Dice María José que en Holanda el punto más alto es un holandés. Y es cierto. Uno puede recorrer pueblos y ciudades sin toparse jamás con una elevación del terreno. De ahí que el uso de la bicicleta sea tan común. Y de ahí que durante la semana y media que pasé en estas tierras, yo tuviese que usar la mía.
Uno cree que domina ciertas artes, y de pronto se va enterando de que nopales, que nada que le sabe. Así me ocurrió a mí en esta ocasión: descubrí que no te manejo lo que es el ciclismo urbano.
Como ya lo saben, no soy novata, el bellísimo Pueblo de Cholula ha sido mi campo de entrenamiento durante meses. Pero una cosa es ir entre pipopes y perros cholultecas, y otra muy distinta es seguir las reglas de tráfico de una ciudad en la que el 80% de la población se mueve en velocípedos, y estos tienen sus propios caminos y semáforos. No les voy a mentir: andaba yo espantada.
Primero intentamos que Jo me llevara en la suya, pero si coordinar uno mismo su bicicleta es complejo, sólo imaginen lo que es llevar en el lomo a una pasajera que además del peso considerable que aporta, continuamente te clava las uñas en la espalda. Total que se nos complicó, y a los pocos metros de casa caímos juntas del vehículo, y cada vez que nos trepábamos la gente aledaña se detenía para observar el patético espectáculo. No había más remedio que usar mi propia bici.
Aquí entraron las reglas de tránsito bicicletero. Si supieran el trabajo que me costó acatarme... En más de una ocasión me pasé el alto, provocando entre los holandeses lo que yo calculo que eran mentadas de madre. Lo mismo ocurrió en las dos ocasiones en las que me estrellé contra la bici de alguien más. A Dios gracias que todo era en holandés y yo sólo contestaba "ashuet, ashuet", que según yo quería decir "disculpe." Evidentemente no, y Jo me tenía que corregir cada vez: "Es ashublift." O algo.
Lo peor fue cuando descendí involuntariamente del aparatejo al cruzar la calle, justo cuando venían hacia mí tres apuestos holandeses en sus bicicletas. Causé un desparpajo entre los pobres pues al intentar evadirme se estamparon entre sí. De nuevo, insultos indescifrables.
No es fácil acostumbrar al cuerpo a pasar tanto tiempo en bicicleta. Con las piernas no tuve problema, ya ven que soy atlética por naturaleza y algunas horas al día pedaleando no me hacen ni cosquillas. (Aunque la gente aquí no me creía mucho cuando me veían llegar a cualquier lugar roja roja, sudando y sin aliento. Pero esto era por el clima.) El mayor problema está en otras partecitas. Sin entrar en detalles, digamos que la mitad de mi estancia en Holanda tuve que caminar como si trajera pañal, con las patitas abiertas, toda adolorida. Aún siento feo cuando me acuerdo de subir y bajar las banquetas...
Eeeeen fin. Para terminar con una nota positiva, tengo que reconocer que me gustó este modo de vida. Nuestros largos paseos en bicicleta no sólo nos permitieron ahorrar varios euros en transporte público, sino que contribuyeron a reducir los efectos catastróficos que la inflación en el precio de las verduras holandesas va dejando en mi cuerpecito.
Uno cree que domina ciertas artes, y de pronto se va enterando de que nopales, que nada que le sabe. Así me ocurrió a mí en esta ocasión: descubrí que no te manejo lo que es el ciclismo urbano.
Como ya lo saben, no soy novata, el bellísimo Pueblo de Cholula ha sido mi campo de entrenamiento durante meses. Pero una cosa es ir entre pipopes y perros cholultecas, y otra muy distinta es seguir las reglas de tráfico de una ciudad en la que el 80% de la población se mueve en velocípedos, y estos tienen sus propios caminos y semáforos. No les voy a mentir: andaba yo espantada.
Primero intentamos que Jo me llevara en la suya, pero si coordinar uno mismo su bicicleta es complejo, sólo imaginen lo que es llevar en el lomo a una pasajera que además del peso considerable que aporta, continuamente te clava las uñas en la espalda. Total que se nos complicó, y a los pocos metros de casa caímos juntas del vehículo, y cada vez que nos trepábamos la gente aledaña se detenía para observar el patético espectáculo. No había más remedio que usar mi propia bici.
Aquí entraron las reglas de tránsito bicicletero. Si supieran el trabajo que me costó acatarme... En más de una ocasión me pasé el alto, provocando entre los holandeses lo que yo calculo que eran mentadas de madre. Lo mismo ocurrió en las dos ocasiones en las que me estrellé contra la bici de alguien más. A Dios gracias que todo era en holandés y yo sólo contestaba "ashuet, ashuet", que según yo quería decir "disculpe." Evidentemente no, y Jo me tenía que corregir cada vez: "Es ashublift." O algo.
Lo peor fue cuando descendí involuntariamente del aparatejo al cruzar la calle, justo cuando venían hacia mí tres apuestos holandeses en sus bicicletas. Causé un desparpajo entre los pobres pues al intentar evadirme se estamparon entre sí. De nuevo, insultos indescifrables.
No es fácil acostumbrar al cuerpo a pasar tanto tiempo en bicicleta. Con las piernas no tuve problema, ya ven que soy atlética por naturaleza y algunas horas al día pedaleando no me hacen ni cosquillas. (Aunque la gente aquí no me creía mucho cuando me veían llegar a cualquier lugar roja roja, sudando y sin aliento. Pero esto era por el clima.) El mayor problema está en otras partecitas. Sin entrar en detalles, digamos que la mitad de mi estancia en Holanda tuve que caminar como si trajera pañal, con las patitas abiertas, toda adolorida. Aún siento feo cuando me acuerdo de subir y bajar las banquetas...
Eeeeen fin. Para terminar con una nota positiva, tengo que reconocer que me gustó este modo de vida. Nuestros largos paseos en bicicleta no sólo nos permitieron ahorrar varios euros en transporte público, sino que contribuyeron a reducir los efectos catastróficos que la inflación en el precio de las verduras holandesas va dejando en mi cuerpecito.
1 comentario:
No podía esperar menos de ti, Marcelaorraca. Como siempre, tu fans némere une.
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