miércoles, 5 de marzo de 2008

Cultura de la información

Una de las grandes diferencias entre México y Estados Unidos (o entre la UDLA y Harvard), tiene que ver con el acceso a la información. Ya lo había mencionado antes, pero hoy volvió a impresionarme. Qué tan buena sea la información, ahí sí ya no le sé decir, patrón. Pero de que hay de donde, hay de donde. Todo depende de que sepas buscar.
Me pasé casi toda la tarde en Widener, la biblioteca principal, buscando libros para mi proyecto de investigación. El tema es bastante específico, y al inicio de mi pesquisa pensé que no iba a encontrar tanto (lo cual me emocionaba porque eso querría decir que al menos la idea es original). Pero pamplinas. Para cuando me di cuenta ya tenía a mi lado un montón de libros lo suficientemente alto como para darme cuenta de que la sola idea de atravesar la universidad cargándolos era ridícula.
Hay dos opciones: o Widener es como la bilbioteca del cuento de Borges y te contiene todos los libros que se han escrito sobre el planeta, o mi tema no es original y tengo que escoger otro. Me inclino por la primera opción. Sí, Widener fue la inspiración de varios de los cuentos de Borges: laberintos, escaleras que se bifurcan, y salas y salas interminables de libros. Está clarísimo. Además, no pienso poner en duda mi originalidad, ni mucho menos escoger un nuevo tema de investigación.
El caso es que el paquete de libros sobrepasaba con anchas mis capacidades de transporte. Buscando una solución logística al problema, me dirigí a un bibliotecario. Es un hombre que ya me ubica porque hemos tenido varios momentos de tensión. Resulta que a mí se me ha complicado un poco agarrarle el hilo a lo que es la biblioteca. Muchas veces me surgen dudas sobre a dónde dirigirme o cómo manejar tal o cual cosa, y coincide con que él está en el escritorio de información. El mero hecho de que exista un escritorio de información ya para mí es señal de primermundismo, y he decidido aprovechar esta ventaja para aclarar todas mis dudas. Con esto, he logrado colmarle la paciencia al señor, y ahora cada vez que me acerco a su changarro, pone cara de falta de deseos de hablar conmigo.
No lo culpo, la verdad. Yo también estaría harta de alguien como yo. Pero no creo que lo llevaría a los extremos que él lo ha llevado de, literalmente, no hablarme. Ahora sólo responde a mis saludos con gesticulaciones de disgusto, y a mis preguntas con movimientos de cabeza o señalando con los dedos hacia la pared. Y sí, efectivamente, si obedezco esta señal me encuentro con la respuesta a mi pregunta en algún letrero pegado en la pared. Antes de preguntar sabía que, si buscaba, encontraría la respuesta escrita en algún lado. Pero hay algo en mi memoria o en mis genes que no me deja confiar en estas versiones. En mi experiencia, las instrucciones por escrito en México no son muy de fiar, y siempre hay que buscar el asesoramiento de un experto (que probablemente tampoco será de fiar). Pero así es en México, uno tiene que cerciorarse, tener dos versiones, por si las moscas.
Acá es lo contrario. Todo está escrito con perfecta claridad y la gente espera que uno se atenga a esos escritos, aprenda a vivir bajo su mandato. Y si preguntas algo que está escrito, la gente no te contestará sino que, con reproches en la mirada, te indicará que leas las instrucciones. Así fue como el hombre aquél me señaló hacia varios letreros para que averiguara con mis propios medios las opciones que tenía para con mis libros.
Fíjense qué maravilla lo que descubrí. En este ambiente de cultura de la información hay una enorme gama de facilidades para que los desinformados nos informemos. Una de estas facilidades son los Cart Holders: te prestan, durante el semestre, un escritorio con sus estantes, para que guardes ahí los libros que estás utilizando. ¡Vaya emoción que me ha causado este descubrimento! Feliz de la vida, me apresuré a transportar mi montón al nuevo escritorio, agarrando a mi paso libros al azar solamente por el gusto de que mis estantes fueran los más llenos del pasillo. Mientras los acomodaba, tarareaba alegremente hasta que mi nuevo vecino de escritorio me hizo saber, con un tosido incómodo, que es zona de silencio.
Pero ni estas hostilidades, ni la falta de cortesía del bibliotecario, empañaron la felicidad de saber que ahora tengo mi propio escritorio en Widener, lleno de libros que probablemente no voy a leer, pero que si quisiera podría.

2 comentarios:

Unknown dijo...

No se por que, pero creo que a Bernardo sería muy, pero muuuuy felíz en Widener, jajaja, beso.

JAIME.ORRACA dijo...

Me imagino te debes sentir como pez en al agua con tantos libros....... TOK4u........ Dadry