos días he entrado a una cantidad absurda de tiendas. A mí también me gusta comprar, desde luego, y lo he hecho en gran escala gracias a los precios de la ropa en plena crisis económica. Pero estos son niveles extremos. Además no me parece conveniente gastar mi beca completa en garritas de última moda. Lo bueno es que desde chica me he entrenado en el arte de siempre traer un libro en la bolsa, porque uno nunca sabe cuándo se presentará la ocasión de sentarse en las escaleras de Old Navy a leer algunos párrafos.
Ayer en la noche ya alucinaba las tiendas y mis amigas querian seguir con el chopin. Yo de plano tiré la toalla y decidí dejarlas que satisficieran sus necesidades de gastar mientras yo buscaba dónde podríamos satisfacer nuestras necesidades alimenticias, que a esas horas ya eran grandes.
Así, caminando por la impresionante avenida Broadway, me topé con la tienda de M&Ms. Mey mi amiga, que como vive aquí en NY tampoco estaba con ánimos de seguir comprando, me propuso que entráramos. Emocionada por el prospecto de tres pisos de chocolate, acepté. En cierto sentido, la tienda fue una decepción porque lo último que hay son chocolates. En cambio, es el ejemplo perfecto de la cultura de consumismo. Absolutamente nada en esa tienda tiene una función práctica, y sin embargo cada día se venden miles de dólares y tiene cientos de visitantes.
Bueno, exageré. Algunas cosas sí pueden ser útiles, como las playeras, los llaveros y, sobre todo, las maquinitas que rellenas para que cada vez que aprientas un botón te salga un M&M. Artículo básico que todos quisiéramos tener a nuestro alcance.
Pero lo impresionante es la mercadotecnia: es toda una industria, un mundo que se ha creado en torno a los monitos de las lunetas. Ni siquiera los monitos: sus colores. El chiste de la tienda son los colores casi fosforecentes que, no lo niego, visualmente son muy atractivos. Pero son los colores de todos los días: rojo, amarillo, verde, azul... Y aún así, han logrado adueñarse de ellos de una manera impactante, a través de su estrategia publicitaria.
Martha se ha enfrentado a otra evidencia de esta cultura dominada por la publicidad. La pobre lleva desde que llegó buscando unos picos, tenis especiales para correr. Los quiere para una amiga suya que practica el atletismo a nivel profesional y no los consigue en México. Hemos entrado a más de diez tiendas de deportes y ropa deportiva. Hemos visto cientos de pares de tenis. Pero ninguno como lo que necesita. Porque todas estas tiendas están construidas en torno a una imagen determinada de lo que es hacer ejercicio, campañas publicitarias dirigidas a un cierto grupo de personas. Lo importante no es el rendimiento como atletas, sino la moda en el gimnasio. Si alguien está buscando entrenar, hacer del atletismo su carrera profesional, estas tiendas no son para ella.
Lo peor del caso es el enorme poder de seducción que tiene este mundo. O mi debilidad ante él. En los dos meses que llevo aquí ya me volví adicta al café. Pero estando en Nueva York descubrí que no sólo es al café como tal, sino al café de Starbucks. En Boston no lo notaba porque en todas las cafeterías venden café de esta marca. Aquí, un express o americano en Dunkin Doughnuts o la tienda de al lado simplemente no es lo mismo. Muchas veces pago la diferencia en precios no porque sea café de mayor calidad, sino porque ya me convencí de que es lo que quiero. En tan sólo unas semanas ya soy practicante del "Starbucks way of life,"como dice el profesor de economía.
Pero me consuela saber que no es lo único que hay en estas dos ciudades. El consumismo es una gran parte de ellas, pero nada nuevo, nada que no todos sepan y que yo misma ya me esperaba antes de llegar. Lo que no me esperaba tanto son otros aspectos de la sociedad. La calidad de la gente en Boston, su soledad, o el choque racial en Nueva York. Incluso cosas que aunque me esperaba, me han sorprendido, como el buen nivel del teatro y los museos. El tipo de vida aquí es otro y no puedo negar que, con pros y contras, he disfrutado cada momento.

sábado, 29 de marzo de 2008

Notificación a los usuarios

Si buenas tardes, damitas y caballeros, el día de hoy les traigo una notificación. Directamente de la industria, exclusivamente para ustedes, es la notificación de las siguientes mercancías. El paquete le contiene lo que son las siguientes entradas en este su blog.
Es una recompilación de los sucesos de los éxitos del momento de su viaje a la ciudad aledaña de NuevaYor. Es material inédito que ha sido escrito mas no publicado en días anteriores, y que ahora se encuentra en formato eme-pe-tres para el alcance del cliente. Es la narración de los sucesos que en su momento tuvieron lugar y que, por motivos de la voluntad de El Señor, no han salido a la venta.
Sírvase de leer los siguientes contenidos a sabiendas de que se desarrollaron en días pasados con anterioridad a ahora pero que es ahora cuando la industria los pone ante ustedes, usuarios.

martes, 25 de marzo de 2008

Osito de peluche

Si alguien tiene ganas de sentirse orgulloso por unos momentos del Distrito Federal, basta con viajar un día en el metro de Nueva York. Verdaderamente una cosa espantosa. No sólo es una maraña de líneas y estaciones, un revoltijo de rutas complicadísimo de entender, sino que además no funciona bien. En los cinco días que estuve en la ciudad, fui víctima de al menos cuatro fallas técnicas, por no mencionar las arbitrariedades en los cambios repentinos de dirección de los trenes, y las miradas hostiles de los señores usuarios. Bien lo decía Jo: en el DF, te paras en el andén y sabes a dónde va el metro y por qué estaciones va a pasar. Así de sencillo. Aquí todo depende de la hora del día, y cada color de línea tiene como ocho direcciones. Siendo turistas, la cosa era un volado: le atinábamos o no a llegar a donde queríamos, dependiendo de la suerte. Estando yo sola, se conviertió más bien en una condena: jamás llegaré a donde quiero.
Así fue, efectivamente, mi primera travesía sola en el metro. Una vez que mis compañeros de viaje habían partido cada quien hacia su rumbo, me intenté dirigir a China Town a tomar mi camioncito de 15 dólares para regresar a Boston. Vaya travesía. Eran sólo un par de estaciones, pero di tal vuelta que me las ingenié para hacer una hora y veinte de camino. A Dios gracias que Harvard no está en Nueva York porque sólo él sabe qué sería de mi en una ciudad así.
Quedarme sin Enrique y Jo no sólo implicó perderme en el metro, sino que por primera vez extrañé. Siendo honesta, desde que llegué aquí no había extrañado nada. Ahora que estuvieron ellos conmigo me di cuenta de que en realidad sí hace falta tener con quien reírme de las ridiculeces de los gringos. Como la barra de ensaladas para perro que tienen en la tienda de mascotas, por ejemplo. Creo que los dos fueron testigos de que me hacía falta la compañia: con la emoción de que alguien me escuchara, me dio una verborrea que no cesó durante la semana y media que estuvo aquí mi hermana. Ahorita hasta me arde la garganta de tanto que hablé. Llegué al extremo de desarrollar cuatro personalidades alternas que sostenían conversaciones entre ellos sobre cualquier tema. No es esquizofrenia, fue simplemente que tenía muchas cosas que decir.
Total que cuando se fueron, aunque me quedé con mis cuatro nuevos amigos imaginarios, me sentí sola. Tan es así que llegando a Boston, antes de venir a mi casa, me fui al aeropuerto a recibir al segundo grupo de huéspedes que acogeré gustosa. Vaya imagen de la perdedorez: sentada en la sala de llegada, esperando un vuelo que no llegaría porque mis amigas vienen mañana. No se preocupen, de verdad no me estoy volviendo loca, eso de confundir las fechas es algo típico de mí. Aunque no niego que haya sido un poco sintomático, después de una semana en la que me acostumbré otra vez a que la gente me hable.
En fin, mañana llegan Martha y Emilia. Tendré otra semana de compañía y cuando se vayan espero que se me olvide extrañar. En el peor de los casos, siempre están mis cuatro nuevos amigos para entretenerme con sus pláticas. Si la gente me empieza a ver como loquita, pues sabré que ya pertenezco al metro de Nueva York. O mejor tal vez me compre un osito de peluche y empieze a platicar con él.

sábado, 22 de marzo de 2008

Nuevallor

Al pisar por primera vez la ciudad de Nuevallor, me he dado cuenta de que nada de lo que me dijeron o me imaginaba fueron exageraciones. Cuando salí del metro en la avenida de Broadway, me quedó claro por qué hay quienes sostienen que es el centro del mundo. Bajo esa bomba de gente, luces, movimiento, ruidos, rascacielos, coches, tiendas y puestos, no pude evitar sentirme completamente insignificante en medio de una ciudad que, sin duda, tiene vida propia.
Pero regresemos al principio. Enrique, Jo y yo llegamos acá en un camión de una compañía china que, por el módico precio de quince dolarucos, te maneja lo que es el transporte Boston-Nueva York. Por supuesto que ni el chofer ni nadie habla inglés, y al llegar te abandonan en medio de China Town. Todo sea por ahorrar unos cuantos centavitos. Además, llegar al Barrio Chino, con una cantidad absurda de equipaje resultó ser una experiencia bastante interesante. Entre la movilización de las maletas que abarcaban tres veces nuestro tamaño, un hombre acosando a Enrique, y el total fracaso de los intentos de comunicarnos en inglés con cualquiera en la zona, yo diría que proyectábamos una imagen digna de verse.
Luego de dejar las maletas en casa de la prima de Kike, fuimos a Broadway a conseguir boletos para teatro. Y ahí fue cuando entendí lo que sienten los provincianos cuando visitan el Distrito Federal (con el perdón de mis amiguis de la UDLA).* Todavía recuerdo la sensación de angustia de que el mar de cuerpos me llevara en dirección opuesta a mis compañeritos de viaje, tan pequeños que no habría sido difícil perderlos. O la desconcertación que me causaba no saber cuándo cruzar las calles. Puedo imaginarme perfecto volteando hacia el cielo tratando de ver el fin de los edificios, evidentemente con la boca abierta.
Pero la llegada a Chainataun y el primer encuentro con Brodgüey no fueron las únicas instancias en las cuales sacamos a relucir la nacolinez. Digamos que nos hemos dedicado a reiterarla durante los tres días que llevamos acá. Con decir que la frase de ligue de mi hermana en el MoMA era: "Oyes muchacho, ¿y tú también eres parte de la exposición?" Finísima. Corre en familia. Otra fue que, para no gastar en comida, nos compramos paquetitos de jamón y queso en el súper y nos metimos a un Estarbocs a comérnoslos. Kike incluso consiguó con su cuate el del carrito de hoc docs que le regalara dos panes, con su mayonesita y todo, para prepararse unas medias noches.
Aunque también ha salido un lado obscuro pocas veces explorado. El jueves nos sentamos veinte minutos a burlarnos de un chavito de 7 años que infructuosamente intentaba mantenerse de pié en la pista de hielo. Nos dio tanta risa que lo grabamos, y contábamos los segundos que pasaban de una caída a la siguiente. Nunca más de diez.
Faltan muchas cosas por contar. Los museos, los barrios, el metro, los neoyorquinos. Desde que llegué acá es el primer momento que tengo para sentarme a escribir con calma y por eso me sobran las cosas que decirles. Pero en los siguientes días me iré poniendo al corriente con ustedes. Lo he intentado guardar todo en la cabeza para poder platicarles cuando encuentre otro ratito feliz.
Pero en suma, Manhattan es, por no decir otra cosa, impactante. Pareciera que todo pasa al mismo tiempo, y completamente independiente de la actividad del hombre. Como dijo Jo, aunque las calles se vaciaran de gente y coches, la ciudad seguiría en movimiento. Da la sensación de que el lugar ha adquirido vida a tal punto que ahora todo continuaría su curso aún si ya no hubiera personas.
*Eric, me contagiaste las ganas de usar la palabrita.

martes, 18 de marzo de 2008

Los tres caballeros

Una de las cosas más increíbles de este lugar es que nunca sabes con quién te estás sentando a comer. Cualquiera pensaría que sus nuevos amiguitos mexicanos son unos mortales comunes y corrientes. Inteligentes, probablemente; simpáticos, sin duda. Pero una cosa es una y otra cosa es otra. No me imaginaba que fueran semejantes promesas de creación y brillantez.

Resulta que el viernes, cuando ya mi hermana compartía su presencia conmigo, quise presumirle las bellezas que se encuentran por aquí. Edgar convenció a otros dos paisanos, Ricardo y Alejandro, de que nos acompañaran. Fuimos a escuchar a los hermanos Ying interpretando el cuarteto opus 132, de Beethoven. Tengo que decir que la hermosura de la pieza me impresionó aún más que el hecho de que fuera gratis y a 200 metros de mi casa. Pero también muy interesante fue darme cuenta de quiénes eran mis acompañantes durante el concierto.
El otro día antes de una conferencia escuchaba a dos profesores compatriotas comentar que en Harvard hay un músico mexicano que acaba de ganar un premio. Cuál no sería mi sorpresa al enterarme, semanas después, de que tal músico era nada más y nada menos que Edgar, con quien he compartido comidas y charlas interesantes, de mis primeros hallazgos mexicanos y de mis más agradables conocencias. Me acabo de enterar también de que para el doctorado en música sólo se acepta a un estudiante al año y de que, por lo tanto, Edgar es tal vez uno de los compositores más importantes en la actualidad.
Saliendo del concierto, el plan era ir por una cerveza. Pero claro, estamos en Harvard y no tardaron en surgir los reclamos. "¿Cerveza? Pero ya es tarde y tengo mucho que estudiar." Muy cierto, ¡ya eran las DIEZ de la noche! Y en este mundo de grandes responsabilidades, no nos podemos permitir semejantes desveladas. Mejor acordamos ir por un chocolatito caliente.
A Alejandro lo tuvimos que llevar, literalmente, a jalones, porque insistía en irse a estudiar para su examen dentro de cinco días. Lo que yo le decía, y todos estaban de acuerdo, era que a quién quiere engañar. Todos sabemos, porque nos lo han hecho notar sus compañeros de clase, que Alejandro es casi un genio matemático. Estudia bioestadística y es la fuente de conocimiento favorita de todos los que toman clase con él. Cuentan por ahí que es casi cosa de diario que lleguen uno o dos chinos, o gringos, angustiadísimos, a suplicarle que les ayude a entender cómo le hace para pasar los exámenes. Por suerte logramos que nos acompañara un rato, porque verdaderamente tiene un sentido del humor maravilloso, así que nos alegró la velada. La cosa acabó temprano, por aquello de las responsabilidades, y nos encaminamos a los dormitorios.
En el camino platicábamos sobre el ADN y los genes (el equivalente a hablar del clima en este ambiente intelectual). Ricardo estudia el doctorado en genética y Edgar estaba necio con que quería ver sus genes en un microscopio. Así que justo antes de llegar a nuestros cuartos, Ricardo nos propuso llevarnos al laboratorio. Intrigados, Edgar, Jo y yo quisimos ir. Y bueno, qué maravilla de visita: un tour guiado por el edificio de biolgía a las 12 de la noche. Por supuesto, el buen hombre nos deslumbró con sus vastos conocimientos sobre el tema, paseándonos de cuarto en cuarto entre las más sofisticadas máquinas y las más curiosas fotografías, mientras nos proporcionaba inteligentísimas explicaciones sobre lo que presenciábamos. Está por demás decir que entendí aproximadamente el 5% de lo que nos dijo, pero la experiencia jamás la olvidaré.
Edgar, Ricardo y Alejandro son sólo tres ejemplos. Está también Roberto que ese día no nos pudo acompañar, porque estaba visitando a su novia en Washington, pero es igualmente buena onda y tan destacado que está ya de asistente en una clase a alumnos de licenciatura. Y jamás lo adivinarías si platicas con él, porque no podría ser más sencillo el muchacho.
En suma, quiero decirles a todos los nacionalistas que pueden estar orgullosos. Los mexicanos aquí presentes se han encargado de hacer un buen trabajo en proyectar una imagen digna de sus compatriotas. Tal vez no llegan en carabana de 8 caminonetas blindadas, como lo hizo Calderón el mes pasado, pero al menos tienen algo interesante que decir. Habrá que ver si Fox, que viene la semana entrante, se comporta a la altura o hace gala una vez más de su sabiduría borguiana.

sábado, 15 de marzo de 2008

Los bienvengo

Han llegado a Harvard mis primeras visitas: mi hermana Jo y mi amigo Kike. La emoción es grande. Por fin puedo dar el tour a alguien y presumirles todo como si fuera de alguna forma mío. Hacemos una estampa muy simpática: tres criaturitas de minúsculo tamaño que arrastran una cantidad ridícula de sueteres, bufandas y demás.
He tratado de proporcionarles una amplia gama de actividades: lo que es el tour guiado por el campus, conciertos, conferencias, aprovechamiento (apañe) de comidas gratuitas y unas que otras cosillas que ya les contaré. Me he esmerado por hacerles creer que tengo una vida social activa, para lo cual llevaba dos semanas amenazando a mi puñado de amigos con que hoy teníamos que hacer algo. Ya saben, nomás para dar el gatazo y que ellos regresen a México pensando que soy popular.
El caso es que funcionó, tuvimos una noche muy agradable con un par de amigos indios, cuyos nombres no sé escribir. Porque he de decir que los indios y los mexicanos tenemos mucho más en común de lo que me hubiera imaginado. Empezando porque a todos nos emociona saber que aquí si tomas agua de la llave ¡no te mueres!
Y bueno, no puedo escribir mucho porque mis dos nuevos roomies están intentando dormir para mañana turistear por Boston, pero sólo quisiera remarcar que me parece fabuloso tenerlos por aquí. La verdad es que no me había dado cuenta de la falta que me hacía poder voltear con alguien a reírme de cómo no le entendí nada al chino que me intentaba hablar inglés. Ayer y hoy me reí como hace mucho no me reía, y he hablado tanto que me duele la garganta. Ya me estaba desacostumbrando, yo creo, mientras me adaptaba a esta vida silenciosa y solitaria. El cambio se siente en todo el piso, porque ya hoy el moderador mandó un mail pidiendo a todos que respetemos el sueño de los demás. Qué pena.
Por hoy ya no habrá problema porque mis huéspedes roncan placidamente. Mañana los tres iremos a Boston, y seremos un trío de gnomos rondando por la ciudad.

jueves, 13 de marzo de 2008

Hormona mata neurona?

"A Harvard, o llegas con novio, o te vas sin novio." Fue a la conclusión que llegamos los mexicanos después de varias discusiones. Yo ya había notado la abstinencia en la que vive en general la gente por acá, pero hoy la analizé con Eliodoro, Almíbar, Refugio y Zenobia.
Aquí la gente no liga. La patología está detectada. La pregunta es, ¿por qué?
Eliodoro, como el 70% de los estudiantes de posgrado, según cálculos, tiene novia que vive en otro lado. Llevan varios años y de vez en cuando lo viene a visitar. Tal vez en alguna otra universidad gringa él habría cedido a las tentaciones y le hubiera puesto el cuerno. Pero aquí, no ha encontrado manzanas que lo inciten a pecar, digamos. Su teoría es que las chicas acá 'se creen muy inteligentes como para estar ligando.'
Refugio y yo pensamos que no son sólo las mujeres: los hombres también están absortos en sus pensamientos. Propuse la teoría de que si entrara en bikini a la biblioteca, nadie me voltearía a ver porque todos están muy ocupados estudiando. Refugio me apoyaba, pero ahí sí Almíbar y Eliodoro se opusieron: tampoco hay que exagerar, me dijeron. Mi idea no es que no les llame la atención una chica en traje de baño, sino que ni siquiera se darían cuenta. E insisto en que tengo razón.
A Refugio lo que más le llama la atención es pasear por los pasillos de los dormitorios en la noche y que todo esté en silencio. Y es muy cierto: en mi piso sólo se escuchan los ronquidos de mi vecino. Nada de ruidos del amor, que uno esperaría que abundaran en un dormitorio de universidad. Refugio tiene novio, pero aún así extraña de vez en cuando el coqueteo. Y es que ni eso.
Entre los de licenciatura es diferente, ahí la cosa es más normal. Los he visto echando el romance y a veces hasta se acercan a ligar. Aunque aún así se nota la falta de sangre latina: el ligue es mucho más frío. Y para que yo lo diga, es que en serio es frío. Cuando le platicaba a Zenobia sobre mi ligue con Nick, me dijo "Uy, no, mejor te hubieras quedado con tu novio mexicano." Y bueno, de haber sabido... Como dice sabiamente Eliodoro: "Cuando llegas a Harvard y te das cuenta de cómo está la cosa, dices 'Ni a madrazos dejo a mi novia.'"
Pues si, la conclusión es esa. Si uno quiere ligar, está en el lugar equivocado. Acá hormona no mata neurona. La gente viene a estudiar, y punto. Digo, a todo esto, no es que a mi me importe, porque yo también vengo nada más a estudiar, te lo promento papá. Todos mis comentarios son nada más un análisis etnográfico del contexto sociocultural que me rodea, sin ningún interés personal.

lunes, 10 de marzo de 2008

La cochinilla

Por más que uno crea que no hay manera de perder más el estilo, siempre se puede encontrar la forma. Por ejemplo, hoy en el gimnasio. Si ligarme al canadiense estaba en mis planes, sentarme junto a él en la clase de abdominales definitivamente destruyó aquella de por sí remota posibilidad.
De antemano aclaro que no fue mi intención. Antes me meto a doble clase de spinning que situarme a sabiendas en una situación tan vulnerable y poco favorecedora. Pero el cosmos así lo quiso, y cuando yo ya estaba bien acomodadita en mi tapete, lista para empezar la clase, escucho un "Hello Marcela" muy familiar. Al verlo ahí parado, tapete en mano y dispuesto a echarse a mi lado, se me paralizó el corazón. Y no de emoción, como la naturaleza lo hubiera indicado, sino de un profundo desasosiego. Sabía que lo vendría era un desastre ineludible, pero me dirigía hacia él como puerco al matadero. Lo único que me quedaba era intentar salvar mi honor lo más posible.
Me extraña que se haya sentado junto a mí, con la estampa que yo presentaba. El pancs doblado hasta las rodillas, el zapato-teni-no-muy-chido, y la cara roja y sudada del esfuerzo de la clase anterior no hacían de mí una figura junto a la que a mí me habría gustado sentarme. Pero ni hablar.
La clase empezó y así también mi desgracia. Entre la torpeza innata y los nervios, cada movimiento se me complicaba más que el anterior. En mí había un debate constante: ¿Cómo salvaguardar el orgullo? ¿Hacer bien los ejercicios, o intentar lucir lo menos pior posible? Total que ni una ni otra, y acabé revolcándome en mi tapete como una grana cochinilla. Quizá habría podido pasar desapercibida si no fuera porque la maestra se percató de mi falta de coordinación y decidió irse a parar junto a mí para corregirme. Mis fallidos esfuerzos por lograr hacer los ejercicios provocaron en el resto de los deportistas, el canadiense incluido, miradas lastímeras y sonrisas condescendientes.
Bueno, canadiense, fue un placer conocerte y no te culpo si de ahora en adelante nunca te vuelves a sentar junto a mí en el comedor.
Lo padre de todo esto es que ahora me puedo entretener pensando en qué nuevos métodos encontraré en los siguientes días para seguir desgraciando mi reputación.

Insomnio

Son las cuatro de la mañana y estoy despierta gracias a una sobredosis de cafeína. Tengo clase a las 8, debería de estar dormida desde hace varias horas, sobre todo porque el plan era despertarme a las 6 a leer lo que no leí. Pero tengo tanto sueño que no entiendo las palabras del artículo. Así que mejor escribo en mi blog.
Me gustaría saber quién más tiene insomnio ahorita. Tal vez algún escritor que conozco, que sé que es bien fans del noctambulismo. A mi el insomnio me trae malos recuerdos, me angustia, y por eso me pongo a escribir.
Intentaría dormirme si no es porque sé que sería inútil. Mi vecino está roncando sin piedad, hace calor en mi cuarto y yo tengo que dejar de tomar café. Es una de esas cosas gringas que se me ha pegado. Acá la gente lo toma todo el tiempo. Yo he localizado varios lugares en donde ponen café gratis y ahora parezco loca tomando un promedio de 4 tazas al día. Hoy me propasé y tomé 7.
He pensado que el exceso de café que se consume tiene mucho que ver con la prisa en la que todos estamos inmersos. Aunque no es exclusivo del lugar, se vuelve muy evidente. Dormir queda al final de la lista de prioridades. Para mí esto no es cosa nueva, pero se ha intensificado en estas semanas. Lo irónico es que, entre más me veo inmersa en este tipo de vida, más la cuestiono.
El otro día estaba cenando con mi amiga china Jing. Milagro, porque ella nunca tiene tiempo ni para eso. Se quejaba amargamente, como siempre, de la cantidad de trabajo que tiene y de cómo en toda la semana no había tenido ni una hora libre para nada más sentarse a descansar. Cuando acabó sus quejas se me ocurrió preguntarle, "Jing, ¿eres feliz aquí?" Se me quedó viendo y, después de un rato, me dijo "Sí, creo que sí soy feliz aquí. Pero qué bueno que me lo recuerdas."
No creo que sea a la única que se le olvida. Me doy cuenta de lo fácil que es que las cosas pierdan sentido. Correr de una a otra, sufrir lo que haces y olvidarte de que estás aquí porque alguna vez lo disfrutaste.
Platicaba con un amigo sobre si quiero regresar a hacer un doctorado. Le decía que no sé si me gusta la idea de pasar aquí 5 años y salir a la vida real a los 28. Y me dijo "Cuando salgas vas a ver que allá afuera no tiene tanto chiste. Esto es la vida real."
Sabias palabras. Es sano de vez en cuando preguntarte por qué estás en donde estás. Si es sólo para llegar a otro lado, lo mejor es irte a ese otro lado cuanto antes. Porque el tiempo es demasiado poco como para pasar tanto tiempo en la preparación de lo que vendrá. Yo tengo claro que estoy feliz aquí por lo que es ahora, no por lo que me pueda traer después. Pero a veces me da miedo que entre tantas tazas de café se me olvide, a ratos, sentarme a disfrutar.
Ya me voy a hacer yoga a ver si así logro acordarme de cómo le hacía para dormir.

sábado, 8 de marzo de 2008

Finde musical

El cosmos conspiró para que este fin de semana la música me deleitara como hace mucho no me sucedía. He notado que aquí, al menos entre mis conocidos, este arte no es algo tan apreciado. Fuera de los cantos matutinos de dos de mis vecinos, nunca he escuchado música en el pasillo. Así que ya era hora de asomarme al ambiente musical en Boston.
El viernes en la noche fui a cenar a Dudley y me encontré a Edgar, uno de mis amigos mexicanos, increíblemente agradable, que estudia composición. Me dijo iba a ir a un concierto gratis y me invitó. Accedí gustosa y quedamos de vernos en el edificio de música, que según yo sabía perfecto dónde estaba.
Más tarde, mientras me mojaba en la lluvia corriendo de edificio a edificio, me dí cuenta de que en realidad no sabía cuál era el de música, y jamás llegué al concierto. Consciente de lo lastímero de mi situación, regresé al cuarto y me lancé sobre mi cama, frustrada. Aquello implicaba que pasaría el viernes en la noche haciendo tarea, cosa que aunque buena falta me habría hecho, no me apetecía en lo más mínimo. Pero aquí vino la segunda intervención del cosmos, porque unos minutos después alguien tocó la puerta. Era Timothy, un amigo inglés que quería invitarme a un "wine tasting." Más inglés y se muere. Sin dudarlo dije que sí y nos fuimos a alcanzar a los demás.
Habían comprado botellas de 6 vinos diferentes, además de quesos, pan y cacahuates. Finísimas personas. Y como buenos cristianos compartieron el vino y el pan conmigo. Comí mucho queso no porque tuviera hambre, sino porque me daba miedo que pidieran mi opinión sobre el vino. Para ahorrarme la molestia de inventar un comentario sofisticado que explicara que el que más me gustaba era el que no sabía a vino, mejor me llenaba la boca, excusa perfecta para no hablar. Cuando se acabó el queso empecé a llenarme la boca con vino, lo cual ocasiono la alteración de mis sentidos. Pero fuera de cachetes rojos y unas cuantas risas fuera de lugar, todo bien.
Se preguntarán qué tiene que ver esto con la música. No desesperen, todo está relacionado en esta historia. Varias copas de más después llegó Raymund, uno de mis ingleses favoritos. ¡Y venía del concierto al que yo iba a ir! Pero lo mejor de todo es que iba a regresar a la segunda parte. Así que me agregué a su plan.
El concierto estuvo muy raro. Es música electroacústica, de un compositor llamado Karlheinz Stockhausen. La pieza se llama Mantra, son dos pianos que están conectados a un modulador que modifica los sonidos. Además hay etambién un poco de percusiones, que tocan los mismos pianistas. Gran parte del chiste es el performance los pianos están uno frente al otro, los pianistas parecen gemelos y se comunican con miradas durante todo el tiempo. De la nada, a media pieza, los dos dejan de tocar, se levantan y empiezan a hacer ruidos extraños. Muy peculiar. Eliodoro dice que tienen que hacer esas cosas para captar la atención, porque si no la gente no lo aguantaría. Y de hecho, muchos se salían y otros tantos se echaban su siestecita. Y es que no está fácil soplarte los 70 minutos que dura la pieza. Yo, entre lo difícil de la música y el alcohol en mi sangre, a los 20 minutos me empecé a distraer y a pensar en por qué en el auditorio están los nombres de todos los compositores más famosos, pero no el de Vivaldi ni Strauss.
A Raymund y al resto del público (los que no se salieron), les encantó y aplaudieron muchísimo. Aunque no estoy segura si por apreciación musical o por agradecimiento de que hubiera terminado. Porque algunos de los que aplaudían con más enjundia eran justamente los que había cabeceado la mitad del tiempo.
Aunque a mí no me gustó, algo tiene este tipo de música que me dejó pensando mucho. No me arrepiento de haber ido, y Eliodoro me consoló diciéndome que si aguanté esa pieza, estoy lista para todo, porque es una de las obras más pesadas del género. Fiuf, ya la armé.
Esto no fue todo en mi fin de semana musical. Ayer Raymond me dijo que iba a ir a escuchar La Pasión según San Juan, de Bach, y una vez más me agregué al plan. Fue también Jacinthus, otro de los ingleses. La verdad, con el perdón de ustedes si es que son admiradores de Bach, es que me aburrió. Me quedé esperando el momento climático de la resurrección, que jamás llegó. Raymund de plano se quedó dormido y Jacinthus, gran apasionado de la música clásica, se quejó durante las DOS HORAS Y MEDIA que duró el concierto de que iban muy rápido. Vaya, qué irónico, yo jamás lo habría calificado como rápido.
De nuevo encontré formas de entretenerme. Me puse a leer el cuadernito que me entregaron a la entrada, y me dio mucha risa leer que el autor estaba furioso con Mel Gibson por haber hecho La Pasión del Cristo pues "nos recuerda lo mucho que nuestra sensibilidad artística moderna está entumecida por la literalidad." Qué cosas, y yo de insensible pensando que qué chistosos se veían los tres feligreses sentados frente a mí, con sus gorritos de judíos a media iglesia.
Se preguntarán ahora por qué, si ni Bach ni Mantra me gustaron, empecé esta entrada diciendo que la música me deleitó. Pues es cierto. Aunque lo que vienen siendo en sí las obras mismas no me gustaron, disfruté mucho los eventos y me prometí a mí misma hacerlo más seguido. Y ahora que sé que Jacinthus y Raymund lo realizan con frecuencia, qué mejor excusa para unirme a unas cuantas nuevas listas de mails, nomás para estar al tanto.

viernes, 7 de marzo de 2008

Convocatoria

A todas las interesadas, (o los interesados, en su caso), con especial atención a las primas Orraca que así lo solicitaron, se les informa que a partir del día de mañana se recibirán los catálogos de promoción. Esto con la finalidad de darle difusión a la familia o a las compañeras mexianas entre los estudiantes de la universidad. Solicito que los catálogos incluyan fotografías en distintos autfits, que van desde casual/ día de campo en chor hasta el traje de gala. A su discreción queda si quieren incluír la categoría traje de baño. No lo pongo como requisito obligatorio pues entiendo que en esta época del año (y en las otras épocas también) el abdomen tiende a estar todo menos plano. Así mismo, les pido que incluyan en el portafolio una breve descripción de sus intereses y habilidades como mujeres u hombres (léase, si saben bordar, cocinar, planchar, bailar belly dance u otras monerías). Es de vital importancia que me proporcionen las características que buscan en su potencial pareja, incluyendo rango de edad, estatus social, nacionalidad, color de pelo, signo zodiacal y otros atributos de no menor importancia como la calidad de su caligrafía o si se sacude los zapatos antes de entrar.
Se les recuerda que ésta última parte es la única que debe de ser verídica. Los avances tecnológicos permiten que el resto de la información pueda ser, si no una mentira, una interpretación de los hechos. Es decir, con tantos kilómetros de por medio y con fotoshop como nuestro aliado, los hombres de acá no tienen por qué enterarse de cosas como nuestra minúscula estatura o exceso de caderas. Es también de suma utilidad formar una alianza con el lenguaje, de forma tal que un "estoy obesa" se transforme en un "mi cuerpo posee una sana y atractiva redondez."
Siempre se ha dicho que la primera impresión es la más importante. Pues he aquí su oportunidad. Échenle ganitas, pero no se ofendan si la versión final es una adaptación a lo que ustedes me manden. Me reservo el derecho de editar la información o incluso a suprimir el exceso de ésta si lo considero necesario (por ejemplo, una fotografía poco favorecedora). Esto por el simple hecho de que, habiendo pasado mes y medio entre estos hombres, creo tener una vaga idea de lo que puede parecerles atractivo. Es por esta razón que me esperé hasta ahora para abrir la convocatoria. De esta manera me aseguro de difundir correctamente a l@s parientes o amig@s que así me lo han solicitado.
Por mi parte, me comprometo a proporcionar en el curso de los siguientes días el perfiles de los hombres en el catálogo, para que l@s interesad@s puedan empezar a familiarizarse con sus futuros. Quizá incluso me tome la libertad de sugerir de antemano las compatibilidades que creo más evidentes. Por el momento me voy a concentrar en la oferta masculina, ya que la demanda así lo exige. Pero si algún primo o amigo está interesado, por favor contácteme para hacer los arreglos necesarios. (Jaime, hermano, a tí te tengo considerado pues has sido uno de los más insistentes en este asunto. Descuida, hay varias opciones, te mando el catálogo por mail.)

jueves, 6 de marzo de 2008

Cultura de la información (cont'd)

Perdón por insistir. No es que se me estén acabando los temas, pero ¿cómo podría escribir sobre otra cosa cuando, mientras lo hago, estoy escuchando en la computadora a mi profesor? Mañana tengo mi primer examen, de World Poverty and Human Rights. Y en internet, en la página del curso, están todos los videos de las clases de este semestre. Así que pude haber faltado y ahora chutarme el curso entero en videos de alta calidad. ¿Qué daría por tener ese sistema en la UDLA, sobre todo en las clases de algún profesor francesillo por ahí, de nada mal ver?
La voz de mi profesor como fondo no es la única razón por la que hoy vuelvo a escribir sobre la cultura de la información. También porque hoy tuve varios choques culturales relacionados con el exceso informativo que predomina en este lugar.
Temprano en la mañana, al prender la computadora, me encontré con un mail del departamento de seguridad de la universidad. Con el Jesús en la boca, abrí el correo, temiendo lo peor. Pensé que se habían dado cuenta de que me robo manzanas cada noche en la cena para mis desayunos. Pero no, nada de eso. El motivo era confirmar si el día de ayer fui al gimnasio. Lo que sucedió es que fui a la clase de yoga y olvidé mi credencial en el cuarto, entonces dí mi número de estudiante y con eso entré. Para tomar la clase me hicieron firmar una forma en la que asumo completa responsabilidad si me da un paro cardiaco o me rompo el cuello en una actividad de alto riesgo, como es el yoga. Aja. Cabe señalar que ya había llenado esa forma cuando me suscribí, al inicio del semestre. Pero no podían correr el riesgo de dejarme entrar sin credencial y no tener la certeza de que hubiera asumido la responsabilidad. Freaks.
En fin, el mail que me mandaron era para asegurarse de que hubiera sido yo quien entró al gimnasio y no un intruso usando mi nombre y número de estudiante. Les contesté que sí, había entrado, y que por qué lo preguntaban. ¿Acaso había habido un acto de bandalismo o algo por el estilo? No, nomás estaban checando. Repito, FREAKS.
No fue mi único enfrentamiento con el lado obscuro de esta obsesión con la información. También lo sufrí porque se me ocurrió ir a abrir una cuenta en el banco. Los que me conocen no se asombrarán de saber que osé perder mi tarjeta de débito hace unos días. Mi sentido de desconfianza, entrenado arduamente durante 22 años de vivir en la Ciudad de México, me llevó a cancelarla prontamente, sobretodo considerando que el dinero de mi beca está en esa cuenta. El resultado es que ahora no tengo forma de obtener dinero y supuse que eventualmente eso me traería algunos problemillas.
Por cierto, quisiera destacar que al día siguiente de cancelar mi tarjeta, recibí otro de esos misteriosos mails en el que me informaban que habían encontrado mi tarjeta y podía pasar a recogerla. Yo no la reporté como perdida, simplemente alguien la encontró, averiguaron mi correo y amablemente me informaron de su paradero. Mis amigos, que me habían advertido que no la cancelara porque iba a aparecer, se burlaron de mí y me dijeron que ya es hora de que vaya dejando atrás el nopal. Yo, por mi parte, maldije mi falta de confianza en la gente.
Pero ya me desvié. El caso es que fui al banco a abrir la cuenta, y calculé que tardaría unos 20 minutos, máximo media hora. Llegué al banco a las 11:30, y tenía una conferencia (con comida incluída) a las 12. Veintitantas firmas más tarde, tras llenar hojas y hojas con mi dirección, nombre y aspiraciones en la vida, después de escoger cuatro contraseñas distintas para "maximizar el sistema de seguridad," luego de leer (o fingir que leía) una cantidad considerable de reglamentos, promesas y promociones, logré salir del banco. Era la 1. Pero eso sí: ya tenía no una, sino TRES cuentas bancarias, una chequera, una tarjeta de débito y la promesa de otra chequera (con cheques que dicen mi nombre!) y otras dos tarjetas, personalizadas con el diseño de mi elección, que en unos días llegarán por correo. Oh my. Y yo que nomás quería una cuentita simple. Nomás para poner mis humildes ahorros, poder ir al super y evitar que un día la policía me mande a mi mail una citación por robarme manzanas.
En fin. Me voy a estudiar para el examen. Mi plan es poner los videos toda la noche a ver si en mis sueños se me graba algo de lo que no estudié toda la semana por estar llenando formas en el banco y el gimnasio y recuperándome del susto que me metió la policía con su mail.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Cultura de la información

Una de las grandes diferencias entre México y Estados Unidos (o entre la UDLA y Harvard), tiene que ver con el acceso a la información. Ya lo había mencionado antes, pero hoy volvió a impresionarme. Qué tan buena sea la información, ahí sí ya no le sé decir, patrón. Pero de que hay de donde, hay de donde. Todo depende de que sepas buscar.
Me pasé casi toda la tarde en Widener, la biblioteca principal, buscando libros para mi proyecto de investigación. El tema es bastante específico, y al inicio de mi pesquisa pensé que no iba a encontrar tanto (lo cual me emocionaba porque eso querría decir que al menos la idea es original). Pero pamplinas. Para cuando me di cuenta ya tenía a mi lado un montón de libros lo suficientemente alto como para darme cuenta de que la sola idea de atravesar la universidad cargándolos era ridícula.
Hay dos opciones: o Widener es como la bilbioteca del cuento de Borges y te contiene todos los libros que se han escrito sobre el planeta, o mi tema no es original y tengo que escoger otro. Me inclino por la primera opción. Sí, Widener fue la inspiración de varios de los cuentos de Borges: laberintos, escaleras que se bifurcan, y salas y salas interminables de libros. Está clarísimo. Además, no pienso poner en duda mi originalidad, ni mucho menos escoger un nuevo tema de investigación.
El caso es que el paquete de libros sobrepasaba con anchas mis capacidades de transporte. Buscando una solución logística al problema, me dirigí a un bibliotecario. Es un hombre que ya me ubica porque hemos tenido varios momentos de tensión. Resulta que a mí se me ha complicado un poco agarrarle el hilo a lo que es la biblioteca. Muchas veces me surgen dudas sobre a dónde dirigirme o cómo manejar tal o cual cosa, y coincide con que él está en el escritorio de información. El mero hecho de que exista un escritorio de información ya para mí es señal de primermundismo, y he decidido aprovechar esta ventaja para aclarar todas mis dudas. Con esto, he logrado colmarle la paciencia al señor, y ahora cada vez que me acerco a su changarro, pone cara de falta de deseos de hablar conmigo.
No lo culpo, la verdad. Yo también estaría harta de alguien como yo. Pero no creo que lo llevaría a los extremos que él lo ha llevado de, literalmente, no hablarme. Ahora sólo responde a mis saludos con gesticulaciones de disgusto, y a mis preguntas con movimientos de cabeza o señalando con los dedos hacia la pared. Y sí, efectivamente, si obedezco esta señal me encuentro con la respuesta a mi pregunta en algún letrero pegado en la pared. Antes de preguntar sabía que, si buscaba, encontraría la respuesta escrita en algún lado. Pero hay algo en mi memoria o en mis genes que no me deja confiar en estas versiones. En mi experiencia, las instrucciones por escrito en México no son muy de fiar, y siempre hay que buscar el asesoramiento de un experto (que probablemente tampoco será de fiar). Pero así es en México, uno tiene que cerciorarse, tener dos versiones, por si las moscas.
Acá es lo contrario. Todo está escrito con perfecta claridad y la gente espera que uno se atenga a esos escritos, aprenda a vivir bajo su mandato. Y si preguntas algo que está escrito, la gente no te contestará sino que, con reproches en la mirada, te indicará que leas las instrucciones. Así fue como el hombre aquél me señaló hacia varios letreros para que averiguara con mis propios medios las opciones que tenía para con mis libros.
Fíjense qué maravilla lo que descubrí. En este ambiente de cultura de la información hay una enorme gama de facilidades para que los desinformados nos informemos. Una de estas facilidades son los Cart Holders: te prestan, durante el semestre, un escritorio con sus estantes, para que guardes ahí los libros que estás utilizando. ¡Vaya emoción que me ha causado este descubrimento! Feliz de la vida, me apresuré a transportar mi montón al nuevo escritorio, agarrando a mi paso libros al azar solamente por el gusto de que mis estantes fueran los más llenos del pasillo. Mientras los acomodaba, tarareaba alegremente hasta que mi nuevo vecino de escritorio me hizo saber, con un tosido incómodo, que es zona de silencio.
Pero ni estas hostilidades, ni la falta de cortesía del bibliotecario, empañaron la felicidad de saber que ahora tengo mi propio escritorio en Widener, lleno de libros que probablemente no voy a leer, pero que si quisiera podría.

Nuevo código de ética

Tendré que adoptar una nueva ética de protección a mis fuentes. Hasta ahora he escrito con total libertad en este blog, sabiendo que todos los mencionados no lo leerían. Pero en esta semana me enteré de tres personas que he conocido acá y que, por culpa del endemoniado feisbuc, ahora conocen mi blog y lo leen. Lo cual me llena de gozo, no crean que no. Pero también me incita a tomar precauciones porque no quiero estar ventilando los chismes e intimidades de mis nuevos amigos. Entonces de ahora en adelante, cambiaré los nombres de todos los personajes, a fin de proteger su identidad. O la mía, porque parece que ya me eché de cabeza con esto de Samy (de aquí en adelante le llamaré simplemente "mi canadiense"). He de confesar que también hay un elemento de practicidad en mi nueva estrategia, porque a decir verdad, no sé pronunciar (mucho menos escribir) el nombre de la mitad de mis conocencias.

martes, 4 de marzo de 2008

Una disculpa

Quiero usar la palabra para, antes que nada, pedirles una gran disculpa. He recibido algunos comentarios sobre mi falta de constancia en las últimas dos semanas. Y es verdad, tengo a mi pobre blog muy abandonado. Sucede que empiezo a entender a lo que se refieren con el título de "estudiante de tiempo completo." La cantidad de trabajo que proporcionan cuatro clases demanda que estudies, realmente, tiempo completo. Alto, dirán los conocedores, pero si tú no llevas 4 cursos, llevas 3. Cierto, dí de baja uno. Pero en mi defensa, la obsesción con suscribirme a todas las asociaciones y asistir a todas las conferencias impartidas en Boston, pues ocupa gran parte de mi tiempo. De todas formas, no quiero abandonar esto del blog. Y cuando alguien me reclama que hace mucho no escribo, hasta me siento bien de saber que lo leen. Así que reitero ante ustedes mi compromiso de seguir escribiendo.
Hoy fui a un seminario porque quería conocer a Amartya Sen. Para quienes lo ignoren, como yo hasta hace unas semanas, el señor es un economista muy famoso, ganador del Premio Nóbel de Economía en el 98. Resulta que escribió un libro, titulado "Development as Freedom," que estamos leyendo para mi clase de derechos humanos y pobreza. Ahora me agarró la manía de perseguir a los autores de los libros que leo. Como que me da un chorro de curiosidad saber qué cara tienen los que escriben. Y como al parecer todos dan clases aquí o vienen a dar pláticas, pues los puedo acosar como vil fan from hell.
Así la apliqué con Sen. Averigué que hoy vendría a la presentación de un proyecto de los estudiantes de doctorado, un evento cerrado al público. Pero con mis gracias convencí a la srita de que me dejara entrar. Aunque la verdad no sé ni para qué. Tuve, como siempre, buena suerte, porque el señor se sentó junto a mí. Pero me sentí un poco estúpida porque en realidad no tenía nada que decirle. Me pareció que empezar a hablarle de su libro era inoportuno (porque él estaba comiendo) y no muy agradable (porque lo hace con la boca abierta.) Entonces me limité a escuchar lo que él le decía a los demás. Y no cabe duda de que es un hombre muy inteligente. Digo, yo no entendí la mitad de lo que decía, pero de seguro eran cosas bien listas.
Al final le dije que fui al seminario para conocerlo, y que qué bueno que se sentó junto a mí. Muy amable, me invitó a que regrese dentro de dos semanas y me prometió volver a sentarse junto a mí. Así que si alguien tiene una buena pregunta para él, ahí les encargo que me la manden, porque siento que es un desperdicio no preguntarle nada, pero a mi no se me ocurre algo inteligente.