lunes, 2 de noviembre de 2009

Toma chango tu banana


“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé.”

Casi tres años después de nacer, la vida me ofreció un maravilloso regalo: un pequeño consanguíneo de nombre Jaime. Desde sus primeras etapas, me adjudiqué el rol de hermana mayor: dediqué mis años mozos a guiarlo por los caminos de la virtud. Para inculcarle respeto por la naturaleza, llevaba a mis gatos, perros y ratones a su cama para que le dieran los buenos. Para desarrollar su sensibilidad, lo ponía a jugar a las muñecas; él era el papá, la mascota o el profesor de karate. Le leí poemas, le hablé de la fraternidad del mundo, de las frágiles fronteras entre el bien y el mal… Ahora el retoño ha crecido, empieza a extender las alas para volar del nido, y toda la familia observamos, atentos, intentando adivinar qué rumbos tomará.
No niego que hemos tenido nuestros desencuentros. Recuerdo la vez que lanzó una de mis mascotas por la ventana. O cuando jugamos a La Bella Durmiente y al reinterpretar la pelea de Maléfica y el príncipe, Jaime olvidó los límites entre fantasía y realidad y me descalabró con un tubo de metal. O cuando frente a mi papá, le preguntó a mi noviecito de prepa que cómo le hacía para besarme, si yo estoy tan chiquita. Yo también he tenido mis detalles. Seguramente me odió el día que llegó con sus amigos a la casa y yo había convertido su cuarto en una guardería para mis muñecos. O cuando utilicé su manopla de baseball como cama de hospital para una lagartija herida. O las incontables veces que le llamo a las cuatro de la mañana para pedirle que me abra la puerta porque olvidé las llaves.
Pese a todo, nuestra relación es del amor. Y a pesar del pasado experimental que ha vivido Jaime (ha incursionado en una amplia gama de actividades aparentemente inconexas entre sí), jamás imaginamos que sucedería lo que está sucediendo. Sin más aviso, de un día para otro, anunció que estaba componiendo canciones. Le pedimos que nos mostrara su obra, emocionadas, y cuál no sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que los versos que sus labios pronunciaban eran, sin lugar a dudas, una canción de reguetón. No repetiré aquí la letra, mi sentido de decencia no me lo permite. Pero eran reguetón del bueno, vaya, en todo el sentido de la palabra. Inmediatamente volteé a ver a mi mamá, quien mordía el labio inferior, no sé si aguantándose la risa o las ganas de llorar.
Así es, señores. Después de todo lo que he despotricado en contra de este género y sus predicadores, hoy mi hermano forma parte de ellos. Toma chango tu banana. Y aunque a simple vista no tiene ningún rasgo ni accesorio en común con Wisin o Yandel (de nuevo graciasadios), encuentra en los versos reguetoneros su forma de expresión. Y, ante eso, sólo me queda adaptarme. Así que ahora acudo a sesiones virtuales de reguetón en las que me muestra sus videos favoritos y su interpretación de las letras.
Ni hablar… Jaime es una de mis personas favoritas en el mundo. Y si él puede respetar que a mí me gusta criar lagartijas heridas, yo puedo respetar que a él le guste hacerle al reguetón.

1 comentario:

Unknown dijo...

Mis más sinceras condolencias a la estirpe Orraca Corona. Que en paz descanse la felicidad y la armonía de la familia