miércoles, 28 de mayo de 2008

Nuevos aposentos

Les escribo, queridos usuarios, desde mis nuevos aposentos: un finísimo cuarto-estudio, con baño, sala de estar y cama matrimonial para mí solita. El hermano de Jane no va a estar en verano y su zona de la casa ha pasado a ser mía durante estas semanas. La casa está en las afueras de Boston, en un suburbio que supongo que es igual que todos los demás. Pero está bien lindo, y la casa también, además tienen una gatita hermosa con quien inmediatamente entablé amistad y ahora está echada aquí junto a mí.

Llegar acá fue un poco conflictivo, por ponerlo así. Quedé de venir temprano para ayudarle a Jane a cocinar, pero me fue imposible por diversos sucesos. En realidad, fue por torpezas y distracciones del tipo que tanto se me dan. Primero perdí el tren que había planeado tomar, porque como siempre llegué tarde a donde tenía que llegar. Luego, ya tenía boleto y todo, y el siguiente tren salía media hora después, pero me las ingenié para perderlo también. Lo que ocurrió fue que, ¿por qué no? me subí a un tren que no era el mío. Ya ven, esa alma aventurera que tengo. ¿Para qué averiguar a cuál tren debes de subirte cuando puedes abordar cualquiera y ver a dónde llegas? Supongo que algo así fue la deducción de mi subconciente, que me llevó a sentarme en un andén cualquiera a leer y luego treparme al tren que llegó a la hora que yo calculé que el mío iba a llegar. De menos que me dí cuenta a tiempo, antes de que la máquina arrancara, y me bajé apresuradamente. Pero para entonces, el otro tren ya se había ido, y tuve que esperar, de nuevo, media hora.
Finalmente llegué, cenamos todos juntos, y me dí cuenta de cuánto extrañaba sentarme a comer con una mamá y un papá, aunque no sean los míos, y vivir en una casa real, con libros, muebles, jardín y un gato.

Al día siguiente volví a Child Hall, a recoger mis cosas y despedirme de mis no-amigos. No niego que fue triste dejar atrás mi cuarto de dos metros cuadrados, en el pasillo obscuro y solitario del segundo piso del edificio. No niego que va a ser raro ya no vivir en Cambridge, ya no dormir rodeada de chinos y ya no tener que recorrer dos pasillos semiencuerada cada vez que salgo de bañarme. Lo que menos niego de todo es que va a ser terrible tener que pagar los 13 dólares diarios que cuesta ir y venir de casa de Jane a Harvard (o los 180 que cuesta el pase mensual). Sí, querido Child Hall, te extrañaré.
Peeero, vivir en las afueras tiene sus beneficios. En primer lugar la zona está hermosa, llena de lagos y árboles y flores. Además, el transporte no está mal, porque los trenes tienen dos pisos y mesitas como de avión y van tan lento como si esto fuera el tercer mundo, así que puedo leer sin marearme y subrayar sin que se me vaya chueca la línea.
Y lo mejor creo que van a ser los encuentros casuales con personajes interesantes. Algo tiene South Station, de donde salen los trenes a los suburbios, que atrae a los viejecillos peculiares. La primera vez que fui, me persiguió uno de ellos que me confundió con una Melany y gritaba mi supuesto nombre, persigiuiéndome y diciendo que si tuviera cincuenta años menos me ligaría. Y hoy en la mañana me encontré con un viejito inglés que me pidió instrucciones para llegar a Park Street. Lo curioso fue que venía escuchando rock en sus audífonos, todo rebelde, y no se los quitaba por nada, entonces gritaba todo lo que decía. El señor estaba bien indignado con el diseño de la ciudad porque no podía creer lo complicado que era llegar a una calle. "Sólo quiero llegar a Park Street," gritaba, "and this goddamn city is shit." Lles lles míster, pero baja la voz nomás tantito porque los gringos luego se enojan.

Total que el tren no está tan mal. Jane se transporta en bicicleta, pero debido a experiencias previas sé que no es algo que me convenga. Por mi bienestar físico es mejor que permanezca lo más posible con los dos pies en el piso. De por sí mis rodillas ya están bastante dañadas por aquel ligero percance bajando las escaleras hace unas semanas como para todavía decorarlas más. Sobretodo en esta temporada en la que la falda corta y el chor vienen siendo la moda primaveral y pus uno con sus costras y cicatrices no va a llegar muy lejos en el arte del buen ver.

1 comentario:

Eric Uribares dijo...

jejejeje, época de Chor con rodilllas costrosassssss jejejeje