Por más que me digan que la suerte no existe, no les creo nada. Llevo toda la vida comprobando que son puras patrañas. Como ejemplo les presento el siguiente acontecimiento, muestra de que la vida nos presenta continuamente visicitudes de la fortuna.
Hace algunos días, aún en territorio holandés, María José y yo visitamos la bellísima ciudad de Den Haag. Antes de proseguir vale la pena hacer un paréntesis para reconocer mi absoluta falta de cultura, pues hasta una semana después del paseo me enteré de que Den Haag es nada menos que La Haya, sede de la Corte Penal Internacional. Y yo que pensaba que era una especie de Ixtapa holandés... En mi defensa, la monita del puesto de turistas no nos mencionó las instalaciones de la Corte entre los atractivos del puerto, y en su lugar nos hablaba de un museito cualquiera y de no sé qué jardines de la reina.
Aconteció entonces que las tres nos paseábamos sin rumbo por La Haya cuando vamos viendo un masacote de gente reunida, rodeada de policías. La grilla, la grilla, y desde luego que nos fuimos a insertar entre la muchedumbre. Preguntamos a uno de los presentes que de qué se trataba tal congregación, y nos vamos enterando de que vendría nadie menos que el mesmísimo Dalai Lama. Según. Yo nunca me he considerado seguidora del monje y sus enseñanzas budistas o, como diría el amigo Pablo, Dalai Lomera. Aún así, la oportunidad era única.
Por supollo que quisimos presenciar tal acontecimiento. Y, por esto les digo que la buena suerte existe, a los dos minutos que va llegando la carabana de coches elegantísimos, escoltados por policías y guardias de varia especie. Bola de perdedores los holandeses que llevaban horas esperando, porque al no hablar su idioma y no entender bien a bien sus normas, de pronto yo me encontré como a dos metros de uno de los automóviles, mucho más cerca que cualquier otro. Hasta que me di cuenta de que los gritos del policía iban dirigidos a mí, y me tuve que retirar un poco.
Pero no importó: justo entonces bajó el Dalai Lama de su coche, rodeado de guardias. Atónita, no podía creer mi situación: a escasa distancia del personaje, sin nadie entre él y yo, fotografiándolo libremente y calculando en cuánto podría vender aquellas valiosas imágenes. A continuación, uno de los retratos que capturé del monje tibetano.
Mientras, la bola de estúpidos curiosos y reporteros no se habían dado cuenta de que el Dalai ya había bajado del auto y se ajetreaban alrededor de los vehículos de las escoltas, con sus cámaras listas para captar el momento. Pendehos.
No había terminado de celebrar mentalmente mis habilidades periodísticas cuando un suceso provocó mi confusión: del automóvil desciende otro monje, idéntico al que yo había fotografiado.
Y de pronto, por atrás, me sale un tercer personaje, de nuevo, igual.
"¿Cómo?" me dije, "¿Cuál es el bueno?" No importaba, habría que captar a los tres, no fuera a ser que se me escapara el mero mero.
Súbitamente, en la lejanía, la pelusada empieza a gritar y aplaudir. Interrumpí mi intensiva sesión de fotos para entender el por qué de la algarabía, y pronto comprendí de lo que se trataba. El Dalai Lama no era ninguno de los tres a los que yo acosaba frenéticamente. Pendeha.
Corrí hacia la masa e intenté insertarme entre ellos para obtener al menos una imagen de la eminencia, pero me resultó imposible. Recurrí entonces a la vieja técnica reporteril, levanté el brazo, cámara en mano, y oprimí el botón tantas veces como pude, con la esperanza de captar aunuque fuera la cabecita pelona del buen samaritano. Ya se imaginarán el resultado, dado que en esta tierra de alargadas figuras mi cortedad se asemeja al enanismo. Fracaso total.
Pero bueno, un detallito cualquiera como este que les cuento no me quita la emoción del evento. Para la posteridad, diré que fotografié al Dalai Lama, al fin y al cabo les apuesto que tampoco ustedes lo reconocerían.
3 comentarios:
Marciii bien por aplicar el por su pollo, joya!
Te extraña,
Miri :)
Ya decia yo... jaja...
Que onda?... si vienes?...
Entre la exitosísima insertación de todos nuestros términos favoritos y este pasaje "'¿Cómo?' me dije, '¿Cuál es el bueno?' No importaba, habría que captar a los tres, no fuera a ser que se me escapara el mero mero.", NO PUEDO de la risa.
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