lunes, 28 de abril de 2008

Confiancitas....

Ahora que es primavera, Harvard se ha transformado. Parece la UNAM: parejas romancenado en el pasto, letreros de gises decorando los pisos, grupúsculos de rufianes fumando mariguana.
Está bien... mentí. No vi mariguana. Y exageré, no parece la UNAM. Pero la primavera ha traído cambios que hacen que uno se sienta casi como en casa. Tan es así, que el otro día, ya en confianza, me quité los zapatos y caminé descalza por los jardines del campus.
La excusa del día soleado fue perfecta. Pero la verdadera razón por la que me quité los zapatos fue que me estaban perforando los pies. Aconteció que tenía una cita con un muchachuelo al cual quería apantallar. (Cita de negocios papá, apantallar profesionalmente.) Y deduje que para lograrlo tenía que explotar mi lado femenino. Así que quise usar mis zapatos de tacón. Oh gran error. Para cuando iba a la mitad del campus, ya tenía una ampolla a punto de sangrar. Por eso me descalzé. Al poco tiempo comprendí que había caído en un abuso de confianza, cuando varios peatones me miraron con cara de "maldita hippie criminal." Sucede que está prohibido pisar ciertas partes del pasto, y caminar descalza es socialmente inaceptable. Gente cerrada, vaya.
Total que me tuve que volver a poner los zapatos y continuar la tortura. Finalmente llegué a mi destino casi llorando. Lo bueno fue que el joven no estaba ahí todavía, porque me dio tiempo de sentarme y pedirle hielos a la señorita para ponerme en la herida. Al final, acabé confesando mi desventura y el buen samaritano me dio un (respetuoso) ride en su bici hasta mi cuarto, en donde aventé los tacones al fondo del clóset y saqué lo que es el zapato teni.
Otro síntoma de exceso de confianza lo tuve hoy en la mañana. Cuando sonó el despertador, a las 7, decidí apagarlo, y me desperté a las 8:39 para mi clase de 8:40. Me puse un jean, una sudadera y corri como un elefante.* Por supuesto no me molesté en asomarme al espejo. Y no hubiera estado de más darme una manita de gato, porque entré al salón en unas fachas que Mara cínicamente se atacó de la risa.
Pero tal como yo he agarrado confianza en Harvard y su gente, ellos también la han agarrado en mí. Así, van dos veces que diferentes personas me tratan de convertir.
La primera fue mi moderador. Un día, para mi sorpresa, entró repentinamente a mi cuarto. Yo, como siempre, tenía la puerta abierta, pero su aparición me sorprendió muchísimo ya que era algo jamás visto en mi piso. Se sentó en el piso y empezamos a platicar. A los pocos minutos estábamos hablando sobre religión, y para cuando me dí cuenta, Ben me aleccionaba sobre los beneficios que me traería el ser protestante. Amablemente le cambié el tema hacia la independencia de Taiwan, que asumí correctamente que sería de su interés, dado el origen de su familia.
El segundo intento de conversión fue más cínico. El viernes pasado me habló Mara para ver si la acompañaba a una reunión. La invitó una amiga suya y, según Mara, era un grupo de gente "como muy de izquierda y hippies." Sonaba curiosito, y decidimos ir por una cerveza. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, al llegar ahí, nos vamos enterando de que no, no era un grupo de izquierda y hippies, ni nada semejante. Era en cambio una congregación de practicantes de una religión cuyo nombre no voy a mencionar. Pero aconteció que la amiga de Mara nos sentó, literalmente, en sillas durante más de una hora, para hablarnos sobre su fe y enseñarnos fotografías.
Al principio, me interesó. Luego, su devoción me dio risa. Después me aburrí. Y finalmente, acabé por asustarme al ver sus ojos de enajenada. Pero ni Mara ni yo sabíamos qué hacer: estábamos rodeadas por toda una secta de devotos, y nos daba miedo que, si intentábamos huir, nos lanzaran crucifijos. Mi estrategia fue enviar señales sutiles de desinterés: empezar a toser, voltear la cabeza hacia otros lados, bostezar ligeramente. Así, poco a poco, los ojos de la mujer regresaron a la normalidad y terminó su predicamento. El comentario de Mara fue que había estado muy interesante. Y fue la palabra perfecta, porque yo estuve a punto de decir "enlightening", pero creo que eso me habría dejado en una posición comprometedora.
Y no es que yo tenga absolutamente nada en contra de ellos, ni de ninguna otra religión. Simplemente me molesta la idea de que alguien me quiera convertir a sus creencias religiosas. En cuanto tuvimos la oportunidad, Mara y yo corrimos a ponernos los zapatos, ya que nos habían despojado de ellos al entrar, y huimos del lugar. Por supuesto ¿cuál cerveza? Sólo había galletas y agua, y seguro era agua bendita, así que preferimos abstenernos. Lo bueno fue que para remediar esto, nos fuimos a un bar en donde nos alcanzaron unos amigos. Terminó siendo una velada muy simpática, ya que el encuentro con los religiosos resultó un excelente tema de conversación. Porque además, el paquete introductiorio a esta fe nos vino con una libretita preciosa, de cubierta dorada y hojas con estampado de rosas, que te contiene lo que es la palabra de Dios. Así que ya se imaginan la fuente interminable de comentarios simpáticos que esto fue.
Y yo no sé, pero entre que son peras y son manzanas, ya me encomendé a este nuevo iluminado para que me eche la mano con esto de mi ida a África. Por ahí les encargo que hagan lo propio, cada quien con su cada cual.
*Hubiera podido decir "Corrí como una gacela," y sonaría más elegante, pero aceptemos que mi gracia es más parecida a la del elefante. Cada quien tiene sus puntos fuertes, el elefante quizá no sea tan elegante o fino, pero sin duda es muy... no sé.. chistocito, y tierno...

No hay comentarios: