martes, 2 de diciembre de 2008

Ciclismo cholulteca

La bicicleta es uno de los mejores atributos del estudiante udlesco. No sólo es ecológica y barata, sino que te ahorra la angustia de encontrar lugar en el estacionamiento ni te emberrinchas si una moto ocupa todo un cajón.
En esto pensaba cuando decidí que quería una. Ya me soñaba en un velocípedo rosa, (porque soy niña), con canastita y clatson, pedaleando por el campus con ojos cerrados y brazos extendidos mientras el viento jugaba con mis rizos. Patrañas. Mis sueños se han hecho añicos.
La crisis no me permitió comprar una, pero pude heredar la de mi prima pudiente. Muchos me envidiarían: es para deportes extremos, con sus llantas todoterreno, velocidades, y demás artefactos para el descenso de montaña. Lástima que el deporte más extremo que he practicado fue cuando derrapé por la pirámide de Cholula, y no fue ni intencional ni divertido. Lástima también que mi prima, como cualquier persona normal, mide varios centímetros más que yo. Así que ahí me tienen con un artefacto gigante, tosco y agresivo, ni tantito parecido al cuasi-triciclo gay que tenía en mente.
Lo que más me preocupa es que cuando me trepo, mis pies no alcanzan el piso, lo cual puede ser problemático a la hora de intentar bajarme. A pesar de que mi atlética (ehem) apariencia diga lo contrario, no soy lo que yo llamaría diestra en las actividades físicas. Además, he notado que tengo una extraña atracción hacia el suelo que va más allá de la gravedad, y una ligera propensión a las situaciones vergonzosas en momentos socialmente inapropiados (los llamados osos).
Como si no fuera suficiente, yo insisto en buscar nuevas formas de perder el estilo. Así que decidí transportarme en bici a la UDLA. Error. Para empezar, los feroces perros de la vecindad me ladraron hostilmente, lo cual me asustó y me hizo perder el equilibro en la primera cuadra. Iba a decir que me atacaron porque sonaba menos patético que caerte porque te ladra un perro, pero había testigos. Luego, cruzar las enormes avenidas de la gran Cholula (ya saben, la 8 Norte con sus salvajes conductores, se pone canija). Se me complicó tanto que me bajé (caí) otra vez, y llegué a la universidad a pie.
Ya adentro pensé que sería más fácil. Qué ingenua, no consideré a los peatones. Iba tan ocupada esquivando feligreses que no noté cuando mi pantalón se atoró con la cadena. Y chin, que me bajo involuntariamente de la bici por tercera vez. Sólo que ahora mi pierna se quedó enredada y tuve que contorsionarme ridículamente para soltarla, frente a un grupo de metiches que ya se había congregado.
Con la poca dignidad que me quedaba, levanté el aparatejo, y me alejé empujándolo, cabizbaja, con una rodilla sangrando y una pierna del pantalón ‘acampanada.’ Los espectadores me lanzaban miradas de compasión, como quien mira a un perrito sarnoso con lástima pero sin acercarse por temor a infectarse. No los culpo, yo tampoco me acercaría. La perdedorez, como sabrán mis pocos amigos cercanos, es un mal contagioso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero que no sea hereditario, porque me veré en las mismas penosas situaciones el siguiente semestre
Por suerte no tengo conocidos en Holanda que puedan heredarme artefactos que no sean a mi medida

Anónimo dijo...

Así son los recorridos en bicicleta: una constante lucha contra molinos y gigantes.

Besos Rebeldes.
C.

Anónimo dijo...

Lo importante no es no caerse sino reírse al respecto (algunos dirían tomárselo con filosofía), además no todos somos diestros en el arte de manejar vehículos de 2 ruedas (me incluyo) pero somos excelentes en otro tipo de vehículos no? Así que a pegarle al monociclo o al ATV.

Saludos