martes, 18 de noviembre de 2008

Bailongo

Cansada de permanecer sentada cada vez que mis amiguitos se levantan a sacar brillo a la pista, me inscribí este semestre a un taller de baile. De la amplia gama de opciones elegí varibailes, que te trabaja salsa, cumbia, banda y rocanrol. Los 22 años van siendo buena edad para aprender a rumbear, ¿qué no?

Como antecedente, y a sabiendas del ataque a mi popularidad que esto representa, quiero dejar en claro mi torpeza para todo lo relacionado con el arte de la danza. Pero si bien mi desmaña es pronunciada, me sirve de consuelo que también es compartida- y a veces superada,- al menos por algunos de los compañeros del bailongo. Al igual que yo, otra serie de parias de la gloria social acuden al salón de baile en un esfuerzo por librarse de la inherente ausencia de gracia que hasta ahora ha coartado nuestro repunte en sociedad. La clase se convierte, entonces, en un campo de batalla, en el que cada individuo pelea por armonizar un cuarteto de articulaciones, decididamente inconexas entre sí.

Hasta ahí todo bien. No pasa del constante tropiezo con los pies de la pareja, o de que las clases parezcan manual a prueba de ineptos. El problema se nos viene cuando llegan las visitas. Resulta que el profesor tiene su equipo de apoyo, que le llama: un conjunto de colegas udlescos que de vez en cuando nos frecuentan para practicar los recién aprendidos pasos. Este trío de latinlovers, faltaba más, te domina cualquier estilo de baile con envidiable naturalidad. Y una que apenas le rasca a lo que es el pasito básico de salsa, no puede más que intimidarse ante tanta destreza corporal.

Si verlos contonearse con soltura es intimidante, no me imagino lo que será bailar con ellos. A mí no me ha tocado porque, como buenos maestros del perreo, ya se la saben y escogen a las gringas bien guapas que toman la clase. Y a una que no puede competir con cabellos rubios y gracia anglosajona, le toca practicar con los compañeros de la clase. Lo bueno es que, así como no te trabajan la técnica salsera, tampoco te manejan las artimañas de la seducción en la pista, gracias a lo cual me salvo del camaroneo. En cambio las pobres gringas nomás se ponen bien rojas a media canción, vayan ustedes a saber si es de vergüenza o de emoción.

Hace unos días me enfrenté a la prueba inicial: el Encontronazo Grupero, un evento al cual asiste la chilangada completa, disfrazados de rancheros, a bailar al son de Capaz de la Sierra e Intocables. Con cierta decepción, comprobé que aún no domino la pista, ni cerca. Esto quedó claro cuando un ranchero hecho y derecho me sacó a bailar. Me dio tal sacudida que, cuando me dijo que bailáramos otra, tuve que decirle “No, porque me sentí muñeca de trapo.” Su respuesta, sin embargo, hizo que todo valiera la pena: “Pero muñeca, al fin y al cabo.” Finísimo.

1 comentario:

Adela dijo...

Me da gusto que regreses, mucho gusto, ya te daba por perdida pero que bueno que sigues por estos rumbos.


Yo soy cuasi bailadora profesional, me encanta la salsa y la cumbia, y por el hecho de ser del norte todo el mundo da por hecho que la quebradita, pasito duranguense, etc es lo mio e ignoran mi rigidez en estos bailes. El reggeton nomás no te lo manejo, mi mamá me lo prohibió por lo del camaroneo jaja.