martes, 3 de marzo de 2009

Gen Maligno

Estoy segura de que existe un gen que determina la perdedorez. Y estoy aún más segura de que el mío está altamente desarrollado. Desde chica tengo una innegable atracción hacia elementos poco refinados, como balonazos, tropiezos, o ganas inoportunas de ir al baño… Era la típica que le tiran el yogurt encima con un balón. O que en la fiesta de 15 (o de 22) se cae porque no sabe usar zapatos de tacón. O que en el viaje de generación de prepa le da un ataque de risa y se hace pipi en frente de todos. Típico, ¿no?... Not.

Desgraciadamente mis achaques de perdedora me persiguen. Y la UDLAP no sería la excepción, como quedó claro en mis primeros días, cuando le ayudé a Güendy a cambiarse de casa. Teníamos que transportar sus cosas al Cain y por codas no quisimos pagar lo que es el taxi. Parecíamos mecapaleras, arrastrando una cantidad absurda de maletas y bolsas de Gualmar por medio campus.

Apenas me entregó la bolsa con los huevos y me tropecé encima de ellos. Puntos menos para mí. Luego, como mi gen maligno lo determinaría, cruzamos justo a la hora del entrenamiento de los Aztecas. Ahí nos tienen, rojas rojas por el esfuerzo y sudando cual pubertos bigotudos, desplazándonos por el campo en una escena de lo menos seductora. Para colmo, que se nos desfunda la bolsa de plástico con los limones. Aterrada ante el prospecto de desperdiciar comida, aventé el resto del cargamento y me puse a recoger limones. La pobre de Güendy, temerosa de que alguien nos viera, me decía entre dientes “Ya déjalos, Marce, yo te compro otros”. Demasiado tarde: los aztecas, musculosos y atléticos, nos miraban y comentaban el evento entre risas maliciosas.

Siete semestres después las cosas han cambiado poco. El domingo descubrí un camión de Estrella Roja que llega directo a Cholula. Feliz, me trepé y pronto me quedé dormida. Cuando desperté vi con alarma que ya estábamos en el zócalo cholulteca. Agarré mis cosas, apuradísima, y me escurrí como pude por el pasillo, golpeando con la maleta a un pasajero y la gallina que llevaba en una jaula sobre las piernas.
Al bajar, le pregunté a un samaritano cómo llegar a la UDLAP. “Uy güerita, ya te bajastes mal”, me contestó, señalando un enorme letrero a sus espaldas que decía “ABARROTES HUEJOTZINGO”. Rápidamente regresé al camión que, por suerte, no se había ido. “¿Vas a Cholula?” me dijo el chofer. “Lles, lles”, contesté, deseando pasar por gringa y que eso explicara el suceso. Se me olvidó que momentos antes había gritado, en perfecto español, “¡Aguánteme que aquí me bajo!”

Mientras volvía a mi asiento, con el ego por los suelos, noté que el hombre y su gallina me miraban serios y sin parpadear. Pero no me engañan: en sus ojos reconocí la inevitable satisfacción de una venganza involuntaria. En realidad ya no me angustia. Con los años me he acostumbrado y ahora entiendo que eso de perder el estilo es mi pan de cada día. Ni modos, a algunos así nos tocó.

1 comentario:

jo dijo...

Como dice kike, no cabe duda de que dios nos hace y nosotros nos arrejuntamos...