viernes, 6 de noviembre de 2009

Agresión de género

A las señoritas frágiles y bienportaditas, nos cuesta trabajo entender la brutalidad con la que los hombres se tratan unos a otros. Esa crueldad que muestran al atacar a los demás, con el verbo o el puño, nos hace percibirlos como bestias salvajes e insensatas. Recuerdo que mi hermano llegaba de la escuela a contarnos a quién había golpeado y a quién había logrado hacer llorar. Se me llenaban los ojos de lágrimas de pensar que aquél que comparte mis genes fuese capaz de tales barbaridades.

Esta agresividad casi animal de los hombres no es un misterio. Algunos lo adjudican a los genes y el instinto, otros al “así aprendí de mi papá”. Sin importar la causa, generalmente se acepta la premisa y uno vive engañao, pensando que son ellos de los que hay que cuidarse. Pero la experiencia me ha enseñado que no, señores y señoras, en el ansia por herir al prójimo, las mujeres tampoco conocemos límites.

Esto lo aprendí, como la mayoría de las lecciones dolorosas, a temprana edad. Era yo una pre-puberta ingenua que desconocía los peligros de la agresión femenina. En esas épocas, tenía solamente una amiga, Melchorita, con quien pasaba todos los recreos. Nos sentábamos en el jardín a contar florecitas y buscar maripostitas; compartíamos un emparedado de maní y un zumo de naranja; y dábamos de comer a nuestras muñecas.

Un día decidimos cambiar la rutina e incursionar en el terreno pandillero. Así que fuimos a espiar a las otras niñas del salón, que tenían fama de ser medio malosas. Al ver que jugaban resorte (elástica, como dicen los yucatecos), quisimos integrarnos. “No”, dijo Socorrito, quien organizaba el juego, “ya somos muchas”. Hay que destacar que Socorrito me tenía un odio encarnizado desde que irrumpí en su vida, y aprovechaba toda ocasión para hacerlo evidente. El rechazo de la tipirrina nos ofendió y en un ataque de rebeldía le grité: “Pues, ¡tu resorte es de calzón de señor!” Error. El resorte sí parecía de calzón, de esos que tienen una rayita azul y una roja, marca Hanes. Aún así, expresar mi observación frente a toda la pandilla fue un grandísimo error. Socorrito volteó furiosa y en ese momento me di cuenta de que estaba en problemas. Me eché a correr torpemente, pero por supuesto que me alcanzaron a los pocos pasos y, como viles gángsters, me detuvieron entre cuatro contra la pared, mientras la otra me pegaba.

Las cicatrices del incidente quedaron marcadas en lo más profundo de mi alma, y la niña golpeadora se convirtió en protagonista de mis peores pesadillas. Dicen que hasta la fecha, entre sueños, me escuchan decir “¡Socorrito, Socorrito, no me pegues por favor!”

Años después, me topé con otra individua, Socorrito Universitaria- versión re-loaded-, cuyo odio hacia mi persona alcanzaba intensidades hasta antes desconocidas. Vaya susto me llevé cuando me enteré que estaba tomando clases de Krav Maga, definido en Wikipedia como “el sistema oficial de defensa del ejército israelí”. Oh my.

Pero no hay por qué angustiarnos, que por algo entreno kitbotsin y mis bíceps crecen día con día. Permítanme replantear lo anterior con más veracidad: por algo estudio Relaciones Internacionales- para encontrar soluciones diplomáticas a los conflictos.

1 comentario:

Unknown dijo...

En todo caso marce, tú tranquila, no pasa nada, la práctica cuando eras todavía una pimpolla te enseño LA TÉCNICA: tú agarras a Socorrito Universitaria-Reloaded de los pelos, y aprietas el jalón si se quiere poner ruda, mientras que aflojas cuando parezca ceder... sin embargo... no te fíes! porque si se forma un clan de socorritos, uniendo a la original, la socorrito preparatoria y la super reloaded, entonces te faltará una mano para agarrar los pelos de la tercera... puedes ir practicando jalar pelos con los dedos de los pies