martes, 25 de marzo de 2008

Osito de peluche

Si alguien tiene ganas de sentirse orgulloso por unos momentos del Distrito Federal, basta con viajar un día en el metro de Nueva York. Verdaderamente una cosa espantosa. No sólo es una maraña de líneas y estaciones, un revoltijo de rutas complicadísimo de entender, sino que además no funciona bien. En los cinco días que estuve en la ciudad, fui víctima de al menos cuatro fallas técnicas, por no mencionar las arbitrariedades en los cambios repentinos de dirección de los trenes, y las miradas hostiles de los señores usuarios. Bien lo decía Jo: en el DF, te paras en el andén y sabes a dónde va el metro y por qué estaciones va a pasar. Así de sencillo. Aquí todo depende de la hora del día, y cada color de línea tiene como ocho direcciones. Siendo turistas, la cosa era un volado: le atinábamos o no a llegar a donde queríamos, dependiendo de la suerte. Estando yo sola, se conviertió más bien en una condena: jamás llegaré a donde quiero.
Así fue, efectivamente, mi primera travesía sola en el metro. Una vez que mis compañeros de viaje habían partido cada quien hacia su rumbo, me intenté dirigir a China Town a tomar mi camioncito de 15 dólares para regresar a Boston. Vaya travesía. Eran sólo un par de estaciones, pero di tal vuelta que me las ingenié para hacer una hora y veinte de camino. A Dios gracias que Harvard no está en Nueva York porque sólo él sabe qué sería de mi en una ciudad así.
Quedarme sin Enrique y Jo no sólo implicó perderme en el metro, sino que por primera vez extrañé. Siendo honesta, desde que llegué aquí no había extrañado nada. Ahora que estuvieron ellos conmigo me di cuenta de que en realidad sí hace falta tener con quien reírme de las ridiculeces de los gringos. Como la barra de ensaladas para perro que tienen en la tienda de mascotas, por ejemplo. Creo que los dos fueron testigos de que me hacía falta la compañia: con la emoción de que alguien me escuchara, me dio una verborrea que no cesó durante la semana y media que estuvo aquí mi hermana. Ahorita hasta me arde la garganta de tanto que hablé. Llegué al extremo de desarrollar cuatro personalidades alternas que sostenían conversaciones entre ellos sobre cualquier tema. No es esquizofrenia, fue simplemente que tenía muchas cosas que decir.
Total que cuando se fueron, aunque me quedé con mis cuatro nuevos amigos imaginarios, me sentí sola. Tan es así que llegando a Boston, antes de venir a mi casa, me fui al aeropuerto a recibir al segundo grupo de huéspedes que acogeré gustosa. Vaya imagen de la perdedorez: sentada en la sala de llegada, esperando un vuelo que no llegaría porque mis amigas vienen mañana. No se preocupen, de verdad no me estoy volviendo loca, eso de confundir las fechas es algo típico de mí. Aunque no niego que haya sido un poco sintomático, después de una semana en la que me acostumbré otra vez a que la gente me hable.
En fin, mañana llegan Martha y Emilia. Tendré otra semana de compañía y cuando se vayan espero que se me olvide extrañar. En el peor de los casos, siempre están mis cuatro nuevos amigos para entretenerme con sus pláticas. Si la gente me empieza a ver como loquita, pues sabré que ya pertenezco al metro de Nueva York. O mejor tal vez me compre un osito de peluche y empieze a platicar con él.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lob it!

Necesito tu autorización para poner en mi próximo mail colectivo (donde le contaré sobre el viaje a mi familia & amigos) los links a los posts de tu blog donde hablas de nuestros días juntos. ¿Puedo?

Besos.

Eric Uribares dijo...

jejejeje

cuánto esperaste en el aeropuerto??????

a mi me encantaría que invitaras a alguno de tus otros tu a escribir aqui


besos marce

vera sarfati dijo...

Marthela hijjjaaa no sé como pero te fisitaré me entreno para irme en bithi, ojalá llegué un día de estos esperame donde estas, no te muevas de ahí, ya voy, espero no tardar mucho

Anónimo dijo...

Que gacha................ me hubieras dado algo de credito, de que no esperaste tanto tiempo, gracias a mi valiosisisisisisima apoortacion

TOK4u