miércoles, 11 de marzo de 2009

Elvira Duff

“¿Si fueras una caricatura, quién serías?” me preguntó un amigo ayer. Reflexionando, regresé al pasado cuando me decían Mafalda porque vivía angustiada por el mundo. Lisa Simpson, claro, ha sido otra constante. No vayan a pensar que por su ñoñez. Es más bien por mi piel amarilla. O porque mi hermano se porta mal.
En fin, ni Lisa ni Mafalda me convencen. No porque me caigan mal, pero siendo honesta soy más como Elvira Duff, la de los Tiny Toons que se dedica a perseguir animalitos. Los pobres huyen aterrados de su entusiasmo y sus arrebatos cariñosos que con frecuencia terminan en la muerte.
Así soy yo. Sufro de unas ansias incontenibles de cuidar, un instinto maternal adelantado, descontrolado, y mal desarrollado. Obsesionada con cualquier cosa que inspire ternura, dediqué gran parte de mi infancia a convencer a mis papás de que tuviéramos mascotas. Y fueron indulgentes. En distintos momentos te manejamos lo que son los peces, ratones, perros, tortugas, pollos, patos, pájaros, camaleones, conejos, y aproximadamente 20 gatos. También fundé un criadero de caracoles, -la adoración de mi mamá-, y un hospital para las lagartijas que encontraba heridas gracias al gato en turno.
Pero algo siempre me falla. El perro del vecino asesinó a dos pollitos. Infinidad de ratones, hámsters y pericos murieron de enfermedades intestinales. Varios pacientes del hospital sucumbían, aplastadas accidentalmente por mis torpes deditos cuando intentaba sanarlas con árnica. Y las fuerzas de la naturaleza se apoderaban con frecuencia de alguna de mis mascotas, llevándolos a cumplir su rol en la cadena alimenticia y devorarse al prójimo. El jardín se convirtió en cementerio para enterrar a los difuntos tras un cortejo fúnebre al que asistían mis muñecos vestidos de negro. Tantito sádico. Otros corrieron con suerte distinta y se perdieron (escaparon) irremediablemente.
No se debe a falta de entrega. Diosito santo sabe que hice todo por resguardarlos. Cuando me tocó criar a un joven conejito, abandonado por su mamá, lo cobijé bajo mi ropa por días y no lo dejé solo un segundo. Literalmente. Si no me creen pregúntenle al que era mi galán, que le tocó ir al cine con nosotros. Cuando le dije “no engordé, traigo un conejo en la panza”, pensó que era broma. Al darse cuenta de que en verdad traía al bicho, se ofuscó y luego ofreció comprarle algo para que comiera mientras veíamos la película. Pero el conejito murió a los pocos días.
A mis gatos tampoco les faltó cariño. Los traía abrigados con mamelucos, paseando en carriola y durmiendo en cunitas de plástico, los alimentaba con biberón y lavaba sus dientes. Los muy ingratos se escaparon, uno tras otro, hasta que mi mamá me prohibió ponerle pañal a las mascotas.
Sí, soy elviresca. Lo malo es que Elvira acosa también a sus compañeritos. Con esto no tengo problema, sólo que todos le huyen y ya no me gustó. Por eso mentí un poco y dije que sería Lisa. Digo, Milhouse y Rafa no son mis prototipos de hombre, pero de eso a que un zorrillo huya de mí…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creepy but cute... jajajaja