viernes, 9 de mayo de 2008

Lleve lleve su suvenir...

Desde que fue semanasanta (como dirían los pueblerinos), Harvard se ha convertido en una atracción turística. Te trabaja los orígenes varios, pero más que nada los visitantes vienen siendo los asiáticos en sus distintas modalidades (chinos, japoneses y coreanos, principalmente). Como me jacto de ser "totalmente jarvar," me auto-proclamo autorizada para hablar de 'ellos, los turistas', cual si fuesen una especie ajena a mí.
Una de sus actividades favoritas (suya d'ellos de los turistas) es posar para la foto junto a la estatua de John Harvard. Aquí señalo (sin mencionar nombres para no incriminar a Enrique), que uno de mis visitantes procedió a hacer lo propio y se tomó una foto con la esfinge.
La foto generalmente incluye lo que es el sobado de pié de la estatua. El zapato ha sido frotado tantas veces que ya es dorado, a diferencia del resto de la escultura que es de un color que no sé cómo se llama pero no es dorado. Aunque cuentan las malas lenguas que el origen del color del zapato no es el frotamiento constante por parte de los turistas, sino el hecho de que uno de los ritos de iniciación para algunas fraternidades es hacerse de la chis (perdón la naquez) sobre el zapato de John Harvard. Así que, Enrique, espero que después de tu fotito te hayas lavado las manitos.
Como cualquier ente en este mundo subyugado por el capitalismo (ah verdad, que me voy a los llunaiteds y que les regreso marxista, ¿se imaginan?) Harvard decide lucrar al respecto. Así, crea su changarro de los tours por el campus. En una ocasión, 'me subí' en uno de los recorridos, toda naquita y sin pagar. No porque me interesaran esas patrañas de turistas, sino pus nomás ahí de metiche. Y no, sinceramente, no lo recomiendo. Pura ñoñada: que si esta es la biblioteca fulanita, que si aquél edificio es tal por cual. También se sacan las historias, ya saben, anécdotas chafitas que les gustan a los turistas: que si el fundador de Widener se ahogó en el Titanic, que si su espíritu todavía nos ronda, y que si el decano tiene un affaire con el líder del sindicato de trabajadores de los baños.
Para nosotros los locales, estos repentinos visitantes pueden resultar una fuente incesante de divertimientos. Por ejemplo, ayer presencié un evento muy jocoso gracias a una familia de españoles que paseaban por el campus. Les platicaré, pero por favor lean los textos en rojo con acento de españoles, porque eso es lo más chistoso de todo.
Un chavito de unos 8 años venía quejándose amargamente: Que no entiendo por qué hemos venido a este lugar.” La mamá, paciente, contesta “Hemos venido porque es un lugar lindo, mira que lindos son todos los edificios.” El niño insiste “Pero es que tu me has dicho que íbamos a subir a un bote para ver a los ballenatos.” En eso, interviene el papá, que evidentemente ya se había exasperado con las quejas de su hijo. “Mira, agradece que te he traído a que mires esto ahora, porque con lo que me ha dicho tu profesora el mes pasado, es seguro que tú aquí no regresas jamás.” La esposa se le quedó viendo con cara de indignación, seguramente pensando “¿Con qué clase de monstruo me he casado?” No pude evitar reírme en voz alta, y los tres implicados me voltearon a ver, con una mirada que con sobrada razón me preguntaba: “¿Y tú qué coño estás mirando?”
Bola de turistas, novatos. En cambio yo ya les trabajo lo que es la playera, mochila y termo con la insignia universitaria. Lo mejor de todo es que las tres cosas las obtuve gratuitamente. Por ejemplo el termo me lo saqué en una rifa en la clase de spinning. Por cierto, si a alguien le llevo de regalo un termo rojo con tapa blanca y que dice "Harvard Recreation," no es el mismo, ¿okey? El caso es que ahora tengo mis paquete de suvenirs distintivos y me paseo con las tres cosas a la vez por el campus. ¿Qué tan no turista soy?
Okey, okey. Tal vez sí sea UN POQUITO turistoso, sobre todo si le agregamos el factor "cara de turista", que implica mirar los paisajes con la boca abierta, y luego sonreír. Y es que es justo confesar que la nueva estación ha transformado el lugar, llenándolo de flores y árboles de todos los colores. Cambia tan rápido, además, que todos los días me sorprende.
Tal vez también un poco turistsoso es la falta de dominio de las botas impermeables, que quedó demostrada hoy cuando sutilmente volé escaleras abajo. Lo malo de esta caída fue que, a diferencia de otras que he tenido en estos meses de nieve y escalones mojadas, no venía sola. Iba caminando con un nuevo amigo, Ben II, y sus amigos. Si hay algo peor que azotar como una tabla, es tener alguien que se agache a ayudarte, porque lo único que en ese momento quisieras es que tu desliz hubiese pasado desapercibido. Pero no, casualmente Ben lo notó. No sé si fue el ruido de mi cuerpo contra el pavimento lo que llamó su atención, o el hecho de que estábamos platicando y de repente dejó de ver mi cara. El caso es que se dio cuenta de mi 'ligero tropiezo' y como buen gringo, muy propio, se agachó a ayudarme. Yo me hubiera atacado de la risa si alguien más se hubiera caído. De hecho, de todos los presentes, fui la única que se rió. Tal vez mi caída fue tan monumental que dejó de ser chistosa y se convirtió en preocupante para los expectadores.
Sea como fuere, no cabe duda de que tengo que amaestrar el arte de caminar por las calles mojadas para poder seguir llamándome local. Y dejar de ver el paisaje con la boca abierta. Y dejar de creer que es chido portar playera, bolsa y termo de Harvard cada vez que voy al gimnasio. Tal vez más fácil será ya no jactarme de ser local y atenerme a mi permanente estatus de turista desubicada.

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