martes, 3 de junio de 2008

Calidad de Vida

La mera estampa de Jane, que construí durante cuatro meses de conocerla, me fue suficiente para asumir que el señor y la señora Newbold serían dos criaturas dignas de observarse. Mi idea se vio fortalecida cuando Jane me dijo que se llamaban Max y Dave. Por un momento, pensé que tenía dos papás, y se me hizo raro porque el matrimonio homosexual no existía hace 20 años. En tono dudoso le pregunté a mi amiga que cuál era la mamá, y me dijo que Max, cuyo nombre real es Maxime. Tiene sentido.
Contrario a lo que todos pensamos, Dave es bastante normal. Trabaja no entiendo muy bien en qué, pero desde su casa, por teléfono y en la computadora. Me cae muy bien, es rete amable y platicador, y siempre me pregunta sobre México: ya le canté unos narcocorridos y le hice una imitación de los vendedores ambulantes en el metro. Primero intenté traducir la jerga metrista al inglés, pero evidentemente es imposible, así que acabé haciéndolo en español. Luego le expliqué más o menos cómo funcionan los vendedores ambulantes, y el señor no podía creer que mi mamá no llame a la policía para que se lleve a la señora del puesto de carnitas que se planta enfrente de su taquería.
Jane se parece más a Max, aunque ella es como de mi estatura. Bueno, exageré, es más alta, pero no me explico cómo parió a una hija de tan gran tamaño. Max es maestra de matemáticas y ciencia en sexto de primaria en una escuela pública. El otro día la fuimos a recoger y me quedé impactada: ya quisiera yo haber estudiado en un lugar así, mejor equipada que la mayoría de las escuelas privadas que conozco en México. Max dice que está mejor que muchas otras escuelas públicas en Boston porque está en los suburbios, en donde vive más gente con dinero. Pero aún así hay varios alumnos que vienen de Boston, hijos de migrantes y de clases socioeconómicas bajas. Ayer estaba muy contenta porque utilizó monedas para hacer unos experimentos ¡y nadie se robó ninguna! Me platicó que el año pasado tenía "un problemilla de robo" en su salón.
Aparte de sus clases, Max tiene dos pasiones: las caminatas después de cenar, y arreglar el jardín. Todas las tardes se apura a cenar, para acabar antes que todos y correr hacia sus plantas. Yo antes pensaba que lo que hacía era podarlas y cuidarlas, pero hoy vi que no. Sucedió que salí a correr por la mañana y al regresar, me encontré con seis individuos en el jardín de la casa. Dave me explicó que eran los "paisajistas." En mi rancho se llaman jardineros, pues, pero al final sale lo mismo. El caso es que no entiendo bien qué es lo que Max hace con sus plantas pero es feliz paséandose entre ellas, con su sombrero de paja. Luego regresa a la mesa, se para junto a Dave y le dice "ok, I am ready for my walk now," y los dos salen a pasear.
A veces Jane y yo vamos con ellos. Ayer, por ejemplo, me llevaron a un parque increíble. Chéquense lo que es el primer mundo. Hace algunos años, las autoridades de Boston decidieron que las calles ocupaban demasiado espacio, así que decidieron hacer caminos subterráneos. Aprovechando la obra, utilizaron toda la tierra de las excavaciones para cubrir una zona que antes era el basurero de la ciudad. Cubrieron el lugar con toneladas de tierra, sembraron pastito y árboles, y ahora es una colina preciosa, rodeada de árboles, con canchas de soccer y béisbol, pistas de atletismo y ciclismo y con vista al río Charles. Y todo esto está a diez minutos del centro de la ciudad.
Estas son el tipo de cosas que me impactan sobre el nivel de vida Boston: Que un lunes a las 7 de la noche puedas encontrar familias enteras jugando futbol o andando en bicicleta, en una montaña hermosa rodeada de un bosque y un río, a diez minutos del centro de la ciudad, en lo que antes era un tiradero de basura... Claro que nada se compara con Chapul, ni mucho menos con Xochimilco. A mí que me digan lo que quieran, pero no me engañan, porque en el río Charles yo no veo chalupas con nombres de mujer y cancioneros. Y en Boston, para ver a los mamímeros marinos, uno tiene que salir al mar. En cambio allá, en los buenos tiempos, las autoridades mexicanas nos llevaron los manatís a casa: a las mismísimas aguas de los canales de Xochimilco. Eso, señores, es lo que yo llamo calidad de vida.

2 comentarios:

Eric Uribares dijo...

chingao Marce, que buen post¡¡¡

Anónimo dijo...

Que bueno que aprecies tu ciudad, asi ya regresas pronto porque te extraño y ya te quiero ver. Me da miedo que en una de esas te me quedes por alla y que hago sin marce?