sábado, 8 de marzo de 2008

Finde musical

El cosmos conspiró para que este fin de semana la música me deleitara como hace mucho no me sucedía. He notado que aquí, al menos entre mis conocidos, este arte no es algo tan apreciado. Fuera de los cantos matutinos de dos de mis vecinos, nunca he escuchado música en el pasillo. Así que ya era hora de asomarme al ambiente musical en Boston.
El viernes en la noche fui a cenar a Dudley y me encontré a Edgar, uno de mis amigos mexicanos, increíblemente agradable, que estudia composición. Me dijo iba a ir a un concierto gratis y me invitó. Accedí gustosa y quedamos de vernos en el edificio de música, que según yo sabía perfecto dónde estaba.
Más tarde, mientras me mojaba en la lluvia corriendo de edificio a edificio, me dí cuenta de que en realidad no sabía cuál era el de música, y jamás llegué al concierto. Consciente de lo lastímero de mi situación, regresé al cuarto y me lancé sobre mi cama, frustrada. Aquello implicaba que pasaría el viernes en la noche haciendo tarea, cosa que aunque buena falta me habría hecho, no me apetecía en lo más mínimo. Pero aquí vino la segunda intervención del cosmos, porque unos minutos después alguien tocó la puerta. Era Timothy, un amigo inglés que quería invitarme a un "wine tasting." Más inglés y se muere. Sin dudarlo dije que sí y nos fuimos a alcanzar a los demás.
Habían comprado botellas de 6 vinos diferentes, además de quesos, pan y cacahuates. Finísimas personas. Y como buenos cristianos compartieron el vino y el pan conmigo. Comí mucho queso no porque tuviera hambre, sino porque me daba miedo que pidieran mi opinión sobre el vino. Para ahorrarme la molestia de inventar un comentario sofisticado que explicara que el que más me gustaba era el que no sabía a vino, mejor me llenaba la boca, excusa perfecta para no hablar. Cuando se acabó el queso empecé a llenarme la boca con vino, lo cual ocasiono la alteración de mis sentidos. Pero fuera de cachetes rojos y unas cuantas risas fuera de lugar, todo bien.
Se preguntarán qué tiene que ver esto con la música. No desesperen, todo está relacionado en esta historia. Varias copas de más después llegó Raymund, uno de mis ingleses favoritos. ¡Y venía del concierto al que yo iba a ir! Pero lo mejor de todo es que iba a regresar a la segunda parte. Así que me agregué a su plan.
El concierto estuvo muy raro. Es música electroacústica, de un compositor llamado Karlheinz Stockhausen. La pieza se llama Mantra, son dos pianos que están conectados a un modulador que modifica los sonidos. Además hay etambién un poco de percusiones, que tocan los mismos pianistas. Gran parte del chiste es el performance los pianos están uno frente al otro, los pianistas parecen gemelos y se comunican con miradas durante todo el tiempo. De la nada, a media pieza, los dos dejan de tocar, se levantan y empiezan a hacer ruidos extraños. Muy peculiar. Eliodoro dice que tienen que hacer esas cosas para captar la atención, porque si no la gente no lo aguantaría. Y de hecho, muchos se salían y otros tantos se echaban su siestecita. Y es que no está fácil soplarte los 70 minutos que dura la pieza. Yo, entre lo difícil de la música y el alcohol en mi sangre, a los 20 minutos me empecé a distraer y a pensar en por qué en el auditorio están los nombres de todos los compositores más famosos, pero no el de Vivaldi ni Strauss.
A Raymund y al resto del público (los que no se salieron), les encantó y aplaudieron muchísimo. Aunque no estoy segura si por apreciación musical o por agradecimiento de que hubiera terminado. Porque algunos de los que aplaudían con más enjundia eran justamente los que había cabeceado la mitad del tiempo.
Aunque a mí no me gustó, algo tiene este tipo de música que me dejó pensando mucho. No me arrepiento de haber ido, y Eliodoro me consoló diciéndome que si aguanté esa pieza, estoy lista para todo, porque es una de las obras más pesadas del género. Fiuf, ya la armé.
Esto no fue todo en mi fin de semana musical. Ayer Raymond me dijo que iba a ir a escuchar La Pasión según San Juan, de Bach, y una vez más me agregué al plan. Fue también Jacinthus, otro de los ingleses. La verdad, con el perdón de ustedes si es que son admiradores de Bach, es que me aburrió. Me quedé esperando el momento climático de la resurrección, que jamás llegó. Raymund de plano se quedó dormido y Jacinthus, gran apasionado de la música clásica, se quejó durante las DOS HORAS Y MEDIA que duró el concierto de que iban muy rápido. Vaya, qué irónico, yo jamás lo habría calificado como rápido.
De nuevo encontré formas de entretenerme. Me puse a leer el cuadernito que me entregaron a la entrada, y me dio mucha risa leer que el autor estaba furioso con Mel Gibson por haber hecho La Pasión del Cristo pues "nos recuerda lo mucho que nuestra sensibilidad artística moderna está entumecida por la literalidad." Qué cosas, y yo de insensible pensando que qué chistosos se veían los tres feligreses sentados frente a mí, con sus gorritos de judíos a media iglesia.
Se preguntarán ahora por qué, si ni Bach ni Mantra me gustaron, empecé esta entrada diciendo que la música me deleitó. Pues es cierto. Aunque lo que vienen siendo en sí las obras mismas no me gustaron, disfruté mucho los eventos y me prometí a mí misma hacerlo más seguido. Y ahora que sé que Jacinthus y Raymund lo realizan con frecuencia, qué mejor excusa para unirme a unas cuantas nuevas listas de mails, nomás para estar al tanto.

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