jueves, 30 de octubre de 2008

Bichos Udlescos

Una de mis principales razones para estudiar en la UDLAP fue la fauna del campus. Ahora parece broma, sobretodo porque los pavos reales repentinamente se multiplicaron y ahora estamos rodeados de pubertos horripilantes, que encima se jactan de merecer pasearse por los salones o subirse a la mesa a tragarse mi torta. Pero en su momento, me parecieron adorables.
Aunque originalmente quería ser veterinaria, algo me hizo optar por una profesión ligeramente apartada de la naturaleza. No sé si culpar al conejo que me mordió la boca cuando traté de darle un beso, a la ardilla que me royó el dedo cuando le ofrecí cacahuates, o al elefante que me tiró cuando monté en su lomo. Quizá fue la mezcla. No obstante, mi gusto por los animales persistía, hasta que intimé con los de aquí.
Mi karma con estas criaturas empezó un día de primavera cuando, caminando por la vereda, encontré un huevo de pato. JURO que estaba abandonado, solito, en el cemento, expuesto a que un peatón lo pisara, privando de la vida al patito que crecía en su interior. Mi alma pura me indujo a llevarlo a casa. Ahí lo empollé en una toallita que calentaba en el microondas del Cain Murray, hasta que lo incendié. Un día, en el afán por protegerlo del frío, lo envolví en tantas cobijas que no noté el momento en que se cayó. Jamás volví a encontrarlo.
Me dirán lo que quieran, pero clarito me queda que la madre biológica del huevo supo perfectamente lo que sucedió. Regresaba yo tranquilamente del kit-botsin, cuando la infeliz me vio desde el otro lado del lago y, sin dudarlo, se abalanzó sobre mí. Como me parecía poco glamoroso huir corriendo de una pata en pleno campus, apreté el paso disimuladamente. La pajarraca me alcanzó y se me colgó del pans. Mi reacción instantánea fue echarle agua, cosa que evidentemente no funcionó, por lo mismo de que es un pato y el agua más que nada no le molestó. Mientras tanto, la gente empezó a notar que algo pasaba, y las cabezas volteaban hacia mí. Intentando pasar desapercibida, seguí caminando, ¿por qué no? con un pato colgado del pantalón. Casual. Medio trataba de zafarme, pero entre que qué vergüenza y qué miedo que me cobraran una unidad por lastimar a la fauna, tardé al menos diez pasos en quitármela de encima. Para entonces, ya era yo el espectáculo de todos los presentes.
No ha sido la única vez que los bichos udlescos ponen en peligro mi reputación. Qué decir del día que un mosco se metió en mi boca mientras me ejercitaba en el gimnasio. Lo acepto: ¿qué hacía yo con la boca abierta? Pero esta ligera pérdida de estilo no explica la mala suerte de que el maldito mosco justo haya decidido volar por ahí, sobretodo a la hora de entrenamiento de los de americano. Vaya desatino, una que quería ligar… Bien me había advertido la sabiduría popular: en boca cerrada, no entran moscas.

2 comentarios:

SG dijo...

Muy buen blog... jaja.. toda una domadora de animales...

Anónimo dijo...

Jajajajajaja...
Jajajajaaaaaajaaaaaaaa...
Jaaaaaaaaajajaja...
No puedo de la risa.
Daría lo que fuera por haber visto el ataque de la pata...
Jajajaaaaajaaajaaa...
Gracias por estas líneas que me han llenado de una alegría inmensa :)