lunes, 28 de abril de 2008

Confiancitas....

Ahora que es primavera, Harvard se ha transformado. Parece la UNAM: parejas romancenado en el pasto, letreros de gises decorando los pisos, grupúsculos de rufianes fumando mariguana.
Está bien... mentí. No vi mariguana. Y exageré, no parece la UNAM. Pero la primavera ha traído cambios que hacen que uno se sienta casi como en casa. Tan es así, que el otro día, ya en confianza, me quité los zapatos y caminé descalza por los jardines del campus.
La excusa del día soleado fue perfecta. Pero la verdadera razón por la que me quité los zapatos fue que me estaban perforando los pies. Aconteció que tenía una cita con un muchachuelo al cual quería apantallar. (Cita de negocios papá, apantallar profesionalmente.) Y deduje que para lograrlo tenía que explotar mi lado femenino. Así que quise usar mis zapatos de tacón. Oh gran error. Para cuando iba a la mitad del campus, ya tenía una ampolla a punto de sangrar. Por eso me descalzé. Al poco tiempo comprendí que había caído en un abuso de confianza, cuando varios peatones me miraron con cara de "maldita hippie criminal." Sucede que está prohibido pisar ciertas partes del pasto, y caminar descalza es socialmente inaceptable. Gente cerrada, vaya.
Total que me tuve que volver a poner los zapatos y continuar la tortura. Finalmente llegué a mi destino casi llorando. Lo bueno fue que el joven no estaba ahí todavía, porque me dio tiempo de sentarme y pedirle hielos a la señorita para ponerme en la herida. Al final, acabé confesando mi desventura y el buen samaritano me dio un (respetuoso) ride en su bici hasta mi cuarto, en donde aventé los tacones al fondo del clóset y saqué lo que es el zapato teni.
Otro síntoma de exceso de confianza lo tuve hoy en la mañana. Cuando sonó el despertador, a las 7, decidí apagarlo, y me desperté a las 8:39 para mi clase de 8:40. Me puse un jean, una sudadera y corri como un elefante.* Por supuesto no me molesté en asomarme al espejo. Y no hubiera estado de más darme una manita de gato, porque entré al salón en unas fachas que Mara cínicamente se atacó de la risa.
Pero tal como yo he agarrado confianza en Harvard y su gente, ellos también la han agarrado en mí. Así, van dos veces que diferentes personas me tratan de convertir.
La primera fue mi moderador. Un día, para mi sorpresa, entró repentinamente a mi cuarto. Yo, como siempre, tenía la puerta abierta, pero su aparición me sorprendió muchísimo ya que era algo jamás visto en mi piso. Se sentó en el piso y empezamos a platicar. A los pocos minutos estábamos hablando sobre religión, y para cuando me dí cuenta, Ben me aleccionaba sobre los beneficios que me traería el ser protestante. Amablemente le cambié el tema hacia la independencia de Taiwan, que asumí correctamente que sería de su interés, dado el origen de su familia.
El segundo intento de conversión fue más cínico. El viernes pasado me habló Mara para ver si la acompañaba a una reunión. La invitó una amiga suya y, según Mara, era un grupo de gente "como muy de izquierda y hippies." Sonaba curiosito, y decidimos ir por una cerveza. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, al llegar ahí, nos vamos enterando de que no, no era un grupo de izquierda y hippies, ni nada semejante. Era en cambio una congregación de practicantes de una religión cuyo nombre no voy a mencionar. Pero aconteció que la amiga de Mara nos sentó, literalmente, en sillas durante más de una hora, para hablarnos sobre su fe y enseñarnos fotografías.
Al principio, me interesó. Luego, su devoción me dio risa. Después me aburrí. Y finalmente, acabé por asustarme al ver sus ojos de enajenada. Pero ni Mara ni yo sabíamos qué hacer: estábamos rodeadas por toda una secta de devotos, y nos daba miedo que, si intentábamos huir, nos lanzaran crucifijos. Mi estrategia fue enviar señales sutiles de desinterés: empezar a toser, voltear la cabeza hacia otros lados, bostezar ligeramente. Así, poco a poco, los ojos de la mujer regresaron a la normalidad y terminó su predicamento. El comentario de Mara fue que había estado muy interesante. Y fue la palabra perfecta, porque yo estuve a punto de decir "enlightening", pero creo que eso me habría dejado en una posición comprometedora.
Y no es que yo tenga absolutamente nada en contra de ellos, ni de ninguna otra religión. Simplemente me molesta la idea de que alguien me quiera convertir a sus creencias religiosas. En cuanto tuvimos la oportunidad, Mara y yo corrimos a ponernos los zapatos, ya que nos habían despojado de ellos al entrar, y huimos del lugar. Por supuesto ¿cuál cerveza? Sólo había galletas y agua, y seguro era agua bendita, así que preferimos abstenernos. Lo bueno fue que para remediar esto, nos fuimos a un bar en donde nos alcanzaron unos amigos. Terminó siendo una velada muy simpática, ya que el encuentro con los religiosos resultó un excelente tema de conversación. Porque además, el paquete introductiorio a esta fe nos vino con una libretita preciosa, de cubierta dorada y hojas con estampado de rosas, que te contiene lo que es la palabra de Dios. Así que ya se imaginan la fuente interminable de comentarios simpáticos que esto fue.
Y yo no sé, pero entre que son peras y son manzanas, ya me encomendé a este nuevo iluminado para que me eche la mano con esto de mi ida a África. Por ahí les encargo que hagan lo propio, cada quien con su cada cual.
*Hubiera podido decir "Corrí como una gacela," y sonaría más elegante, pero aceptemos que mi gracia es más parecida a la del elefante. Cada quien tiene sus puntos fuertes, el elefante quizá no sea tan elegante o fino, pero sin duda es muy... no sé.. chistocito, y tierno...

viernes, 25 de abril de 2008

Entre dos mundos

Tengo que confesar que las tres entradas anteriores no son, como quien diría, transmisión en vivo. Las escribí hace algunas semanas, pero las guardé para cuando no tuviera tiempo de escribir. Estos días no es que no haya habido tiempo, pero han pasado cosas que me traen confundida y por las cuales no había tenido ganas de escribir. Hoy tengo más ganas.
Como he mencionado antes, estar aquí es estar en el centro de la élite del mundo académico. Muchos de los científicos sociales más importantes dan clases aquí, o hacen investigación, o vienen a dar pláticas o conferencias. Y algunos son muy accesibles a los alumnos. He conocido, en estas semanas, a personajes muy reconocidos.
Por ejemplo, Paul Farmer, un médico antropólogo que desde hace unos meses se ha convertido en uno de mis ídolos y que el fin pasado vino a dar una conferencia. O Jeffrey Sachs, que aunque no es mi ídolo, ni cerca, es uno de los economistas más famosos y también vino hace dos semanas. O Alma Guillermoprieto, una reportera mexicana muy importante y reconocida, que ha escrito muchísimo sobre América Latina para periódicos gringos e ingleses. Por cierto, no saben lo simpática que es la señora. Vino a dar una plática de los narcocorridos, e hizo gala de su pasado de bailarina profesional, bailando al son de los corridos que nos puso en You Tube a media plática.
En fin, uno puede decir que aquí codearse con los famosos es cosa de todos los días. Aunque decir "los famosos" suena a Hollywood y acá no siempre están tan guapos. Por ejemplo, tengo que admitir que durante la plática de Alma Guillermoprieto, Mara y yo pasamos buena parte del tiempo tratando de averiguar qué tenía Ugalde en la cabeza: si una descalabrada, un exceso de gel, o injertos de pelo. Nunca supimos. Sí, el glamur de varios deja mucho que desear. Pero no tengo ninguna autoridad moral para hablar al respecto, a decir verdad.
El punto es que, académicamente, si quieres estar cerca de la gente, los recursos y la información, este es el lugar. Todo está diseñado para que uno aprenda, investige, desarrolle sus capacidades intelectuales. El problema es que a veces siento que está muy lejos del mundo real. Llevo tres meses leyendo y hablando sobre pobreza, desarrollo y derechos humanos, y sin embargo me siento en un mundo completamente distinto al que describen en los libros. Y tengo ganas de asomarme, aunque sea un poquito, a ese otro mundo.
Desde muy chiquita, siempre he querido irme un tiempo a África. Algo tiene que me atrae como ningún otro lugar. Primero quería irme a vivir con los changos de Madagascar. Luego decidí no ser bióloga y dedicarme a la gente. Mi plan desde entonces es, por muy cliché que suene, promover la justicia social. Y África, claro, es un buen lugar para empezar. Cuando acabé prepa, pensé que sería mejor irme después de la universidad, para que pudiera hacer algo realmente útil. Tras casi tres años de licenciatura, puedo decir que si hoy fuera a África, no tendría nada que aportar que no tenía cuando acabé prepa. Es decir, no sé hacer nada.
Ahora bien, sé que esto es una crisis común. Pero voy a intentar remediar mi caso. Para ello, decidí que en verano me quiero ir a África. Quiero ir a ver de más cerca cómo es este mundo sobre el que todos hablan. Quiero ir a darme cuenta de qué es lo que no sé y que sería bueno intentar aprender, para servir de algo.
No sé bien cómo le voy a hacer. No sé siquiera si se pueda, sobre todo por lo caro. Nomás no salen las cuentas, güerita. Por lo menos ya tengo una oferta. El otro día conocí a un médico de Zambia, que vino a dar una conferencia. Nos hicimos amigos y me estuvo ayudando con una investigación que estoy haciendo sobre su país. Cuando le conté que quería ir a África, me dijo que si me caso con él, me lleva, y que si quiero hasta me entrena para ser su enfermera. ¿Se imaginan? ¡Ya gané! Tengo nuevo esposo, país y carrera. ¡Qué emocionante! Le contesté que, aunque la oferta era tentadora, la iba a tener que rechazar, pero sólo porque Zambia no se me antoja tanto como... Etiopía, o algo.
Que por cierto, hace unos meses conocí a un etiope que me flechó durante unos días... Eso sólo confirma mi teoría. No sé qué tengo yo con África, pero habrá que ir a averiguarlo. Como rechazé la oferta de Zambia y el etiope no me propuso nada parecido, tengo que buscarlo por mi cuenta. En esas ando, pero pongan changuitos para que se me haga.

martes, 22 de abril de 2008

Razones por las que no quisiera ser mi vecina

Ayer ejercí campantemente la libertad de expresión para quejarme de mis vecinos Pero toda libertad conlleva una responsabilidad. Lo menos que puedo hacer es reconocer mis propios defectos como vecina. He de admitir que ellos tienen más razones para desear que alguien más viviera en mi cuarto. Reconociendo lo anterior, a continuación planteo una serie de elementos que podrían despertar quejas en algunos de mis cohabitantes:
  1. Hablo en las noches (según testigos).
  2. Uso los utensilios y condimentos de los demás para cocinar mi comida.
  3. Recurro a mi vecino de la derecha con molestas preguntas sobre por qué no funciona mi computadora.
    Recurro a mi vecino de enfrente con molestas peticiones de ayuda para mover muebles.
  4. Cuando me topo con alguien en el pasillo, siempre asumo que tienen tiempo, e interés, de detenerse un rato a platicar.
  5. Salgo de mi cuarto a las 7 de la mañana, con mucho cuidado de no despertar a nadie. Invariablemente, algo se me olvidó y regreso corriendo tres minutos después. Como ya se me hizo tarde, el respeto al sueño de mis vecinos pasa a segundo plano. Mi escándalo consiste no sólo en el zapateo por todo el pasillo, sino también en abrir y cerrar de puertas y cajones, buscando lo que olvidé.
  6. Cuando encuentro a alguien el la zona común le 'hago la plática' aunque esta persona esté leyendo o trabajando en la computadora.
  7. Si el sujeto anterior me ignora o responde a mis preguntas cortantemente, yo sigo insistiendo hasta que la persona se retira a su cuarto y cierra la puerta.
  8. De los nombres de mis 25 vecinos sólo sé pronunciar dos: Ben y Tom. Lo bueno es que hay dos de cada uno. Lo malo es que para uno de los Tomes, ese ni siquiera es su nombre real y lo usa aquí porque nadie sabe pronunciar el verdadero.
  9. Ya descompuse la aspiradora del piso, porque no ví que en la alfombra habían unos pasadores y sin querer los aspiré. Esto aún no lo sabe nadie, y preferiría que el secreto se mantuviera. Por favor, si alguien conoce a mi moderador, omita el comentario.
  10. No soy asiática. Mis papás no son asiáticos. Mis abuelos no eran asiáticos.

Y así podría seguir, ennumerando. Pero mejor dejo el tema por la paz y me conformo con que nadie ha presentado ninguna queja ni ha sido más hostil conmigo de lo que son con todos los demás. Lo que sí he notado es que algunos, cuando me ven en el pasillo, se dan la media vuelta y se vuelven a meter a su cuarto. Yo asumo que es porque a ellos también se les olvidó algo adentro...

domingo, 20 de abril de 2008

Variedad de freaks

Tal vez mentí. No todos mis vecinos son antisociales, hay muchos muy amigables. Mentí de nuevo. Hay algunos relativamente corteses. Pero no es justo decir que todos son hostiles, no lo son. El factor común que encuentro es, más bien, su peculiaridad. Unos más y unos menos, pero todos mis cohabitantes tienen algo de rarito.
Antes de etiquetarlos a todos como freaks, debería de haberles un poco de cada uno, para al menos hacerles justicia. Es que el término freak es demasiado amplio para abarcar a tantos especímenes. Es necesario ser más específico. En el segundo piso de Child Hall, se encuentran varios modelos de freaks, todos los cuales merecen atención especial. Por respeto, evitaré mencionar nombres y reducir al mínimo la referencia a la identidad de los aquí mencionados.
En Child Hall, hay quien tiene costumbres que para mi mamá serían altamente reprochables. Este muchacho, invariablemente, come con la mano. Y no es que venga de un país tercermundista en donde no se venden cubiertos porque a la gente no le alcanza para comprarlos. Ce es canadiense. Pero tiene la costumbre tan impregnada que es increíble. El otro día estábamos en la sala común y su amigo le preparó una sopa. Ce se quedó viendo el plato, consternado. Al fin, decidió lo que haría: sorbió primero todo el líquido y ya que sólo quedaba la pasta, se la comió con la mano. Muy asquerosito, si me preguntan.
Existe así mismo un individuo fuertemente aficionado a los juegos de computadora, que dedica la gran parte del día a estas actividades. Lo sé porque, al igual que yo, es de los pocos habitantes del piso que siempre tiene la puerta del cuarto abierta. Lo curioso del caso es que lleva varios meses viviendo aquí, pero en lugar de dormir con sábanas y cobija, usa un eslipin bag. Al principio pensé que era flojera de comprar el juego de cama, o tenderla todos los días. Tras observarlo durante semanas, me he dado cuenta de que va más allá de esto. El hombre tiene una extraña fijación con este objeto, porque siempre que está en su cuarto se mete en él. No importa si está sentado en la computadora, echado en la cama, o parado frente al espejo: siempre uno lo verá envuelto en su eslipin bag.
Una individua al parecer sufre de insomnio en su cama, y entonces decide salirse al pasillo a tomar la siesta. Se sienta, recargada en su puerta, y a echar el coyotito. Bueno, si así le funciona...
El especímen C-14 es quizá el más raro de todos. Cada cierto tiempo sale de su cueva (cuarto) y da vueltas por el pasillo. Viendo al piso, moviendo la cabeza. Así se pasea un rato, en círclulos, y luego se vuelve a encerrar. Aproximadamente media hora después, repite el procedimiento. FREAK.
Este mismo elemento, al parecer, tiene problemas para diferenciar su laboratorio de la cocina. Cada vez que prepara algo, acomoda todos sus ingredientes en recipientes de vidrio, y los mezcla con grandes ademanes, como si estuviera haciendo un experimento de química. Y en lugar de usar cucharas para revolver la sopa que está cocinando, utiliza agitadores de metal. Lo mejor son los efectos de sonido con los que acompaña la acción: pfff!! flush!!! Las veces que me ha tocado, ilumina mi el resto de mi día.
Elemento 215, (ese sería yo) se ríe sola, con la puerta abierta, acordándose de las acciones arriba descritas. Esta misma individua, mientras analiza a sus vecinos, intenta cocinar, según ella, arroz chino. La verguenza le cae encima cuando su vecina china le dice "Oh, qué rica se ve tu paella." Elemento 215 tuvo que inventar que en efecto era paella, y no arroz chino, lo que intentaba cocinar. El problema fue cuando la otra sugirió que invitaran a la española del piso de arriba, para que vea cómo una mexicana cocina el platillo de España. Elemento 215 está en problemas, y ahora tendrá que inventar que esta es paella mexicana. Eso me pasa por criticona.

jueves, 17 de abril de 2008

Child Hall

Child Hall es un edificio bastante feo, si me lo preguntan. Es feo por fuera, pero por dentro... ¡más feo! Son 4 pisos, en cada piso un pasillo gris interminable, un baño y una cocina. En uno de los 25 cuartos del segundo piso de Child Hall, vivo yo.
Mis aposentos miden aproximadamente dos metros cuadrados. Pero ¿quién necesita más?Además, mi ventana tiene una vista linda a... el edificio de enfrente, que es igual de feo. Pero bueno, la verdad es que tiene todo lo necesario. Si me quejo, no es tanto por la infraestructura en sí de lo que viene siendo el edificio, o el cuarto. Más bien es la antisocialidad de todos a mi alrededor lo que no me gusta.
Una de las misiones de los moderadores (resident advisors, RA), es organizar en el piso actividades de integración. Y en el caso de mi RA, creo que es su reto más grande. Pobre Ben. Si yo fuera RA no me gustaría serlo en mi piso. La gente aquí es especialmente difícil de motivar.
Ante esta situación, varios de los planes de Ben han fracasado, y el otro día me pidió ayuda para organizar algo. Se nos ocurrió planear una visita nocturna al edificio de ciencias, para ver el cielo con los telescopios. El primer obstáculo fue decidir cuándo, y lo sometimos a consulta pública. Alguien dijo que el viernes, pero otro de los presentes contestó que no, porque viernes y sábado son días de salir con los amigos. Se me ocurrió mencionar la hipótesis de que no es como que la gente de nuestro piso salga mucho los fines de semana. Las miradas hostiles que recibí en ese instante me hicieron ver mi error. Tras mi comentario pierde-amigos, decidí sólo apoyar las iniciativas de otros organizadores y abstenerme de participar.
Total que acabamos yendo ayer. Yo disfruté mucho la visita, porque no había ido a esa parte de la universidad y aunque no pudimos ver mucho, me la pasé bien. El cuarto de astronomía está padrísimo, me recordó a la torre de divination de Harry Potter. Y la Luna, que fue lo único que pudimos ver, se veía hermosa. Además Ben nos deleitó con sus conocimientos sobre el cielo y las constelaciones, bien emocionante. Pero sí hubo varios momentos en los que sentí la antisocialidad en el aire.
Por ejemplo, cuando íbamos de camino, les pregunté a un par de compañeros si habían ido ese día a una cena que hubo en la escuela de leyes. "Odio a los abogados," fue la respuesta que obtuve. Ilusamente, pensando que su hostilidad era a los abogados y no a mí, intenté hacerme su cómplice, y les empezé a platicar sobre la conferencia del abogado de Guantánamo a la que fui el otro día. Estuve varios minutos contándoles la historia. Y cuando terminé de hablar... silencio total. Ni un comentario al respecto, ni una pregunta... ¡nada! Sólo un silencio incómodo que claramente me indicó: no nos interesa nada de lo que puedas o quieras decirnos. El resto del camino fui calladita.
Para ser justa, no son todos los del piso. Hay varios muy buena gente y con los que me llevo bien. Pero en general es un piso triste. Hoy entré al mismo tiempo que mi vecina y mientras caminábamos por el pasillo, me dijo "Me choca este pasillo. Es tan triste. No importa lo bonito que esté el día, eso siempre se queda afuera." Muy acertado su comentario.
Yo por eso casi no paso tiempo aquí, y siempre que puedo me voy a leer o estudiar a otros lados. En los otros pisos tengo muchos amigos. Bueno, no tantos, ¿a quién engaño? Pero la gente me saluda cuando pasa junto a mí, que ya es algo.

viernes, 11 de abril de 2008

Excusas...

Llegó la primavera. Y con ella un inútil que tuvo a bien darme un balonazo con la pelota de volleyball y derramar mis libros. Con todo respeto, si no saben mantener la pelota en la cancha, sería mejor que no jugaran.
Llegó la primavera y con la misma se fue, porque los siguientes dos días ha llovido y ha hecho frío. El regreso al invierno ha traído consigo el mal humor de la gente, y el mío.
Mi mal humor no sólo viene del balonazo (que sería suficiente para hacer enojar a cualquiera). Siendo un imán de los balones desde temprana edad, ya estoy acostumbrada a humillaciones de este tipo. Era la típica niñita que en la primaria le tiraban el yoghurt encima con el balón de futbol. Así crecí y así lo he asumido. Se necesita más que un pelotazo para ponerme de malas.
Lo que sucedió es que fui a dos pláticas recientemente que no me gustaron.*Además de esto, los sujetos de la oficina de asuntos internacionales, tuvieron a bien mandarme un mail de despedida. ¿Qué se creen? ¡Es 15 de abril, me queda más de mes y medio aquí! Y lo peor fue que cuando me quejé de esto con una amiga, me dijo "bueno, sí, tiene sentido, quedan, con esta, tres semanas de clases."
Fue en eso que caí en la cuenta. Es cierto, ya casi se me acaba mi tiempo aquí. Y a decir verdad todavía no tengo muchas ganas de regresar. Siento que no he acabado de estar, como quien dice. Así que eso es lo que me tiene de malas.
Aunque en realidad es un poco conveniente este repentino ataque de mal humor. Si soy honesta, lo mejor sería dejar de escribir de cómo estoy de malas y enfrentar el hecho de que la razón por la que ahorita decidí quejarme es porque estoy haciendo todo lo posible por evitar tener que empezar a escribir el ensayo que tengo que hacer.
Ya chequé todos mis mails, varias veces. Aspiré mi cuarto, arreglé mi ropa por colores, acomodé los cajones. Ya fui a dos conferencias hoy, visité dos bibliotecas. En fin, se me acabaron las excusas. Sí, me dieron un balonazo, sí, terribles crueles seres humanos vienen a Harvard a hablar, sí qué triste que me voy. Pero aceptémoslo, todo esto es un rodeo. A trabajar.
*Para información sobre estas pláticas, visitar http://temanejoloquees.blogspot.com/

Gays, judíos y recién llegados

Estoy sentada en uno de los edificios de la Escuela de Gobierno Kennedy. Vine hace rato a la presentación de tesis de algunos alumnos, y decidí quedarme a trabajar aquí. Y vaya, ha sido muy emocionante.
Me vine a instalar con mi computadora en un lugar que parecía bastante solitario. Sin darme cuenta, el cuarto se empezó a llenar de gente. Concentrada como estaba en mi arduo trabajo, no noté el escándalo, hasta que llegó un amigo y me preguntó que si no iba a tomar cerveza. Resulta que estoy en medio de un evento social que tiene lugar cada viernes aquí, en donde dan cerveza, refrescos y papitas gratis.
Irónicamente, después de todo lo que me he quejado de que la gente en Harvard son unos freaks antisociales, ahora soy la única en el cuarto que no está socializando y en cambio está sentada trabajando. Para aparentar, fui por un vaso de cerveza. Pensé que dejarlo intacto sería igualmente prueba de mi antisocialidad, así que tiré la mitad para dar el gatazo.
De pronto, todos se callaron y empezaron los anuncios. A las 5:30 hay un brindis de la organización de homosexuales y transexuales, donde habrá "high level liquor," según. A las 6:00 hay una recepción para los nuevos alumnos de la Kennedy. No entendí a qué se referían con nuevos si ya casi acaba el semestre, pero hay vino y queso y eso es lo único importante. A las 6:30 hay una cena con la organización de Israelíes en Harvard. A todo lo anterior decidí asisitr, junto con mi amiga que al igual que yo, ni es gay, ni es judía, ni estudia en la Kennedy, pero que tampoco tiene más amigos ni nada que hacer.
Así que la tarde luce prometedora: gays, judíos, alumnos nuevos, queso, y mucho mucho alcohol. Si el trabajo se trata de traer el pan (y el vino) a la mesa, mi sesión de hoy ha sido de las más productivas, aunque no he terminado, ni terminaré, nada de lo que hoy tenía que hacer.
PD: Acababa de publicar esta entrada, cuando de pronto dieron un nuevo anuncio. ¡No estoy invitada al evento de la asociación de homosexuales y transexuales! Sólo los gays pueden ir. Me perdonan, pero eso es discriminación. Mi amiga propuso que dijéramos que somos lesbianas y novias, pero francamente no tengo tantas ganas de high level liquor. Ni sé bien qué es eso, pero seguro dan whiskey en las rocas o algo así super señor que igual ni me gusta. Al fin que ni quería ir a su evento tonto. Y si yo hago una fiesta no los voy a invitar. Ahora sólo espero que los judíos no me desinviten, porque si no ya sería el colmo de la discriminación positiva, o como le llamen a esto.

jueves, 10 de abril de 2008

Lo que viene siendo primavera

Hoy, por primera vez desde que llegué, tuve calor. Tranquilos, me quité la tercer capa de ropa y ya estuvo. Pero el día estuvo precioso. Soleado, calientito…. Sí, parece ser que al fin llegó la primavera. Y con ella, una transformación total.
El campus hoy es otro. La pista de hielo en la que ridículamente ‘patiné’ un par de veces ahora es una cancha de volleyball. De un día a otro aparecieron mesas y sillas por todas partes. Y las zonas de pasto ahora son verdes. Aunque no es pasto, es pintura verde que los freaks pusieron por emocionados. (O tal vez es alguna sustancia para que el pasto crezca pronto, vayan ustedes a saber.)
Llegó la primavera y con ella el Sol, las sonrisas, las chicas en vestidos, los hombres en chanclas y chors… la humanidad. Hoy me di cuenta de que no todos los alumnos de Harvard son tan antisociales como yo pensaba. Hay algunos normales. Algunos que hoy salieron a jugar fut, o frisbee, o a tocar la guitarra bajo el Sol. Parejitas de la mano, echados en el pasto a la Chapultepec…. ¡Hasta me enteré de que hay niños viviendo aquí! Bebillos de todas las edades, corriendo tan felices como un niño que por primera vez ve el mar. Cuando le comenté a un amigo de mi descubrimiento de los niños, me dijo “Qué, ¿pensabas que eras la única?”
La gente en Boston ya desde antes me parecía excesivamente amable. Pero hoy lo fueron incluso más. Todos sonreían, todos me abrían la puerta, todos me saludaban, y varios desconocidos entablaron conmigo la plática del clima. ¡Y yo emocionadísima!
Manejé también otros clichés, como irme a sentar bajo el árbol a leer. Y es que me gusta el frío y pensé que no extrañaba el clima de México. Patrañas. Hoy, desde que sentí el solecito en la mañana, todo el día sonreí. Me daban ganas de aplicar la gringa y de plano ponerme minifalda y lente oscuro. Hay que aclarar que no, no había tanto Sol ni hacía tanto calor, estábamos como a 15 grados. Pero eso no importaba, había que usar ese vestido que había estado en el closet desde las rebajas del año pasado.
Llegó la primavera y con ella, también, el cansancio. Desde hace días tengo un ataque constante de sueño. Ya me caché cabeceando en dos conferencias. Qué vergüenza. Más con mi plato vacío de comida enfrente, indicando claramente “Tu plática me importa un comino, sólo vine a comer y reposar.” Cosa que es absolutamente falsa, en la mayoría de los casos.
En mi defensa, no soy la única que padece de este cansancio extremo. Lo he comentado y varios sienten lo mismo. Un amigo incluso me dijo que en Alemania existe una expresión para el fenómeno: “cansancio de Primavera.” Alejandro agregó que en México también existe un término, sólo que es un poco menos diplomático. Yo prefiero acuñar el término alemán y decir que lo mío es cansancio de Primavera.
Con todos estos cambios tengo una teoría. La gente aquí estudiaba tanto en invierno porque, sin poder salir de sus cuartos, no había mucho más que hacer. Tal vez si llevamos a la UDLA a alguna sierra nevada, todos nos volvamos más ñoños. O tal vez hoy sólo fue un espejismo, una especie de día festivo local en el cual la gente celebró el Sol jugando con sus perros en los jardines pintados de verde, pero mañana todo regresará a la normalidad.

domingo, 6 de abril de 2008

Rescate 911

La maldición me persigue. Salí de México huyendo de él, porque era demasiado espantoso tenerlo en mi vida diaria. Me vine a enclaustar en Harvard con la esperanza de dejarlo atrás. Creí estar segura en este lugar remoto, donde la gente escucha música clásica y jazz cuando se ponen rebeldes. Ya no cruzaba temerosa los pasillos del dormitorio, pues me sabía protegida por las políticas de silencio a todas horas. Dejé de tener miedo antes de entrar a cualquier reunión: sabía que no lo encontraría. Confiaba ciegamente en la intelectualidad y refinamiento de estas refinadísimas personas que ahora me rodean. Por eso me tomó por sorpresa, con la guardia abajo. Cuando me di cuenta, era ya muy tarde. Lo escuché venir desde lejos, pero había demasiada gente y no logré escapar. Irremediablemente, me ví atrapada en medio de una masa de personas que restregaban uno a otro sus cuerpos al 'ritmo' del reguetón.
(A partir de ahora favor de leer con acento de una mujer en Rescate 911 doblada al español).
Sucedió en una fiesta de latinos. Ahora que lo recuerdo, jamás debí de haber ido. Algo en mi sexto sentido me alertó al peligro. Pero los chicos se veían tan entusiasmados de ir que me dije "Qué rayos, iré." Al llegar, Dylan y Melany se encontraban en el porche, sosteniendo sus tragos. Se veían radiantes. "Hola, muchachos, pasen al a fiesta latina," nos dijeron. Mis amigos y yo cruzamos el umbral, sin saber que al hacerlo entrábamos a un infierno del cual no lograríamos salir en muchas y muy largas horas.
Al inicio, el ambiente era jovial. Yo me encontraba platicando con un chico apuesto y pensaba para mí, "Caracoles, qué bueno es estar aquí." Había otras chicas que ya concía, charlamos, tomamos ponche y jugo de grosella. Todo parecía marchar bien.
En realidad, no sé cómo pasó. Recuerdo que ví a un hombre de cintura ancha, camisa abierta y vellos en los pectorales entrar al lugar. A partir de ahí, todo ocurrió muy rápido. Llegaron más como él. Mi vista se nubló con imágenes de camisas rosas y crucifijos dorados. Había mucho alcohol y yo.... yo... no sabía qué hacer. Busqué a Rose, quería encontrarla para decirle que saliéramos de ahí. Sabía que teníamos que huír cuanto antes. Pero fue inútil, uno de los hombres de gran diámetro llegó a ella primero, con un trago en la mano.
Repentinamente, llegó el reguetón. Reconocí al instante sus efectos ponzoñosos cuando la gente empezó a girar sus cuerpos de manera singular, unos contra otros, perdiendo el estilo y la dignidad. Me encontraba consernada y sabía que debía hacer algo para ayudar a mis amigos, pero me atemorizaba el gran tamaño de los hombres de rosa. Al ver que Rose empezaba a sufrir por las contorsiones del hombre que la rodeaba, supe que tenía que actuar. Fue entonces que disqueé al 617* a pedir ayuda.
(Cambio de tono de voz, ahora es el del hombre que recibe la llamada en el 911)
La llamada de la señorita Orraca fue recibida a las doce vienticuatro de la madrugada del sábado cinco de abril. La señorita reportaba un ataque de reguetón, perpetrado por una banda de sujetos de gran masa corporal, portando un atuendo uniforme consistente en camisas rosas y mocasines blancos. La descripicón de los sujetos incluía cabello fuertemente engomado que dejaba al descubierto pedazos de cráneo rojizo. La srita solicitaba el envío de una unidad para transportarla a ella y otra víctima fuera de la zona de contingencia. Lamentablemente, por fallas en la comunicación, no logramos discernir la dirección a la que había que llegar y no nos fue posible acudir a su llamado. Fue hasta unas horas más tarde, tras una fuerte investigación de la zona, que nuestras unidades detectaron el lugar afectado. Para entonces, la susodicha ya no estaba en la zona en cuestión.
(Regreso a voz de traducción barata de mujer)
El rescate no llegaba, yo no me sentía bien y Rose estaba cada vez peor. Su tez palidecía con cada trago y la mía con cada segundo de escuchar aquel martirio musical. Decidí poner manos a la obra y busqué a Dennis. Le dije "Anda, sé un buen chico, Dennis, debes ayudarme a sacar a Rose de aquí." Dios iluminó a Dennis quien en ese momento recobró la razón y logró despejar su mente de las nubes creadas por el reguetón. Entre los dos, sujetamos fuertemente a Rose para arrancarla de los brazos monstruosos del hombre de rosa. La pobre chica carecía de fuerzas siquiera para mantenerse en pié. Sabíamos que teníamos que actuar rápidamente, antes de que otro sujeto nos interceptara. Logramos evadirlos a todos y llegar a la entrada. Lamentablemente no pudimos controlar a Rose por completo y sufrió algunos ligeros golpes al rodar por la escalera. Pero finalmente, logramos escapar. Dennis y yo la llevamos a casa, nos aseguramos de que estaría bien y luego él amablemente me escortó a mí a mi hogar.
Ahora todo es distinto. Me alegro de que todos estamos bien y de que Dennis estaba ahí. Ha sido un ángel, creo que Rose y yo estamos en deuda con él. Le doy gracias a Dios que todo salió bien y que ahora soy libre de correr por los pasillos de mi edificio sabiendo que aquí el reguetón no me amenaza. Sé que aquí, entre mis vecinos chinos, no tengo nada que temer. Pero el miedo ha regresado y ahora tendré que ser más cuidadosa antes de decidir qué umbrales cruzar un viernes por la noche.
*617... es el número de Harvard Shuttle Services, una monada que te manejan, que viene siendo el servicio de que si tú estás en un área cerca a la universidad, puedes llamar y mandan una camionetita que pasa por ti y te lleva a tu cuarto, gratis. Con esto de que te pueden violar si caminas sola por las noches, es lo que viene siendo la prevensión.

miércoles, 2 de abril de 2008

Museillos

Estoy en deuda con ustedes. Por estar turisteando y paseando a mis visitas, no me ha dado tiempo de platicarles todo lo que he visto en estas dos semanas. Pero créanme, vale la pena. Hoy les quiero platicar de los museos.
En alguna entrada anterior hablé del Instituto de Arte Contemporáneo en Boston, que no me gustó mucho. Pero de ninguna manera quiero que se queden con esa imagen de esta hermosa ciudad. En primera, está el Museo de Artes Finas (FMA por sus siglas en inglés, ah verdad, qué profesional suena esto). Es el más grande de la ciudad, y tiene una colección grandecita de arte de varios tipos. He ido dos veces. La primera me tocó una exhibición de zapatos, muy original porque no era un cuarto, sino que por todo el museo ibas encontrando zapatos que tenían que ver con las demás exposiciones. Muy simpático. La segunda fui a la parte de arte japonés, y había una exhibición de kimonos, padrísima. Y una de grabados de sumo, bien interesante también. No lo habría disfrutado tanto si no hubiera sido por la sabia guía de Martha, aficionada de este tipo de arte.
Pero quizá aún mejor, está el Fogg, el museo de arte en Harvard. Aunque es chiquito, tiene unas obras increíbles. Y soy suertuda porque en unas semanas lo van a cerrar, durante cuatro años, para remodelarlo. Incluso voy a ir con Jane a la fiesta de clausura. Habrá música, baile y comida gratis. (Conste que lo de la comida lo puse hasta el final). Ya invité a todos mis amigos (que forman un total de como tres personas) para que vayan conmigo a gorrear comida. El león cree que todos son de su calaña.
En fin... estábamos en los museos. En Nueva York, fui al Whitney y no me gustó nada. Era la bienal, y había puras instalaciones y cuadros de arte americano contemporáneo. Y a decir verdad no encontré nada que me llamara la atención, y eso que me inserté en uno de los tours, por supuesto sin pagar, para ver si así entendía algo. Pero no, nada.
Otro gallo me cantó con el Moma y el Met. Los dos me gustaron mucho, sobre todo el segundo. La sección de arte africano está verdaderamente impactante. La mayoría son obras recientes, de los últimos treinta años. Me gustó mucho ver este aspecto de los países africanos, porque en mis clases estoy estudiando asuntos del desarrollo en África: política, economía, sociedad. Y todo es un desastre. Pero de pronto ver en estas piezas la riqueza cultural, la expresión de una de las partes más hermosas de estas sociedades, me encantó.
Algo parecido me pasó con la parte de arte egipcio. La cantidad de objetos que tienen es increíble. Y la mayoría los encontraron antropólogos del Met, en expediciones patrocinadas por esta institución. Para quien no haya ido al Met o no se acuerde, los gringos tienen ahí adentro un templo completo de Mesopotamia. Impactante. Los muros enteros, las columnas, el techo, todo. Hasta le hicieron un laguito alrededor. O bueno, una fuente, pero yo me lo imaginé como el Éufrates. Ante tal colección de objetos, hay todo un debate de qué tan justo es que los gringos tengan estas piezas. Muchos argumentan que pertenecen a Egipto o Irán, y por lo tanto debieran de estar en estos países, bajo la protección de sus gobiernos. Pero por otro lado, hay que reconocer que nadie les daría el mantenimiento que aquí les dan. Las piezas han sido restauradas y están en excelentes condiciones. Quién sabe.
Otra parte del museo que visité fue una exposición sobre Moda. Todos ustedes saben que no exactamente me caracterizo por ser vanguardista en mi forma de vestir. Eso de las elegancias y combinaciones no es mi fuerte. En circunstancias normales la exhibición de Moda habría sido una de las últimas que visitaría, después de algo muy aburrido como aviones (perdón si ofendo a alguien). Pero lo que llamó mi atención fue el título: "Blog.Mode: Addressing Fashion" En honor a este portal de internet, tenía que meterme a la exhibición. Y la verdad es que el concepto está bastante interesante. La idea es que, a diferencia de otros tipos de arte, como arquitectura o pintura, la moda está en nuestra vida diaria. Mientras que ante un cuadro podemos quedarnos sin opinar por temor a denotar nuestra incultura, ante la moda siempre tenemos una opinión que juzgaremos igual de válida que la de cualquier otro. El punto de la exhibición es invitar a los expectadores a opinar sobre las piezas, publicando sus comentarios en un blog que se puede accesar desde las computadoras en la sala. Quise participar pero no se me ocurrió nada que decir sobre los sofisticados trapitos. Pensé que no sería apropiado escribir sobre alguna otra cosa completamente aleatoria que no tuviera nada que ver con la exposición, nomás por el afán de opinar. Pero buena la idea.
Con todo lo anterior, el museo que más, más, más me ha gustado, es el Guggenheim. La pura estructura está finísima: es un cilindro, con una rampa que le va dando vueltas, y en las paredes están montadas las exhibiciones. No lo puedo describir bien, mejor si pueden vean fotos. Me tocó una exhibición de un artista chino (sí, no puedo escapar a mi Karma con los chinos) llamado Cai Guo-Qiang. El título es "Quiero creer" (I want to believe). Me gustó tanto porque es arte con contenido social, una crítica profunda a la sociedad y a los seres humanos. Creo que de los artistas contemporáneos que he conocido, es mi favorito hasta ahora.
En fin, esos fueron los museos que visité. Otro día les platico del teatro. Y luego de alguna otra cosa absurda e irrelevante como mi vecino que tiene ataques de hipo todas las noches.