domingo, 27 de enero de 2008

Llegada a Harvard

Mi entrada a Harvard fue triunfal. Como todos los que me conocen saben, se me da eso de hacer el ridículo y ponerme en situaciones vergonzosas y poco favorecedoras a mi popularidad.
Para empezar, mi mamá y yo dimos vueltas como mayates por todo el aeropuerto, arrastrando 6 maletas y sin saber por dónde salir. Subimos y bajamos el elevador como 3 veces y los coreanos o chinos de alrededor nos miraban extrañados.
Luego se me olvidó averiguar la dirección a la que tenía que llegar. Sabía el nombre del edificio y pensé que el taxista del aeropuerto iba a ubicar a la perfección todos los edificios de la universidad y me iba a poder llevar a mi destino. Claramente no fue así. El viejo nos botó en un lugar q se llama Harvard Square, que es afuera de la universidad pero es como el centro social, hay cafés y librerías y todo. Osea, el lugar, ya saben, perfecto para hacer un oso. Y sí, efectivamente, ya nos imaginarán ahí abandonadas con 6 maletas, metiéndolas al centro comercial, sin saber si las puertas abrían para adentro o para afuera, buscando un teléfono, pepenando moneditas para poder marcar... no no no, terrible. Todas las personas que estaban ahí esa noche estoy segura de que no van a querer ser mis amigos. Ni los de mi mamá.
¡Hoy ví la nieve por primera vez! Nevó TODO el día. Los primeros 5 minutos, por la ventana, la amé. Luego me divirtió caminar con botas y entre los copitos. Al poco tiempo ya no me gustó tanto y acabé maldiciéndola porque los copos en mis pestañas no me dejaban ver la ciudad. Y porque mi mamá se resbaló en el parque dejando un rastro en la superficie que hacía evidente su tropiezo.
Fuimos a Boston. Al chopin, según, para comprar lo que falta de mi cuarto y otras cosas que se ofrecen por ahí. Como todo nos parecía caro, nos trepamos al metro para ir a los suburbios, a unas de esas tiendas de todo por un dólar. Al ver que nos alejábamos tanto del centro, justo una estación antes de llegar a nuestro destino, decidimos bajarnos porque se nos hizo absurdo ir tan lejos cuando ya era tarde, para ahorrarnos unos cuantos dólares. Pero cuando el metro cerró la puerta, lo pensamos de nuevo y dijimos que había sido absurdo bajarnos, y que mejor sí queríamos ir. Esperamos en medio de una ventisca terrible durante 10 minutos hasta que por fin llegó el siguiente tren y nos llevó. Al llegar, ya eran 5 y media y todo estaba cerrado. Se nos hizo absurdo, de nuevo, haber ido hasta allá para nada, así que caminamos hasta encontrar la única tienda abierta en la zona. Decidimos que como ya habíamos pagado el metro hasta alla ahora teníamos que comprar algo. Encontramos un basurero, un espejo y unas gomitas de azucar. Regresamos cansadas pero satisfechas de haber adquirido estos artículos en una tienda de baratas. Pero cuál no sería la sorpresa cuando entramos a la Coop (la tienda de Harvard, a 5 minutos de mi edificio caminando), y encontramos todos los artículos que habíamos comprado, pero más baratos. Y claro, tuve que recorrer todo Cambridge cargando un espejo enorme, que aparte con el maldito viento hacía las de alas y yo iba chocando con todos los demás peatones. Terrible. Y la lista de personas que no querrán ser mis amigos creció bastante con ese incidente.

No hay comentarios: